Las civilizaciones ante el acantilado

Las civilizaciones ante el acantilado

Imagen |Rebeca Madrid

 

En las décadas de los 90 y los primeros 2000, la Premio Nobel bielorrusa Svetlana Aleksiévich recorrió los territorios de lo que había sido la URSS para entrevistar a lo que denominó «homo sovieticus», los hombres y mujeres educados en la ideología comunista. La compilación de esta obra logra lo que parece imposible: mostrar a un tiempo los horrores del comunismo y los del capitalismo. Las delaciones, la paranoia colectiva, el hambre, la pobreza y la represión política del «comunismo carnívoro» y del «comunismo vegetariano» —como la de enviar al gulag a los soldados soviéticos que escapaban de los nazis por no haber muerto en defensa de la patria soviética; o la de privar de acceso a la educación superior a todos aquellos que habían vivido en el territorio invadido por los alemanes por la inherente sospecha de colaboracionismo; o el Holomodor que Ane Applebaum quiere rescatar — se entretejen con el caos, las guerras, la corrupción y la pauperización de la clase intelectual que siguió a la disolución de la URSS.

Encontramos en estas páginas muchas historias conmovedoras, pero quizá las más impactantes sean las protagonizas por quienes, directa o indirectamente, sufrieron la violencia del régimen comunista, pero son incapaces de adaptarse a la Rusia capitalista. Para ellos la necesidad de certezas, de marcos cognitivos y de comportamiento conocidos y familiares, es algo terrible, porque este marco es el mismo que violó sus derechos humanos más fundamentales en forma de organización política. Pese a todo, el comunismo había logrado dotar de sentido a las vidas de una gran parte de la población soviética, en una campaña de propaganda ininterrumpida a lo largo de los 70 años de existencia del país que alcanzaba todos los órdenes de la vida.

Bastantes décadas antes del fin de la URSS, algunos escritores atestiguaron la disolución de las certezas de otra civilización, la Europa de la belle epoque. Bien hablando de épocas pretéritas, bien de la suya propia en su El mundo de ayer. Memorias de un europeo, Stefen Zweig se dolía por lo que significaba un detalle tan nimio como el fin de la libertad para viajar entre naciones, cercenado por la necesidad de visados y pasaportes, antes inexistentes, o uno tan grande como la inutilidad del sacrificio de millones de jóvenes en la I Guerra Mundial.

Joseph Roth compartía con Zweig lengua, cultura y, en el momento de su nacimiento, la patria común del Imperio austrohúngaro. Compartirán también la añoranza por un tiempo periclitado, que en el caso de Roth se extenderá a los protagonistas de sus novelas o relatos: el Trotta de La marcha Radeztky o el Morstin de El busto del emperador están tan identificados con su tiempo que cuando este cambia se encuentran ante el desconcierto y el vacío. La nueva sensibilidad no es para ellos sino cinismo y nihilismo; persecución y muerte en el exilio fue lo que los nuevos tiempos depararon a sus creadores. Podrían hacer suyas las palabras de Kafka: «hay esperanza, infinita esperanza, pero no para nosotros». No es casual que ambos hayan experimentado un renacer editorial en el mundo de hoy: hay algo en sus personajes que nos toca como no lo hacían en los lectores de apenas unas décadas atrás.

En los hombres y mujeres que hablan a través de Aleksiévich, en los personajes que convocaron de la nada Zweig o Roth, nos reconocemos ahora por lo que ya es un lugar común: como ellos, estamos asistiendo al fin de las certezas. Nuestro ánimo se inquieta ante la imposibilidad de atisbar la continuidad de nuestros valores y del sistema sociopolítico que nace de ellos. La intersubjetividad —ese reemplazo de la esquiva objetividad— parece achicarse, fraccionando el cuerpo público y polarizando la sociedad en bandos que cada vez se reconocen menos como hermanos. Cualquier explicación para esto es compleja, aunque me parece injusto no aventurar aquí una: las sociedades y élites occidentales, tras el derrumbe de la URSS, crearon un nuevo sistema económico globalizado, pero fueron incapaces de complementarlo con una organización política capaz de suavizar sus aristas más terribles y de crear un nuevo sentido de comunidad.

La propia Svetlana Aleksiévich, junto con Fernando Savater, Daniel Grossmann o Mario Vargas Llosa, ha publicado una tribuna en The Guardian (aquí el enlace) en defensa de la idea de una Europa unida y antinacionalista. Hoy los escritores la ven en peligro: ¿escribirán mañana sobre personajes que añoraban esa vieja y deficiente UE —como otros antes añoraron la URSS o el imperio austrohúngaro—, aterrados por su nuevo presente e incapaces de comprenderlo?

 

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About Author

José Corrales Díaz-Pavón

José Corrales Díaz-Pavón es coordinador editorial de HomoNoSapiens. Filólogo Hispánico, cree, con Eco, que la lectura es una inmortalidad hacia atrás, y ,con Kafka, que un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros.

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