Cuesta asumir que muchas veces las cosas no son como nos gustarían. A los que se dedican al mundo del patrimonio cultural les duele infinitamente el turismo, pero el turismo del ajeno. Cuando amigos y familiares visitan su ciudad, inmediatamente se convierten en los embajadores de la esencia de su patria chica y se muestran encantados de que conozcan sus monumentos y coman sus recetas típicas, incluso de que se hagan ese selfie en el que se muestran reticentes a salir, con el elemento emblemático.
El turismo es una actividad consistente en viajar por placer. Concretamente el turismo cultural se fundamenta en el interés por conocer monumentos o espacios de interés histórico-artístico. Recientemente se incorpora a la categoría cultural el elemento musical, gastronómico, literario, científico, industrial… nuevas fórmulas de atracción turística. Todas estas nuevas categorías contribuyen a enriquecer la definición del término cultura, que ya la Real Academia Española incide en una de sus acepciones en el carácter cognoscitivo que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.
Precisamente la actual situación del turismo, al menos español, ha traído consigo una serie de reflexiones -tanto en contra como a favor- que están en relación con la definición crítica de la Real Academia Española. Conocer el panorama de la actividad turística es el primer paso para ello.
Dentro de la flamante tendencia a la conmemoración de efemérides, España vive cada año tanto en capitales de provincias como en localidades secundarias, la celebración de aniversarios, necesaria en tanto que potencia la divulgación de la historia, personajes, acontecimientos, etc. del lugar; problemática en cuanto a la inundación informativa de cariz casi consumista. Ejemplos notables a nivel nacional son el caso del Año Greco, las decenas de conmemoraciones tanto de Cervantes como de su Quijote o las huellas de Santa Teresa. También éstas han afectado a nivel regional o local en Toledo, La Mancha o Ávila respectivamente.
La reducción de un programa cultural a la individualización de un personaje, un acontecimiento e incluso una raigambre nacida en el lugar ha traído consigo otra práctica turística duramente criticada: las visitas teatralizadas o las rutas ambientadas. En el caso de las visitas, es frecuente incurrir en errores anacrónicos (fundamentalmente en la vestimenta, que se basa en la concepción romántica de la misma y heredada por la visión decimonónica que aún persiste en nuestra cultura) porque tratar de emular un momento histórico que dista mucho del actual es complicado si no se hace con un equipo formado y capacitado para ello, algo que desgraciadamente cada vez es más infrecuente. Por no hablar de que en muchas ocasiones, los encargados de realizar estas visitas ni si quiera tienen la formación adecuada para su desarrollo.
En cuanto a las rutas ambientadas, particularmente las leyendas han tomado un protagonismo notable. La oferta consiste en visitar espacios donde el/la guía o la información disponible narra una historia de carácter legendario. El turista suele quedar sorprendido con el relato pero atiende en menor medida al elemento patrimonial que trata de conocer.
¿Es eficaz entonces esta forma de turismo? ¿Debe considerarse una banalización o una adaptación a los tiempos? No podemos olvidar que el turismo, como reconoce el ICOMOS en su Carta de Bruselas de 1976 es, además, una forma de beneficio socio cultural y económico. Como cualquier elemento del mercado, se adapta a las necesidades del consumidor. Sin embargo, el patrimonio cultural es un producto de consumo agotable y el desconocimiento o mal conocimiento de éste debilita su pervivencia.
Como la virtud está en el punto medio, la solución es encontrar la coyuntura que posibilite un desarrollo del turismo adecuado a las necesidades del visitante y una protección y divulgación consciente del patrimonio cultural. Para ello no conozco otra opción mejor que la formación de grupos multidisciplinares. Que los defensores del patrimonio dejen de mirarse el ombligo y acepten que, sin turismo, tampoco son nada y que los responsables del turismo acepten que sin la protección patrimonial, su producto se agota y con ello una parte de nuestra cultura.
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