Tecnociencias e innovaciones: desafíos filosóficos (III)
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Imagen| Iñaki Bellver
Líneas generales para una filosofía de la innovación
El panorama que acabo de describir ha de ser analizado, interpretado y conceptualizado. Esta es una de las grandes tareas para la filosofía del siglo XXI: su principal desafío, a mi modo de ver. Un modo de hacerlo consiste en elaborar una filosofía de la innovación que sea capaz de analizar e interpretar las diversas modalidades de innovación recién mencionadas: tecnológicas, sociales, políticas, etc. Resumiré a continuación algunas de las líneas maestras que he propuesto recientemente para ello (Echeverría 2017). Conforme a la metodología tradicional de la filosofía de la ciencia, el punto de partida de esta filosofía de la innovación son las teorías previamente elaboradas sobre la innovación. Por mi parte me he centrado en tres tipos de conceptualizaciones: una económica (Schumpeter),otra sociológica (Rogers) y una tercera politológica (Lundvall). Según este último autor, hay dos grandes modelos de innovación: el science push model, en el que el conocimiento científico es el motor inicial de los procesos de innovación (I+D+i, como suele ser denominado en España), y el modelo DUI (Doing, Using, Interacting), que suele valer para analizar los procesos de innovación social (Young Foundation, NESTA) y la innovación de usuarios (von Hippel), aunque también se aplica a algunos casos de innovación empresarial basados en la gestión del conocimiento de los trabajadores (Nonaka y Takeuchi). En cuanto al Manual de Oslo (OCDE 2005), que conforma el paradigma dominante en los actuales estudios de innovación, distingue cuatro tipos de innovación (producto, proceso, organizativa y de marketing). Conviene añadir un quinto, sobre todo si se quiere analizar los procesos de innovación que tienen lugar a escala global: la apertura de nuevos mercados o de nuevos ámbitos donde ofrecer un servicio. Este quinto tipo de innovación ya había sido indicado por Schumpeter y está plenamente aceptado por los practitionners de la innovación, que hoy en día son muchos, y algunos muy importantes para la filosofía de la práctica tecnocientífica.
Sobre estos dos puntos (ontología de procesos, tipos de innovación) hay un consenso amplio entre los investigadores de la innovación, sean de la disciplina que sean. También coinciden al distinguir entre los procesos de innovación y sus resultados, punto este clave desde una perspectiva filosófica, porque permite afirmar en general que la ontología de la innovación ha de estar basada en la categoría de proceso.
Ocurre que la ontología tradicional ha reflexionado muy poco sobre la noción de proceso. Aun así, hay excepciones. Autores como Whitehead y Bergson llamaron la atención sobre su importancia filosófica y consideraron que Leibniz y Hegel eran los dos filósofos clásicos cuya metafísica es procesual, o procesista (procesist), como suele calificar Nicholas Rescher a esta corriente de pensamiento. En un artículo publicado en la Enciclopedia de Edimburgo, Rescher afirmó que “para los teóricos de los procesos, devenir no es menos importante que ser, más bien al contrario” (Rescher 2007, 144). El procesismo parte de la tesis metafísica según la cual la realidad la conforman los procesos, no las cosas. Estas últimas son resultados de los procesos, al igual que los objetos. En cuanto a los sujetos, están conformados por diversos tipos de procesos, empezando por los de pensar, conocer, sentir y expresarse. Obvio es decir que la filosofía de procesos es contraria al sustancialismo y al esencialismo.
Estas reflexiones de inspiración rescheriana resultan válidas a la hora de conceptualizar la innovación y permiten formular una primera hipótesis general: la ontología de la innovación ha de estar basada en una ontología de procesos, no de cosas, objetos ni sujetos. Cabe añadir una segunda hipótesis, también de cuño rescheriano: “para el filósofo de procesos, los procesos tienen prioridad sobre los productos, tanto ontológica como epistemológicamente” (Ibid.). Esta última afirmación tiene gran importancia en los estudios de innovación, puesto que la mayoría se han centrado en las innovaciones de producto, siendo así que las innovaciones de proceso son mucho más profundas y relevantes, filosóficamente hablando.
Otra aportación importante de Rescher es la definición que propuso para los procesos: “son secuencias secuencialmente estructurada de estadios o fases sucesivas. De lo cual se desprenden tres factores:
1. Un proceso es algo complejo –una unidad de distintas fases o estadios. Un proceso es cuestión de saber esto, de saber que.
2. Dicho complejo tiene una cierta coherencia e integridad temporal; de acuerdo con ello, los procesos siempre tienen una dimensión temporal ineliminable.
3. Un proceso tiene una estructura, un patrón formal genérico en virtud del cual cada proceso concreto dispone de un formato o amplitud en el que sus fases temporales presentan un patrón fijo. Aunque los procesos siempre son temporales, en general pueden ser representados atemporalmente” (Rescher, 1999, 37).
Sobre estas bases es posible dar un paso inicial para investigar el techno-lógos al que he aludido anteriormente. Las acciones que llevan a cabo los ordenadores también son secuencias secuencialmente estructuradas, es decir procesos, con la peculiaridad de que dichos procesos consisten en combinaciones y recombinaciones de ceros y unos, gracias a los lenguajes-máquina y a los diversos lenguajes de programación que implementan esos cómputos. Dicho de otra manera: las tecnolenguas a las que aludíamos anteriormente están compuestas por procesos que llevan a cabo determinadas máquinas (TICs) en base a las diversas modalidades de tecno-lenguajes que los programadores han diseñado para que dichas máquinas funcionen y puedan representar el habla, la escritura, las imágenes, los sonidos y los diversos tipos de movimientos que pueden ser percibidos por los seres humanos. Esos procesos digitales, que son secuencias secuencialmente estructuradas de ceros y unos, visibilizan y simulan múltiples tipos de objetos y cosas. Así surgen los tecno-objetos y tecno-cosas a los que aludía al principio, poniendo el ejemplo de los tecno-genes. Los tecnogenes, en efecto, son secuenciaciones informáticas que representan las cadenas genómicas, en primera instancia; pero a continuación pueden recombinarse y generar células biotecnológicamente modificadas, gracias a la biología sintética. Por eso son entidades tecnocientíficas y no puramente científicas: porque transforman e innovan.
Las operaciones recién descritas sirven para caracterizar en primera instancia al techno-lógos contemporáneo. Diversas modalidades del devenir, las cuales conforman procesos (biológicos, perceptivos, cognitivos, comunicacionales, etc.), pueden ser analizadas, representadas y resintetizadas gracias al nuevo lógos tecnológico. Ello sucede porque dicho techno-lógos está conformado a su vez por procesos, en este caso electrónicos y digitales. Estamos ante una nueva modalidad de escritura, que permite representar todo tipo de procesos empíricos mediante procesos digitales que, siendo estrictamente tecnológicos, tienen una sólida base científica. En efecto: son posibles gracias al isomorfismo entre las álgebras de Boole y determinados circuitos eléctricos que son activados por los programadores mediante sus órdenes y programaciones. Las TIC han aportado innovaciones de ruptura en múltiples ámbitos del hacer humano porque están basadas en una gran innovación procesual: la representación de procesos de todo tipo mediante un tipo de procesos que se ha convertido hoy en día en canónico, y al que denomino techno-lógos, para incluir el conjunto de los sistemas tecnológicos que posibilitan los procesos digitales. Interpretando así a Rescher y su ontología de procesos, la filosofía de la innovación avanza. Por mi parte considero que es posible reinterpretar desde ese marco conceptual las principales teorías de la innovación actualmente vigentes: distinción entre invención e innovación (Schumpeter), existencia de dos grandes modelos de innovación (Lundvall) y de cuatro tipos de innovación (Manual de Oslo), capacidad de los usuarios para innovar (von Hippel), innovación abierta (Chesbrough), etc. Convenientemente reinterpretadas, esas teorías pueden integrarse en un marco filosófico general, que cabe resumir mediante las dos definiciones siguientes: “I: las innovaciones son procesos interactivos que generan algo nuevo, transformador y valioso en entornos y sistemas determinados; II) las novaciones son aquello que resulta de dichas innovaciones, incluidas sus consecuencias ulteriores” (Echeverría 2017, 82).
Estas dos definiciones son mucho más generales que las definiciones al uso, pero recogen sus principales aportaciones. Además, también valen para las innovaciones naturales, lo cual es un requisito importante en mi enfoque de la filosofía de la innovación. He propuesto una concepción sistémica, naturalizada, pluralista y axiológica de la innovación, prolongando así líneas de investigación previas en filosofía de la ciencia y la tecnología. Mi pretensión es aportar a los estudios de innovación un marco conceptual más general que, a partir del actual arte de innovar, permita generar unas ciencias de la innovación (innología) y que sea además filosóficamente fecundo. Para terminar, haré unas breves alusiones a cómo esta filosofía de la innovación puede ser innovadora para la propia filosofía.
Filosofías innovadoras
Las dos definiciones recién mencionadas pueden aplicarse a la historia de la filosofía. Los filósofos suelen interactuar con los conceptos, sistemas y propuestas de sus predecesores, así como con las ideas contenidas en los lenguajes comunes (lógoi) en los que se expresan. A continuación proponen innovaciones conceptuales (nuevos sistemas de pensamiento, nuevos enfoques, nuevos términos, nuevos métodos, nuevas maneras de organizar los conocimientos…). Casi todos los grandes filósofos pueden ser interpretados desde la perspectiva de la innovación. No sólo inventaron nuevas propuestas filosóficas, que a veces quedan condensadas en expresiones canónicas (todo fluye, cósmos noetós, filosofía primera, cogito ergo sum, Deus sive Natura, monadología, imperativos categóricos, espíritu absoluto, muerte de Dios, yo soy yo y mis circunstancias, etc.), sino que a veces han generado auténticos sistemas de pensamiento (idealismo, hilemorfismo, empirismo, racionalismo, materialismo, positivismo, pragmatismo…) que se han difundido por diversas culturas y países, habiendo sido adoptados como marco conceptual básico por millones de seres humanos. Cuando esto ha ocurrido, las invenciones de los filósofos se han convertido en innovaciones, porque se han difundido y han sido asumidas por otras muchas personas, las cuales han devenido más o menos platónicos, aristotélicos, epicúreos, estoicos, escépticos, tomistas, escotistas, cartesianos, leibnicianos, humeanos, iluministas, kantianos, hegelianos, positivistas, nietzscheanos, fenomenólogos, pragmatistas, existencialistas, analíticos, relativistas, postmodernos, estructuralistas, etc. En todos estos casos diversos conceptos e ideas han interactuado entre sí y han generan nuevas maneras de pensar que son consideradas como valiosas por muchas personas, las cuales han cambiado sus concepciones previas cuando han adoptado una u otra de esas grandes Weltanschauungen. No se trata sólo de la elaboración de una filosofía, esa es la fase de la creación y de la invención. Para que haya innovaciones es precisa la difusión de lo nuevo, su asunción como algo valioso y su incorporación como algo propio por parte de otras personas. Como resultado de ese proceso filosófico, que involucra a diferentes personas, no sólo a los filósofos creadores, muchos seres humanos acaban pensando y actuando en base a tal o cual concepción filosófica. En tales casos ha habido novaciones filosóficas, que serán más o menos influyentes socialmente, esa es otra cuestión. En ocasiones, algunas concepciones filosóficas han marcado con su impronta a instituciones, e incluso a sociedades enteras. Hay innovaciones filosóficas disruptivas, las cuales son creativas, pero también destructivas, porque echan abajo los antiguos ídolos, por decirlo en términos de Bacon.
Desde esta perspectiva innovacionista, la historia de la filosofía forma parte de la historia de las innovaciones conceptuales (innovación de producto) y metodológicas (innovación de procesos), a las que han hecho grandes aportaciones los científicos, los ingenieros, los artistas, los literatos y otros muchos oficios y profesiones. Algunos sistemas filosóficos se han plasmado institucionalmente y a veces han predominado durante décadas (materialismo dialéctico), e incluso durante siglos (platonismo, aristotelismo, escolasticismo, ilustración…). En tales ocasiones las filosofías han traído consigo innovaciones organizativas, puesto que en base a ellas se han construido universidades y sistemas educativos enteros. Por otra parte, cuando una concepción filosófica surgida en el lugar X se expande al lugar Y (introducción del darwinismo o del marxismo en un país, por ejemplo), entonces se ha producido una innovación comparable a las que Schumpeter calificaba como aperturas de nuevos mercados. Y si un sistema filosófico pasa a difundirse por nuevos medios, por ejemplo a través de la imprenta, las aulas, las universidades, la Encyclopédie o la prensa, en lugar de transmitirse únicamente en las academias, jardines (filosofía peripatética), plazas públicas (ágora), monasterios o congresos, entonces estamos ante la cuarta modalidad de innovación del Manual de Oslo, a la que muchos denominan innovación comunicativa. En suma: las cinco modalidades de innovación antes citadas son aplicables a la historia de la filosofía, al igual que las nociones de invención, difusión, valoración y apropiación.
El quinto tipo de innovación es el más urgente a la hora de abordar los desafíos planteados por las tecnociencias contemporáneas. De llevarse a cabo, implicará un cambio profundo en la praxis filosófica. A lo largo de la historia de la humanidad muchos filósofos han sido muy innovadores, tanto en teoría como en la práctica. Por mi parte me he ocupado específicamente de Aristóteles, Bacon y Leibniz, porque aportaron innovaciones de proceso, además de nuevos sistemas conceptuales. Dicho de otra manera: cambiaron el modo de hacer filosofía. Por supuesto, otros pensadores clásicos también pueden ser considerados como innovadores: Zenón (por la vía de la praxis filosófica), Descartes (duda metódica), Spinoza (more geometrico), Hegel (dialéctica), Nietzsche (filosofar a martillazos), Heidegger (etimologías) y otros muchos. En mi caso, atribuyo más relevancia a las innovaciones de proceso que a las de producto, y ello para todo tipo de innovaciones. Aceptando que casi todas las concepciones filosóficas que han pasado a la historia han sido innovadoras, por unas u otras razones, presto más atención a aquellas que han transformado los modos de hacer filosofía. En tales casos, presumiblemente han surgido nuevos valores, y no sólo nuevos modos de concebir el ser (eidéticos, sustancialistas, racionalistas, empiristas, fenoménicos, positivistas, historicistas, existencialistas, etc.). La lectura de la historia de la filosofía desde los estudios de innovación puede hacerse desde varias perspectivas, no sólo desde la que por mi parte estoy sugiriendo. La innología que propugno es pluralista y sistémica, lo cual vale también cuando se hace una innología de la filosofía.
Conclusión: la filosofía de la innovación puede aportar innovaciones filosóficas significativas y generar filosofías innovadoras. El enfoque tecnológico que he propuesto en esta contribución, según el cual la filosofía ha de ocuparse seriamente del techno-lógos, y no solo del lógos, pudiera afrontar varios de los desafíos recién mencionados, y ser además innovadora por el modo de hacerse. Dependerá de cómo sea practicada, recibida, comentada, criticada y, en su caso, difundida y asumida. Estas últimas tareas no me corresponden. Al menos no en esta contribución, de formato muy clásico en esta versión escrita, la cual ha llegado a su fin.
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Referencias bibliográficas
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