Solidaridad, hacia una común humanidad

Solidaridad, hacia una común humanidad

Imagen| Julia Martínez Cano

Todos los seres humanos –¿vale decir todos los seres vivos?– somos, en variable medida, vulnerables. Y precisamente por ello la solidaridad es fundamental para cooperar, ayudarnos, completarnos, adaptarnos y sobrevivir. No podemos ser sin los otros. Por lo pronto, se necesitan dos seres de nuestra especie para engendrar, cuidar y educar a otro/s. Y luego para cualquier tipo de aprendizaje necesitamos a los otros. Este es el sentido de aquella sentencia de Spinoza: “Nada es más útil para un ser humano que otro ser humano”.

De los tres grandes ideales que impulsaron la Revolución Francesa, libertad, igualdad y fraternidad, no hay duda que este último ha sido con mucho el más infravalorado. Ahora parece que estamos reconociendo su verdadera dimensión. En medio de esta devastadora crisis sanitaria, social y económica que está produciendo en el mundo el Covid-19, uno de los signos más alentadores está siendo la solidaridad. No es rara esta reacción: del mismo modo que otras especies de animales se organizan en grupos para sobrevivir, los seres humanos, irremediablemente animales de fondo, actuamos de forma similar.

Por lo menos desde Darwin sabemos que las diferencias entre animales y humanos son cuantitativas, no cualitativas, de grado, no de esencia. Una de las más reconocidas autoridades mundiales en primates, Frans de Waal, declaraba recientemente que “cuando las cosas se ponen feas nos unimos mucho más, porque somos seres sociales, nos ayudamos los unos a los otros. Un buen ejemplo fue Nueva York después del 11-S: la ciudad nunca fue tan solidaria, bajaron los índices de criminalidad y se redujo el racismo en los meses siguientes a esa calamidad”.

Las conductas altruistas, también presentes en primates y otras especies, no son completamente desinteresadas. Siempre hay intereses en juego. Sin embargo esto no le resta valor moral ni tampoco significa que todas las acciones valgan igual. No es lo mismo que algo nos mueva a agredir que a ayudar. Al ayudar nos ayudamos, al menos si existe un vínculo afectivo entre el otro y uno, entre “nosotros”. Esta es la clave: cómo nos identifiquemos con los otros. Al fin y al cabo, ¿no es la solidaridad el reconocimiento de nuestra común humanidad?

Victoria Camps, una de las filósofas hispánicas que más y mejor ha pensado las Virtudes públicas para fortalecer la ciudadanía de las democracias, una de nuestras asignaturas pendientes, indicó que debido a que “el Estado no resuelve ni podrá resolver nunca todas las necesidades y carencias de la vida humana (…) puede concebirse “la solidaridad como la condición, pero, sobre todo, como compensación y complemento de la justicia”. En otros términos, dado que nunca hay ni seguramente habrá una justicia plena y efectiva, la solidaridad es la vía para mitigar ese imprescindible fin social. Añade Victoria Camps que “la solidaridad es una práctica que está más acá pero también va más allá de la justicia: la fidelidad al amigo, la comprensión del maltratado, el apoyo al perseguido (…) todo eso puede no constituir propiamente un deber de justicia, pero sí es un deber de solidaridad”.

El científico Robert Sapolsky, en Compórtate. La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos, que fue elegido mejor libro de ciencia de 2017 por distintos medios, entre ellos, The New York Times, argumenta que “dividimos implícitamente el mundo en Nosotros y Ellos, y preferimos a los primeros. Somos manipulados con mucha facilidad, incluso subliminalmente y en cuestión de segundos, en cuanto a quién cuenta como miembro de cada uno de esos grupos”. Las ideologías, mientras más extremas, más tienden a dividir y sembrar discordia en sus discursos: aquí los “amigos”, allí los “enemigos”.

Si  nuestra capacidad de razonar nos permitiera, al menos habitualmente, discernir y elegir lo que nos conviene, sin perder de vista el bien común, no habría problemas ante tales divisiones ideológicas. Pero, como declaraba Frans de Waal: “la racionalidad está sobrevalorada. Somos mucho menos racionales de lo que pensamos. Cada vez hay más investigaciones que lo demuestran y tendemos a minusvalorar las emociones. La mayoría de las decisiones que tomamos se basan en emociones, no en la racionalidad”. Aunque estoy de acuerdo en lo esencial, con el debido respeto, las emociones no siempre se oponen a la racionalidad. Desde luego, nos emocionamos antes que razonamos, sentimos antes que pensamos. Pero  hay emociones más o menos racionales y razonables, como sentir miedo y protegerse ante un peligro verdadero, experimentar tristeza por la pérdida de un ser querido o alegría ante la solidaridad de los sanitarios con los ciudadanos.

Como si se tratara de una oportunidad, algunos, sobre todo los críticos de la globalización, están pensando en qué aspectos puede mejorar nuestras vidas esta crisis, de lo que me muestro escéptico, a menos que nuestras acciones se transformen en saludables hábitos. No albergo dudas de que la globalización, como hija del capitalismo, comete excesos que nos perjudican: el incremento de desigualdades, como ha señalado el Nobel de economía Stiglitz (aunque en el último medio siglo el empobrecimiento mundial ha disminuido); la producción sin fin, el consumo voraz y absurdo, la uniformización de las culturas o la aceleración de los tiempos, alejándonos de ritmos naturales más acordes con nuestra biología. Pero tengo para mí que la globalización es imparable, pues en cierto modo obedece a nuestros deseos, por irracionales que nos resulten. La pregunta es más bien: ¿pueden corregirse los excesos que nos instrumentalizan?

Constatada esta realidad, entiendo el deseo, pero a mí me parece que esto es perder el sentido común: ¿cuántas personas han muerto y seguirán haciéndolo? ¿Cuántas personas han perdido a seres queridos? ¿Cuántas empresas han caído y, en consecuencia, cuántas personas se quedarán sin trabajo? Se calcula que la pandemia provocará la pérdida de 195 millones de empleos en el mundo. ¿No aumentará esto las desigualdades sociales (y no ya sólo entre multimillonarios y los demás)? ¿Cuánto nos empobreceremos? ¿Cómo afectará a nuestras vidas y cómo nos recuperaremos? Ojalá no hubiera sucedido. Ahora bien, si nos ocurre lo mismo que cuando cobramos conciencia de que hemos sido arrojados a la vida sin haberlo pedido, entonces ya no hay vuelta atrás, de modo que la pregunta es: ¿qué debemos o podemos hacer?

En medio de semejante panorama social y económico que se pronostica será difícil mantener el sentimiento de solidaridad. Durante la pandemia el sentimiento dominante está siendo en no pocos momentos la incertidumbre y el miedo, sentimientos en los que arraiga y se ramifican los nacionalismos y populismos. El neurólogo Robert Sapolsky ha escrito que “no se puede entender la agresividad sin comprender el miedo (y que la amígdala tiene que ver con ambos)”. ¿Seremos capaces de que prevalezca la solidaridad frente al miedo?

En 2021, cuando todavía estemos padeciendo las consecuencias del Covid-19 –¿y por cuántos años más?– algunas instituciones se preguntarán por la palabra del año 2020. Estoy seguro de que una de las que se barajará, a tenor de cómo ha cambiado nuestras vidas y el mundo, es “coronavirus”, un término hasta hace poco desconocido, pero que durante semanas de confinamiento inundó los medios de información y las conversaciones públicas del mundo. Qué no daría para que en lugar de esa que no la hemos elegido, sino que ha sobrevenido, como el destino, sea, por ejemplo, “solidaridad”. Sigamos actuando en esa línea: todavía estamos a tiempo.

Leer más en HomoNoSapiens| ¿Es posible otra humanidad? En tierra de nadie Después de la pandemia Cuidar de sí, cuidar de los otros

About Author

Sebastián Gámez Millán

Sebastián Gámez Millán (Málaga, 1981), es licenciado y doctor en Filosofía con la tesis La función del arte de la palabra en la interpretación y transformación del sujeto. Ejerce como profesor de esta disciplina en un instituto público de Málaga, el mismo centro donde estudió, el IES “Valle del Azahar”. Ha sido profesor-tutor de “Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea” y de “Éticas Contemporáneas” en la UNED de Guadalajara. Ha participado en numerosos congresos nacionales e internacionales y ha publicado más de 270 ensayos y artículos sobre filosofía, antropología, teoría del arte, estética, literatura, ética y política. Es autor de "Cien filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos" (2016), "Conocerte a través del arte" (2018) y "Meditaciones de Ronda" (2020). Asimismo, ha colaborado en otros 15 libros, como "La filosofía y la identidad europea" (2010), "Filosofía y política en el siglo XXI. Europa y el nuevo orden cosmopolita" (2009) y "Ensayos sobre Albert Camus" (2015). Escribe en diferentes medios de comunicación (Cuadernos Hispanoamericanos, Claves de la Razón Práctica, Descubrir el Arte, Café Montaigne, Homonosapiens, Sur. Revista de Literatura...) y le han concedido algunos premios de poesía y ensayo, como el Premio de Divulgación Científica Ateneo-UMA (2016) por "Un viaje por el tiempo" (inédito), y la Beca de Investigación Miguel Fernández sobre poesía española actual (2019, UNED) por "Cuanto sé de Eros. Concepciones del amor en la poesía hispanoamericana contemporánea", que verá la luz durante 2021. Colabora con el MAE (Museo Andaluz de la Educación) y ha comisariado algunas exposiciones de arte, filosofía y educación. Si la corriente imprevisible de la vida se dejara condensar en una filosofía, se inclina por “hacer lo que se ama, amar lo que se hace”.

Comments

  1. José
    José 2 mayo, 2020, 10:52

    ¡Magnífico apunte compañero! Sólo me queda una duda, ¿cómo podemos estar seguros de que las, a priori decisiones racionales, no están también coartadas o propiciadas por una emoción y por tanto toda decisión o acción tiene como gatillo inicial las emociones/lo animal?

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    • Sebastián Gámez Millán
      Sebastián Gámez Millán Author 2 mayo, 2020, 14:48

      Gracias, José, por tu atención y tus amables palabras. Como sugiero en el artículo, matizando una declaración del primatólogo Frans de Waal, el hecho de que nuestras decisiones racionales se basen en emociones no significa ni implica que sean «irracionales». Se ha considerado tradicionalmente así por la influencia del pensamiento platónico-cristiano, que al defender un dualismo antropológico que separa el alma del cuerpo, estima «racional» al primero e «irracional» al segundo. Este dualismo es difícil de mantener actualmente a la luz de las últimas investigaciones en antropología y neurología. En todo caso, en el mismo artículo puedes encontrar ejemplos de respuestas racionales impulsadas por emociones. Salud.

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