Imagen | Laura Árbol
La resignación sabe como la PAZ, porque era necesaria.
Sabe a caramelo, pero a esos grandes y cremosos que el abuelo llevaba en los bolsillos sin importar la predicción meteorológica.
Tiene matices amargos, como el regaliz que no quisiste comer en tu cumpleaños pero que guardaste en el cajón del escritorio por si acaso.
La resignación era tan importante en nuestras vidas que nos supo a gloria, a pan recién horneado relleno de nueces frescas.
Cuando la encontramos la pusimos en la mesa de la cocina, dentro del expositor de pasteles que siempre estuvo vacío.
Creo que la estaba esperando a ella, con ese olor a esperanza encubierta y ese toque ácido pero divertido.
Nos resignamos con las bocas llenas de azúcar moreno, con las papilas gustativas sonrientes mientras cantaban tu canción favorita.
¡Cómo la estaban esperando!
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