Últimamente asistimos a una fiesta multitudinaria en la que todos tenemos en la mente (y en la boca) la palabra democracia. Y, aunque pueda parecer extraño, cada uno le damos un sentido diferente que a veces en poco o en nada se adecuan los unos a los otros. En una especie de degeneración asistida hemos ido maltratando este concepto hasta llevarlo a lo más banal, a una máxima decadencia.
En realidad, ¿qué es democracia? ¿Qué es democrático?
Según la Real Academia Española de la Lengua en su primera acepción es “una forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos”. Podríamos pararnos aquí y casi afirmar que nuestro sistema de gobierno no es una democracia porque no es ejercido por los ciudadanos, sino por sus ‘representantes’. Pero antes de concluir de forma categórica algo así habría que resolver una cuestión recién abierta por la definición de la RAE, ¿quiénes son ciudadanos? Y no es una pregunta baladí, ya que en la historia prácticamente nunca (ni siquiera a día de hoy) se han identificado totalmente los seres humanos con los seres ciudadanos.
Volvemos a la RAE y nos aclara en su tercera acepción que ciudadano es una “persona considerada como miembro activo de un Estado, titular de derechos políticos y sometido a sus leyes”. ¿Somos entonces una democracia?
Estrictamente no, no podemos afirmar de forma tajante que seamos una democracia, o al menos no en su definición más primigenia. Roma -en sus tiempos gloriosos- es nuestro arquetipo de democracia, donde todos los ciudadanos (¡ojo!, los que se entendían que lo eran) participaban en la toma de decisiones de forma conjunta, sin intermediarios.
A lo largo del tiempo esta forma de Gobierno fue dejando paso a un nuevo sistema, la archiconocida “democracia representativa” en donde no son los ciudadanos directamente los que ejercen la vida política sino unos representantes de estos elegidos por ellos mismos.
Y llegamos a las elecciones. Multitud de términos nos inundan: sufragio, circunscripciones, candidatos, listas cerradas, partidos políticos, escrutinio… Echo el freno.
Las leyes españolas contemplan la máxima democrática de que un ciudadano equivale a un voto, aunque la experiencia nos enseña en cada jornada electoral que esto no es del todo así. El sistema de circunscripciones descompensa esta máxima constitucional entre circunscripciones aunque en cada una de ellas sí que se cumpla de forma estricta el mandamiento de la Carta Magna.
Resumiendo: vivimos en un sistema de gobierno representativo, cuyo sufragio pese a ser universal no es estrictamente igualitario entre ciudadanos y, pese a ello, nos llamamos Democracia. Sí y no. Mejor dejarlo en democracia representativa.
Una vez superado este primer paso, la actualidad nos sacude diariamente con este concepto de la democracia. Pero creo que nos equivocamos en la acepción, no nos referimos a la forma de organización de la vida política sino a otro aspecto que la propia RAE define en su quinta acepción más ligada a la justicia o a la solidaridad que a sistemas de gobierno expresando que democracia es la “participación de todos los miembros de un grupo o de una asociación en la toma de decisiones”.
Actualmente estamos todos en vilo por qué pasará con la formación del nuevo Gobierno de España tras el intento fallido de Pedro Sánchez (PSOE) hace unos meses. Y aquí las posturas son radicalmente opuestas.
El Rey ha encargado al representante del Partido Popular, Mariano Rajoy, que intente conformar una mayoría parlamentaria suficiente para formar Gobierno al ser el partido más votado. Pero esto no le asegura en absoluto conseguirlo. Ya que con un 33,03% de los votos y 137 diputados la mayoría necesaria (176 diputados) para pasar satisfactoriamente la Sesión de Investidura se complica bastante.
Las siguientes fuerzas políticas tampoco lo tienen mucho más fácil porque ningún partido de ‘ideologías similares’ obtiene mayoría suficiente en el Congreso. Y esto nos podría llevar a un nuevo estancamiento de la política española que podría desembocar en un nuevo reto histórico: tres elecciones generales en un año.
¿Debe gobernar el Partido Popular? ¿Es eso democrático? Objetivamente las reglas del juego se basan en la búsqueda de consenso con los distintos partidos políticos que tienen representación en el Congreso para que les presten su confianza. Y parece que las negociaciones desde las primeras etapas han entrado en terrenos pantanosos de difícil salida.
Mi opinión es que aun habiendo sido el partido más votado, un 30% de los votos no es una mayoría como para forzar al resto de fuerzas políticas a tener que dejar que gobierne sin más. No sería democrático que un 30% de los votos se impusieran al 70% restante. Por ello creo que es importante que los dirigentes políticos comiencen una negociación seria para poder conformar un Gobierno que pueda representar a la mayoría de inquietudes que tienen los españoles.
En caso de no ser posible quizás deberíamos hacer una reflexión sobre si estos son los dirigentes que merecemos. Los españoles han hablado dos veces y han dicho que no quieren mayorías absolutas y que no existe una ideología predominante, que queremos que se inicie una etapa de diálogo sincero entre compatriotas, de sentarnos en una mesa y negociar lo que nos interesa y cómo nos interesa.
¿Deben abstenerse los partidos políticos para que el Partido Popular consiga formar Gobierno? El debate está servido.
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