La vida se parece a una travesía por aguas ignotas y con frecuencia revueltas por el oleaje, por eso se agradecen esas balizas grandes y coloreadas que con su nitidez y fortaleza nos indican senderos en la inmensidad del océano.
Durante nuestro periplo diario por este mundo, a veces tenemos la suerte de cruzarnos con algunas personas que nos marcan. No hace falta que estemos con ellas mucho tiempo, ni siquiera que nos enseñen nada de una forma consciente, simplemente con su saber estar en cada momento nos marcan una pauta de conducta que admiramos y queremos imitar. Al encontrarnos ante una encrucijada y tener que tomar alguna decisión importante, durante unos breves segundos resuenan las palabras sabias que escuchamos un día o aparece la imagen de alguien al que vimos definir correctamente aquello que tuvo que solventar en una ocasión. La guía que ejercen sobre nosotros ciertos familiares, profesores y personas con cierta ascendencia permanece indeleble con el paso de los años y siempre vuelve cuando las circunstancias nos interpelan para que actuemos con equidad y justicia.
Hace unos días, perdí uno de los últimos tíos que me van quedando; es lo que tiene haber superado ya la cincuentena. Conviví poco con él porque residía a más de mil kilómetros, en su Covarrubias natal, pero puedo decir que siempre que lo tuve cerca me marcó con su actitud callada y siempre receptiva. Nunca lo vi discutir, al contrario, atendía con atención y luego, si lo encontraba oportuno daba su opinión, tan escueta como meditada. Jamás interrumpía a nadie, siempre permanecía atento al que le hablaba, en definitiva, tenía un corazón de escucha. Durante su larga vida se ha ganado entrar por la puerta grande en esa categoría especial de aquéllos que no quieren convencerte de nada, de los que siempre están cuando se les necesitan, de los que con los años van ganando, como los buenos vinos, un aroma especial a equilibrio y autenticidad. Sin duda me recordaba mucho a mi padre, otra boya fija e imperturbable a pesar de las tempestades del mar.
Cuando se van las personas que han sido una guía en tu formación y no van quedando señales en el camino, se comienza a pensar que nos situamos indefectiblemente en la primera línea, esa parte que ya no es piélago y en la que las corrientes te pueden arrastrar hasta donde no se divise tierra firme. Es entonces cuando las balizas aparecen más claras que nunca, aunque la muerte las haya intentado arrebatar de nuestro horizonte.
Ahora me queda su ejemplo, la limpieza de su mirada y la elocuencia de su silencio tan activo como cómplice, todo un estímulo para que algún día aspire a parecerme a él. Con todo ello me siento un poco más fuerte para navegar por estas aguas turbulentas de la vida.