(Discurso pronunciado el 20 de junio de 2018, durante el acto de graduación de los alumnos de 2º de Bachillerato del IES «Valle del Azahar»)
Desde que he sido tomado por la palabra sueño con desaparecer, sueño con que esta voz pueda representar las diferentes voces de vuestros profesores, porque si solo lograra representarme a mí no representaría a nadie.
Quería despedirme de ustedes como os merecéis. Si no lo he hecho antes es porque no he encontrado la manera, quizá bajo la sospecha de que la vida toda es una continua despedida, aunque raras veces nos percatamos de ello. Y sin embargo tenemos que hacerlo, porque quien no termina de decirse no termina de ser. Esta es la razón de que siempre nos despedimos de la vida en algún lugar de lo inacabado.
Por otra parte, sabemos que algunos de ustedes se sienten decepcionados porque pensáis que no podréis estudiar lo que teníais previsto. Pero, ¿cómo vais a saber que era lo mejor posible si no lo habéis probado? Como decía Cervantes, “donde una puerta se cierra otra se abre”. ¿Y quién puede saber a ciencia cierta cuál era la mejor si no podemos volver atrás, y nuestras circunstancias, únicas e irrepetibles, no retornarán?
Permítanme reflexionar brevemente sobre el oficio más bello y el valor de educarse. Otro de nuestros escritores más celebrados, Gabriel García Márquez, consideraba el periodismo como el mejor oficio del mundo. Si tenemos en cuenta que el periodismo consiste en dar voz a los que carecen de voz, en seleccionar las noticias de aquellas situaciones públicamente más relevantes y saber transmitirlas a fin de que los ciudadanos puedan ejercer libremente sus deberes y derechos; si tenemos en cuenta que sin la libertad de expresión y sin el pluralismo ideológico no pueden desarrollarse las democracias modernas, estaremos de acuerdo en que el periodismo es una profesión tan hermosa como imprescindible.
Pero, con el debido respeto, tengo para mí que no existe el mejor oficio del mundo. Más bien es algo que se descubre y redescubre cada día. Casi cualquier oficio puede ser el más bello; solo es necesario amarlo y, movidos por ese amor, cuidarlo y ejercerlo tal como es debido, dignamente. Casi cualquier oficio ejercido con vocación, o sea, bajo esa llamada que nos susurra y nos arrastra y nos lleva a ser lo que somos, como quería Píndaro, es el oficio más valioso e irrenunciable.
Por eso, a pesar de las continuas decepciones, a pesar de los repetidos esfuerzos tantas veces sentidos como inútiles, queríamos daros las gracias por permitir dedicarnos a este delicado y enriquecedor oficio de enseñantes en el que, paradójicamente, nosotros aprendemos tanto o más que ustedes. Mas si es maravilloso no solo es por esta razón, sino porque además nos permite veros crecer.
Como es sabido, el ser humano posee un doble nacimiento: primero aquel que es gestado en el útero materno y por el que asistimos al milagro incesante de la vida, que renace con cada ser. Luego nos sobreviene otro nacimiento no menos crucial o, si se prefiere, otro crecimiento sin fin: aquel que tiene lugar en el útero social. Es ahí donde los profesores podemos alumbraros con conocimientos, experiencias, perspectivas, con amor, con cuidado, y con suerte podemos contribuir a algo tan valioso como vuestra formación, vuestra educación, vuestra humanización.
Sin embargo, reconozcámoslo, poco o nada podemos hacer si no ponéis de vuestra parte, si no colaboráis y adquirís con esfuerzo y hábitos las virtudes necesarias, y no solo para ser profesionales. Así pues, educarse, formarse y humanizarse pasa por querer educarse, formarse y humanizarse. Actualmente se comete una mutilación bárbara reduciendo la formación a una simple preparación profesional, cuando sabemos bien que un trabajador actúa como actúa por ser como es.
Por consiguiente, pienso que la verdadera educación-formación debe contribuir a vuestro desarrollo personal, cívico y profesional. Y no la tercera competencia por encima de las anteriores; pues, aunque cada una corresponde a un ámbito particular, es la persona la que a menudo da la medida del profesional y del ciudadano. Y sin ciudadanos, sin el ejercicio responsable de los ciudadanos, no hay ciudad ni espacio público. Más allá de la familia, es donde crecemos como personas, el espacio que nos precede y nos sucederá, nuestro interminable legado.
Aunque pueda sonar pretencioso, cuando he indicado que nosotros, a través de nuestro oficio, podemos contribuir con vuestra ayuda, a la humanización, creo no exagerar. Pertenecemos a la especie humana por razones biológicas y filogenéticas, pero la humanidad no se hereda: se aprende y se adquiere en el útero social, viviendo y conviviendo entre nuestros semejantes, donde la escuela sigue desempeñando un papel esencial. Es conveniente, pues, no dejar caer en el olvido que sin humanización no hay civilización, y que la humanización no la produce el milagro de la naturaleza: milagro, no se pongan nerviosos, desde una perspectiva evolutiva y probabilística: ¡había tantas posibilidades de no ser y, no obstante, aquí estamos, hablando, entendiendo, sonriendo, siendo!
Por tanto, gracias, alumnos, por permitir dedicarnos a este maravilloso oficio; gracias por enseñarnos tanto; gracias por hacernos mantener la esperanza, tantas veces traidora, de que por medio de la transmisión educativa se sucede y a veces progresa la gran cadena del ser. Vayan donde vayan, procuren estar a la altura del azar; primero por ustedes, pero también por todas aquellas personas que os han acompañado y os siguen acompañando para llegar a ser lo que sois.
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