Imagen| Jérémie Gerhardt
Somos muchos los que estamos en deuda con María del Olmo Ibáñez por ponernos las cosas tan fáciles a los amantes de la sabiduría. En su último libro ha reconstruido el diálogo figurado entre dos importantes filósofos nacidos en Bilbao, Jesús Mosterín y Javier Sádaba, a través de sus textos, conferencias y artículos de prensa con el celo propio del documentalista, el arqueólogo y el entomólogo, y el cariño infinito de una madre orgullosa de las hazañas de sus hijos. La autora de Jesús Mosterín y Javier Sádaba. Una última conversación[1] sabe que el diálogo es indisociable del oficio filosófico académico y mundano, y se ha empeñado en facilitar el intercambio de ideas entre algunos pensadores contemporáneos imprescindibles, que han disfrutado o siguen disfrutando de la amistad del filósofo vasco Javier Sádaba, a quien dedicara su tesis doctoral. Además del diálogo interrumpido por la muerte de Jesús Mosterín el 4 de octubre de 2017, podemos asistir al que mantiene Javier Sádaba con el filósofo Tomás Pollán y el teólogo Manuel Fraijó en dos libros anteriores.[2]
No me voy a ir por las ramas. Son libros que tratan, fundamentalmente, de la amistad, el diálogo, el valor cognitivo y emotivo del lenguaje y el imperio de la inteligencia sentiente, en el marco de una tensión inacabada entre el sano sentido común y la utopía, presente en el pensamiento de Javier Sádaba. Por otra parte, suscribo la declaración de Bergson: “Nunca se está obligado a escribir un libro”, al tiempo que defiendo la oportunidad y pertinencia de la labor de María del Olmo Ibáñez al tejer pacientemente nuestra historia reciente con los frágiles hilos de la memoria. La autora ignora, tal vez, que una de mis ocupaciones laborales es la de bibliotecario. Puedo comprender perfectamente la emoción que despierta el descubrimiento de un documento, la conservación de las huellas del pasado más remoto y el respeto solemne por los libros y el orden que debe reinar entre ellos. ¿Buscamos con ello la inmortalidad, al margen de las promesas del transhumanismo? Rozamos la inmortalidad como depositarios de un tesoro de forma reverencial, como los antiguos griegos hacían con la physis o los árabes con los escritos de los filósofos y científicos griegos. Lo difícil es trascender la condición de receptáculo y gestor del saber y atreverse a engarzar ideas para lograr que queden expuestas, a la vista de los ciudadanos de un mundo afectado por las prisas y el goce de lo inmediato. Y más difícil, si cabe, conseguir que lo escrito sacuda nuestra conciencia, nos produzca el pseudotraumatismo craneoencefálico que, según Kafka, debería provocarnos su lectura. O, recogiendo el sentido que atribuye el filósofo francés Pierre Hadot a la expresión “ejercicios espirituales” –tan familiar a los lectores de San Ignacio de Loyola, como lo es Javier Sádaba-, debería provocar en nosotros una transformación, un cambio de perspectiva, una nueva manera de afrontar la “vida buena”.
Es un acto heroico el de procurar la conservación de la memoria en los tiempos de la posverdad. Es un acierto intentar la síntesis, esculpir un relato con innumerables fragmentos, por la desmesura con la que el análisis amenaza a nuestro pensamiento más sólido. La claridad no basta, porque puede estar contaminada por el engaño deliberado y mediada por intereses. Por eso, entre otras cosas, son tan necesarios “los clásicos” y las labores enciclopédicas. Está en juego nuestra memoria, que es lo mismo que decir que peligra nuestra identidad colectiva. Por eso son tan necesarios los “ratones de biblioteca” y sobran los espías.
Se dice que en una biblioteca nació en occidente el término “metafísica”, por obra y gracia de Andrónico de Rodas, el director del Liceo aristotélico. Al poner en orden en los estantes la ingente obra de Aristóteles se encontró con catorce libros sin nombre que hablaban de cosas relativas a la física, pero que “estaban más allá de la física”, ofreciendo a ésta sus primeros principios, sus fundamentos. Pero lo importante era colocar los libros, ordenarlos, disponerlos espacialmente para facilitar su consulta, y decidió hacerlo “más allá” de los ocho libros de la Física. Me gusta pensar que fue esta razón espacial y no esa razón tan sesuda que he citado anteriormente la responsable última del nombre. No es de extrañar que Javier Sádaba comparta mi fantasía, dada su afición por las etimologías y el gusto por la palabra.
Según Jesús Mosterín el apellido “Sádaba” es una transgresión flagrante de la lengua castellana. Los orígenes judíos del término (que alude al día sagrado del Sabbat) casan mejor con una secuencia diferente de fonemas. Pero Javier Sádaba no quiere cambiar de apellido aunque tenga que seguir escuchando extraños vocablos de la boca de recepcionistas de hotel o azafatas de congresos. Tal vez, porque la transgresión conviene a su ser. No obstante, la herencia recibida de Aristóteles, José Ferrater Mora y Mario Bunge hacen de Mosterín y de Sádaba dos apasionados del orden y la medida, y de los propósitos sistemáticos, pese al manto analítico que recubre sus argumentos. El análisis lógico exige la síntesis para evitar los vuelos en el vacío y el vano escolasticismo con objeto de perfilar el viejo ideal de la Racionalidad.
Mosterín y Sádaba muestran una velocidad felina cuando argumentan y no se amilanan por el calor del debate con independencia del escenario en el que se encuentren. Y ambos comparten la necesidad de seguir y ofrecer un esquema claro y riguroso a su auditorio o a sus lectores. El uso de la lógica es su seña de identidad intelectual como lo es también su osadía. No rehúyen, en principio, ninguna controversia, aunque para ello tengan que sumergirse en los mares de lo políticamente incorrecto. Por otra parte, y al igual que pensadores tan alejados de su perfil filosófico como Hegel, nos suministran multitud de ejemplos e imágenes plásticas sin caer en la autocomplacencia, porque lo importante es descubrir “lo universal en lo particular”.
Mosterín y Sádaba son capaces de hacer hablar filosóficamente hasta a las piedras. Son dos “filósofos de guardia” disciplinados y generosos, siempre dispuestos a presentarse en la escena del crimen conceptual, que comenzaron a dialogar en la década de los setenta. María del Olmo nos pone en la pista de su amistad tejiendo ideas sobre la religión, la ciencia –en especial, la bioética-, los animales, la filosofía política y el nacionalismo. La amistad es, según Cicerón, un privilegio de los hombres de bien, cabales y de amplias miras, que siguen a la naturaleza de modo solemne. La naturaleza y sus dictados son el camino para el buen vivir y la amistad nos alimenta con los frutos de la alegría. Aquí reside el secreto del diálogo entre Sádaba y Mosterín: en el devenir de la relación dialéctica entre naturaleza y cultura al que aluden directa o indirectamente sus escritos y conferencias.
El libro de María del Olmo brinda al lector la oportunidad de revisar su propio sistema de creencias cotejándolo con las tesis y argumentos de dos filósofos audaces que coinciden en lo esencial: en la amistad y en subrayar la primacía categorial y práctica de la naturaleza. ¿Compartimos sus modos de pensar, sentir y actuar? ¿Nos facilitan o nos dificultan el acceso a la vida buena? ¿Es la religión un consuelo ilusorio, una forma de autoengaño, como piensa Mosterín? ¿Es consistente el agnosticismo de Sádaba? ¿Tiene la Filosofía de la Religión una función moral? ¿Es el transhumanismo una nueva religión?
¿Son Sádaba y Mosterín bioéticos “progresistas”? ¿Se puede hacer filosofía en el siglo XXI a espaldas de las neurociencias y la genética? ¿Tienen los animales derechos –“intereses”, según Sádaba-? ¿Se puede justificar racionalmente –desde un punto de vista científico y ético- el derecho a abortar y a una “buena muerte”? ¿Es la democracia un ídolo caduco que conviene derribar? ¿Ha fracasado estrepitosamente la filosofía política? ¿Vivimos en el mejor de los mundos posibles? ¿Son el liberalismo y el mercado, como piensa Mosterín, las mejores herramientas para lograr la justicia social y la convivencia pacífica? ¿Debemos reclamar para la ética el gobierno sobre la política, la organización social y la economía, como propone Sádaba? ¿Es ingenua la posición “libertaria” de este último? ¿Cuál es el significado de la utopía y del cosmopolitismo en nuestro tiempo? ¿Es deseable un mundo sin Estados? ¿Se debe rechazar cualquier tipo de nacionalismo y defender la globalización como remedio universal, como hace Mosterín? ¿Está la globalización al servicio del mercado y es viable un nacionalismo de base antropológica, como sugiere Sádaba?
El liberal y el libertario se encuentran en los confines de la libertad y la preeminencia de ésta en la jerarquía de valores que establecemos para resolver los conflictos morales y elaborar propuestas políticas. El ateo y el agnóstico se dan la mano frente al dogmatismo y el integrismo religioso. Es en el escenario del escepticismo moderado, heredero de Hume, en el que cabe el diálogo más fecundo, en el que conviven la razón crítica fundada en la ciencia y la sensatez de las creencias habituales cimentadas en la experiencia. Aquí, el testimonio de la razón –esa facultad capaz de encadenar conceptos, juicios y razonamientos con la meticulosidad de un orfebre- nos dota de humanidad tanto como el que aportan la memoria y la imaginación en una especie de espacio lógico wittgensteiniano. Y María del Olmo ha conseguido con su libro que el pensamiento de Jesús Mosterín y Javier Sádaba no quede únicamente expuesta a la crítica roedora de los ratones, como dirían los autores de La ideología alemana.
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[1] Madrid, Ápeiron ediciones, 2019. María del Olmo Ibáñez es Directora del Archivo Histórico Provincial de Alicante y Doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Alicante.
[2] Olmo Ibáñez, María del, Tomás Pollán y Javier Sádaba. Perpendiculares y paralelos, Oviedo, Eikasia, 2015 y Olmo Ibáñez, María del, Manuel Fraijó y Javier Sádaba. Un diálogo entre dos filósofos de la religión, Madrid, Tecnos, 2017.
Frases y propuestas interesantes para pensar. Me quedo con varias, por ejemplo:
La amistad es, según Cicerón, un privilegio de los hombres de bien, cabales y de amplias miras, que siguen a la naturaleza de modo solemne.
Muchas gracias por palabras tan cariñosas. Javier Sádaba y yo coincidimos a la hora de subrayar la importancia del tesoro de la amistad en nuestras vidas. Tal es el caso que hace tiempo me recomendó encarecidamente la lectura de Cicerón para iniciar el análisis conceptual de la amistad. El estudio de los clásicos es imprescindible. Un saludo.