Monográfico Revolución y Utopía: ¿Salas de máquinas para el fin de los tiempos?

Monográfico Revolución y Utopía: ¿Salas de máquinas para el fin de los tiempos?

Imagen| Hermes Guardiola Marcos, Naturaleza 1

El calor y el entusiasmo de las palabras del filósofo español Félix Duque, en aquella tarde mágica del otoño malagueño de 2010, sedujo fácilmente a un puñado de locos, congregados en torno a una majestuosa higuera, en la trastienda del Museo Picasso de Málaga, con el señuelo del maridaje entre las vanguardias artísticas y los sueños utópicos[1]. Para el profesor Duque, el fin de la Modernidad entraña la fusión perfecta de la utopía social y la utopía tecnocientífica. Se ha llegado, en definitiva, al fin de los tiempos, al fin de la Historia. Y el momento presente, como subrayara Herbert Marcuse[2], es fiel testigo de una verdad redundante sobre las posibilidades histórico-sociales de la Humanidad: “hoy día toda forma del mundo vivo, toda transformación del entorno técnico y natural es una posibilidad real”. Hoy es también una posibilidad real, que la mayor parte de la Humanidad no tenga que trabajar para vivir, gracias al desarrollo tecnológico.

Por otra parte, cabe preguntarse si la utopía[3], ese concepto intencional vinculado a ideales irrealizables, pero deseables, implica siempre la presencia de una semilla crítica y revolucionaria. ¿Puede haber utopía sin revolución? ¿Podemos asistir a una revolución que no esté alimentada por la utopía? ¿El fin de la Historia es, también, el fin de la utopía y de la revolución? De otro lado, no podemos perder de vista que, al hablar de utopía y revolución nos adentramos en la relación problemática entre teoría y práctica a la que aludía, con un profundo lamento, la undécima de las Tesis sobre Feuerbach del barbado Karl Marx: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.” El surrealista André Bretón completó la idea: “Marx dijo “transformar el mundo”; Rimbaud dijo “cambiar la vida”; estas dos consignas son para nosotros una y la misma”. Aunque parece improbable que Platón, Tomás Moro, Campanella, Francis Bacon, Butler, Cabet, William Morris, H.G. Welles y tantos otros pensaran que podrían ver encarnados  en el todo social sus ideales de perfección, lo cierto es que las modificaciones y reformas que propusieron en su día, tras sus aceradas críticas a la sociedad de la época, denotan una intención revolucionaria y una actitud de compromiso activo con “cambiar la vida” en la medida en que pueden crear las condiciones necesarias para el cambio. A fin de cuentas, pienso que la clave de todo este enjambre cognitivo está en los conceptos de esperanza y transformación, tanto individual como social.

Francis Bacon (1561-1626), “el más sabio, inteligente y miserable de los hombres” según Alexander Pope, propuso, en la línea citada, una gran Restauración (la Instauratio Magna), con objeto de reconquistar el saber y el poder sobre la naturaleza que habríamos perdido los humanos tras el fatídico pecado original. Para ello diseña una investigación científica modélica en la que alumbra las claves del método inductivo, una vez denunciado el carácter falso del sistema escolástico medieval, así como los excesos del refinamiento renacentista y el esoterismo. Se me antoja que la esperanza y los deseos de transformación real, efectiva, propios del espíritu revolucionario, están impresos en la gran restauración baconiana, el marco ideológico que sustenta la tecnocracia triunfante en La Nueva Atlántida (1626). Así lo proclama en dicha obra el Gobernador de la Casa de Salomón: “El fin de nuestra fundación es el conocimiento de las causas y de los movimientos secretos de las cosas, así como la ampliación de los límites del imperio humano, a fin de que todas las cosas posibles lleguen a ser efectivas.” Bacon no quiere morirse sin ver cómo su sueño tecnocientífico se hace realidad, al menos, en alguna rama del saber[4], aunque permanezcamos únicamente en el plano conceptual, en el plácido reino de la teoría. Dicen por ello, las malas lenguas, que este celo revolucionario llevó a Bacon a la tumba, quien murió en las calles de Londres, tras rellenar de nieve un pollo, con objeto de comprobar los efectos de la refrigeración. Mas la frialdad invernal nada tiene que ver con el ardor que puso en su empeño final, no menos científico, el filósofo y médico persa Abu Ali al-Husayn Ibn Sina, conocido como Avicena (980-1037), quien falleciera como consecuencia de una sobredosis de opio tras entregarse con una dedicación vigorosa y esmerada a la actividad sexual. No se vayan a pensar que la ciencia está siempre reñida con el gozoso deleite de los placeres sensoriales.

¿Es posible todavía el retorno de las utopías, o tal vez sea demasiado tarde?, se pregunta el profesor Félix Duque. Los “integrados potenciales”, es decir, aquellos que comulgan con la ideología dominante en un determinado modo de producción, como el sistema capitalista neoliberal, padecen continuos raptos de frustración, pues crean paraísos con su imaginación de los que se sienten excluidos. Se trata de paraísos tan quiméricos como el de la “eterna juventud” o “la edad de oro”. Este es el caso, por ejemplo, de la utopía anarco-capitalista del filósofo norteamenricano Robert Nozick (1938-2002), quien postulara la creación de un “estado mínimo”, que se limitaría a la protección de los derechos inviolables de los ciudadanos a través de la recaudación de impuestos, la regulación y el control de la educación y la sanidad, y la defensa a ultranza de un estilo de vida individual rabiosamente libre. Para Félix Duque, “dicho estado surgiría, por así decir, espontáneamente, a partir de la asociación voluntaria de grupos de individuos en agencias de protección, las cuales –por un proceso casi sociodarwinista, aunque supuestamente pacífico- llevarían con el tiempo a la dominación de unas sobre otras, hasta que al final sólo quedaría una Agencia, la cual integraría a todas las demás: tal sería ese estado mínimo.” La utopía de Nozick implica también una interesante propuesta lúdica, dado que dentro del estado mínimo es posible la convivencia pacífica de grupos tan variopintos como los boy-scouts, los seguidores de diferentes credos religiosos y sectas, los clubs deportivos o las comunas hippies, por ejemplo. Por otra parte, las utopías relacionadas con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, siguiendo la estela de la utopía de Bacon o de la Ciencia Unificada por la que suspiraban los neopositivistas del Círculo de Viena, y en sintonía con las consecuencias que se pueden derivar del conservadurismo de Nozick, tienden a la destrucción de la naturaleza, al sacrificio de ésta en detrimento de su conversión en algo completamente artificial, en los ámbitos industrial, social y comunicativo, así como a la transformación metamórfica de la condición humana en una sociedad libre y tecnológicamente avanzada, una sociedad libertaria que juega únicamente el papel de “marco” para la utopía.

De este modo, integrados como el norteamericano Kevin Kelly, fundador y director ejecutivo de la prestigiosa revista Wired, confían en el advenimiento de “technium”, de una nueva fuerza matriz capaz de revolucionar las condiciones de la vida en la tierra, y declaraba ya en el año 2010: “¿No es eso lo que debe ser, que los ricos pongan las bases del desarrollo de tecnología barata en favor de los pobres? (…) El desarrollo tecnológico se da entre lo común y la ubicuidad, entre los que lo tienen-después y ‘todos los que lo tienen’. Cuando los críticos nos preguntaban a los defensores de Internet, qué iba a ocurrir con la fractura digital, yo respondía ‘Nada’, y añadía un desafío: ‘Si quieres preocuparte por algo, no lo hagas por la gente que está generalmente desconectada. Esta gente va a interrumpir la conexión más deprisa de lo que piensas. En lugar de eso harías bien en preocuparte sobre lo que vamos a hacer cuando todo el mundo esté en línea”. [5] No obstante, también hay pensadores actuales que apuestan por proyectos de transformación individual y social deseables y asequibles, al menos provisionalmente. No se trata de fantasías irrealizables ni de cambios cosméticos, sino de esperar al momento en el que la situación alcance la madurez suficiente para el desarrollo de los factores objetivos y subjetivos presentes en los viejos y nuevos gérmenes críticos y revolucionarios.

En su obra Elogio de la locura[6], el humanista del Renacimiento Erasmo de Rotterdam (1469-1536) nos saluda con provocación y sarcasmo, o lo que es lo  mismo, nos invita a pensar. “¿Es que no veis que los demás seres con vida son más felices cuanto más lejos se hallan de las ciencias, y sólo tienen por maestra a la naturaleza? ¿Qué más feliz y más admirable que las abejas?” Si fuéramos capaces de desprendernos de nuestro quitinoso caparazón llamado libertad, podríamos convertirnos de forma kafkiana en unos escarabajos felices, retozando sin cesar cual dioses egipcios, alejados de las deliberaciones y la toma de decisiones que nos humanizan y, al tiempo, nos esclavizan, debido a la costumbre malsana de elegir sin descanso, una y otra vez. Continúa Erasmo: “lo mismo sucede entre los mortales que se esfuerzan por alcanzar la sabiduría y son por lo mismo los más alejados de la felicidad. En realidad, son doblemente estúpidos, primero porque ignoran su condición de hombres, y segundo porque quieren envidiar a los dioses inmortales y, a ejemplo de los gigantes, hacen la guerra a la naturaleza, valiéndose de las armas de la ciencia”. Esto es lo que pasa con la llamada “docta ignorancia”, con los prejuicios del academicismo y el abuso del antropocentrismo. Con el paso del tiempo, he logrado firmar el armisticio tanto con la naturaleza como con los soberbios (en su doble sentido) productos culturales, pero no es tarea fácil. Me hacía falta vivir, experimentar ciertas vivencias, “meterme en sus fauces”, como dice Nietzsche, aun a sabiendas de los peligros que entraña, pues el azar puede devorarnos en el intento. Una aventura vital plagada de escepticismo, pero edulcorada con la esperanza y el deseo de transformación individual, social y política. ¿Mis requiebros como domador pueden ser considerados revolucionarios? Y “¿hay acaso, ¡por los dioses inmortales!, seres más felices que esos hombres que el vulgo llama payasos, tontos, fatuos y locos de remate, apelativos todos ellos espléndidos, a mi parecer?”, como afirma Erasmo. Yo todavía no lo tengo claro.

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1] En noviembre de 2010 tuve el placer de escuchar la ponencia del profesor Félix Duque titulada El concepto de utopía. Los artistas y la ciudad ideal: de Platón a la contemporaneidad. Desde las Utopías renacentistas a la Revolución de 1789 y a las ingenierías socialistas y positivistas del siglo XIX en el marco del curso de especialización “Utopías de las Vanguardias”, que organizara el Museo Picasso y la Universidad de Málaga por aquellas fechas. Muchas de las ideas que aquí expongo siguen su línea argumental.

[2] Marcuse, Herbert, El final de la utopía, Barcelona, Ariel, 1981.

[3] Me atrevo a recomendar, en este punto, gracias a las indicaciones del profesor Félix Duque y de los organizadores de la V Olimpiada Filosófica de Catalunya, coordinados por la profesora Dolors Alcántara (http://blocs.xtec.cat/filolimp), el libro de Claudio Magris, Utopía y desencanto: historias, esperanzas e ilusiones de la modernidad, Barcelona, Anagrama, 1996; el libro de Antonio Santos titulado Tierras de ningún lugar. Utopía y cine, Madrid, Cátedra, 2017; el libro clásico fechado en el año 1922 del humanista Lewis Mumford, Historia de las Utopías, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2013; el artículo de Rafael del Águila Tejerina, “Crítica y reivindicación de la utopía: la racionalidad del pensamiento utópico”, Reis 25/24, pp. 37-70; y el capítulo VIII “Razón, utopía y disutopía”, del libro Desde la perplejidad. Ensayos sobre la ética, la razón y el diálogo, del ilustre filósofo español Javier Muguerza  y publicado en el año 1990 (Madrid, FCE, 2006).

[4]Contamos también con salas de máquinas, en las que preparamos máquinas e instrumentos para realizar toda clase de movimientos. En ellas practicamos e imitamos movimientos más rápidos que los producidos por vosotros, sea con vuestros mosquetes o con cualquier otro ingenio; y esto con objeto de hacerlos y multiplicarlos con más facilidad y con menos fuerza menor, por medio de ruedas y de otras formas, para hacerlos así más potentes y más violentos que los vuestros, de modo que sobrepasen a vuestros más grandes cañones y morteros”, afirma nuevamente el Gobernador de la Casa de Salomón en La Nueva Atlántida.

[5] Kelly, Kevin, What Technology Wants. Technology is a living force that can expand our individual potential –if we listen to what it wants, Nueva York, Viking Press, 2010. La referencia y la traducción del texto es del professor Félix Duque.

[6] Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, trad. Pedro Rodríguez Santidrián, Madrid, Alianza Editorial, 1984. Dado que el título latino de la obra es Stultitia Laus, otras traducciones han optado por el título de Elogio de la estupidez.


Este artículo forma parte del Monográfico sobre Revolución y Utopía que HomoNoSapiens organiza con motivo de la V Olimpiada filosófica de Andalucía, convocada por la Asociación Andaluza de Filosofía, y la V Olimpiada Filosófica de España

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Rafael Guardiola Iranzo

Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, ha tratado de conciliar, desde entonces, sus dos hemisferios cerebrales, de acuerdo con sus intereses: de un lado, la Lógica, y de otro, la Estética y la reflexión sobre las artes. Profesor de Filosofía desde 1985, en Centros de Bachillerato y Secundaria de Madrid, Palma de Mallorca y Málaga, es el actual Presidente de la Asociación Andaluza de Filosofía, y tiene a gala ser miembro de la Sociedad Española de Filosofía Analítica y coordinar la Plataforma Malagueña en Defensa de la Filosofía. Ha organizado las siete ediciones de la Olimpiada Filosófica de Andalucía en colaboración con Antonio Sánchez Millán y la Final de la VI Olimpiada Filosófica de España en la ciudad de Málaga, una clara muestra, a su juicio, del papel social de la Filosofía y una valiosa cantera de pensadores críticos. Empeñado en que la Filosofía esté en el tejido de la vida cotidiana, colabora habitualmente en la sección de Opinión de “El Mirador de Churriana”, Diario Local del Distrito nº8 de Málaga, ciudad en la que trabaja desde 1994. Es, asimismo, coautor del libro Los Otros. Taller de Filosofía en torno al diálogo platónico Eutifrón (2019) y de traducciones de libros que están en sintonía con sus debilidades especulativas: Cornford, F.M. (1987). Principium sapientiae. Los orígenes del pensamiento filosófico griego. Madrid: Visor; Goodman, N. (1995). De la mente y otras materias. Madrid: Visor; Podro, M. (2001). Los historiadores del arte críticos. Madrid: Antonio Machado Libros; y Fried, M. (2004). Arte y objetualidad. Madrid: Antonio Machado Libros. Ha publicado artículos y reseñas en revistas como Revista de Occidente, Theoria, La balsa de la Medusa, Alfa, Sociedad, Café Montaigne y Filosofía para Niños, y participado en Proyectos de innovación Educativa y Grupos de Trabajo, auspiciados por la Junta de Andalucía. Su mayor mérito: haber recibido ya, por parte del Ayuntamiento de Málaga, un homenaje a su trayectoria como docente, sin haberse jubilado ni haber muerto.

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