Monográfico Asimov: La tarea de humanizar la ciencia

Monográfico Asimov: La tarea de humanizar la ciencia

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Al principio -dice Isaac Asimov en su monumental «Introducción a la ciencia» – fue la curiosidad.

La curiosidad, el asombro ante el mundo que nos rodea, puede considerarse como el origen de toda actividad científica, entendiendo la palabra origen no en su acepción histórica sino, antes bien, como fuerza impulsora o motriz de algo. Sin embargo, a pesar de que la curiosidad se nos muestra como una de las cualidades más propias de todo ser humano (al menos durante la infancia), resulta también -como reconocía Albert Einstein– «una delicada planta que se sostiene por la libertad, siendo todo un milagro que los modernos métodos de enseñanza no la hayan aniquilado» .

La enseñanza deshumanizada de la ciencia

 

No sé si aniquilado por completo, pero estoy convencido de que la enseñanza que impartimos en nuestros centros educativos merma considerablemente, hasta dejar maltrecha, la curiosidad por aprender de nuestros estudiantes; síntoma de ello es el creciente desinterés de la juventud en particular y del gran público, en general, hacia el conocimiento científico.  Y, aunque este tema es un asunto complejo en el que habría que considerar la incidencia de múltiples factores (como la presión por los exámenes y la competencia por las notas o la inapropiada extensión de los currículos académicos que acaban desmotivando al alumnado, entre otras causas) un elemento fundamental, en mi modesta opinión, es una forma de abordar los contenidos que no conecta con las inquietudes vitales del estudiante y a la que voy a referirme como deshumanización en la enseñanza de la ciencia. Ahora bien, ¿no es acaso una contradicción hablar de humanizar una disciplina como la ciencia? Sin duda puede parecerlo por el hecho de que, tradicionalmente, han sido catalogadas como humanidades las enseñanzas de latín, historia o literatura, dejándose al margen otras como la química, la física o la biología y, en general, todas las de la rama científica. Sin embargo, mas allá de esta artificiosa clasificación que no hace sino revelar una profunda hemiplejia intelectual y, tal y como reconoce Fernando Savater en su obra «El valor de educar», no puede sostenerse en serio que estudiar matemáticas o física sea una tarea menos «humana» que dedicarse al griego o la filosofía, en la medida que la educación humanista consiste ante todo en fomentar e ilustrar el uso de la razón, pues es la razón la que nos diferencia en tanto que seres humanos.

¿A qué me refiero entonces cuando hablo de una enseñanza deshumanizada de la ciencia? Pues, básicamente, a una metodología de aprendizaje que se reduce al aprendizaje memorístico (esto es, un  pseudo-aprendizaje) de leyes y conceptos cuyo significado raras veces se discute y a la resolución algorítmica y mecánica de problemas típicos, dejando en el olvido el estudio de la problemática social o intelectual en el que determinados desarrollos científicos surgen, más allá de la cual no puede alcanzarse una comprensión significativa de los mismos pues,  como bien sabía Nietzsche, podemos decir que sólo comprendemos aquello que vemos nacer. Adicionalmente, ante la vastedad del conocimiento científico la enseñanza al uso cae de lleno en esa forma de barbarie que es la especialización (contra la que ya nos prevenía nuestro eminente Ortega y Gasset) que lleva a un abordaje de conceptos técnicos de manera aislada, sin atender a su relación con otros conceptos y a su ubicación en el contexto general de la ciencia y de la cultura, perdiéndose la capacidad para una visión de conjunto o, como suele decirse, que «los árboles no nos dejan ver el bosque». Por no hablar del total olvido en el que se deja el estudio de la biografía de los científicos que, si bien, no resulta necesario para el dominio instrumental de los contenidos técnicos, el conocimiento de las vicisitudes personales de los forjadores de la ciencia, sus intereses y motivaciones y su incansable búsqueda de conocimiento no deja de constituir un modelo necesario que sirve de ejemplo y estímulo para la juventud. Ante el descuido del factor humano, del contexto histórico cultural que posibilita una comprensión significativa y la ausencia de una visión sintética y global, el estudiante se enfrenta a una serie de conceptos y procedimientos que le son ajenos -pues no puede conectar con sus inquietudes y sus intereses vitales- y que tendrá que embutirse de memoria para superar la presión de los exámenes. En estas circunstancias, la desafección respecto al estudio de la ciencia está más que garantizada.

Isaac Asimov como divulgador científico

 

         Como un ejemplo personal  de ese tratamiento deshumanizado de la ciencia, podría decir que en ninguno de los cinco cursos de mi Licenciatura en Química tuve una asignatura o una parte de la misma, ni aún en la introducción a algún tema concreto, en la que se tratara la historia de la química. Ni siquiera desde la actual perspectiva pragmática y funcional podría justificarse semejante carencia. Así que tuve que buscarme por mi cuenta y riesgo el alimento intelectual que no se contemplaba en la dieta instrumental de mi plan de estudios universitario. Por suerte para mí, tuve la fortuna de toparme con un ejemplar de la deliciosa «Breve Historia de la química» de Isaac Asimov. En este texto conciso pero fundamental, Asimov traza en catorce capítulos la evolución de la química, desde el descubrimiento del fuego hasta las reacciones nucleares y la bomba atómica, pasando por el misticismo de la Alquimia, la decapitación de Lavoisier o la visionaria clasificación de los elementos de Mendeleiev. Se trata de una obra sintética, amena y llena de detalles históricos y biográficos que me propiciaron una primera perspectiva histórica de mi materia de estudio y un excelente estímulo, acompañándome fielmente como libro de cabecera durante toda la carrera (y aún hoy lo sigue haciendo en mi práctica diaria como profesor de secundaria).

El citado libro, aunque le guardo un cariño especial como se comprenderá,  no es el primero de Asimov que tuve el placer de disfrutar. El primer texto divulgativo del genial escritor con el que tuve contacto fue «Cien preguntas básicas sobre la ciencia», un librito que venía de regalo con la excelente revista de divulgación «Conocer» (que, como tantas de su estilo, acabó desapareciendo en poco tiempo) y que me permitió, siendo yo muy joven, entrar en contacto directo con los misterios de la naturaleza, despertando mi curiosidad y mi interés hacia la ciencia. Esta obra recoge el fruto de la colaboración de Asimov con la revista «Science Digest», donde el divulgador respondía en unas 500 palabras a las preguntas formuladas por los lectores. Entre otros temas que se tocan en el libro, recuerdo haber leído allí por primera vez acerca de la fascinante Teoría de la Relatividad de Albert Einstein.

La obra de divulgación científica de Isaac Asimov es ciertamente muy extensa por lo que voy a limitarme a esbozar aquí muy brevemente algunos de mis textos favoritos, al margen de los ya citados:

«Grandes ideas de la ciencia»: la obra divulgativa más conseguida -en mi opinión- del escritor estadounidense (de origen ruso), donde logra,  sintetizar en apenas cien páginas los principios más fundamentales de la ciencia en sus distintos ámbitos: desde la hipótesis atómica o el principio de conservación de la energía, hasta la idea física de campo, la teoría de la evolución o los cuantos de energía de Planck.

«El electrón es zurdo y otros ensayos científicos»: una imprescindible colección de ensayos de referencia para cualquier docente del área de ciencias, donde se tratan temas tan estimulantes como el principio de incertidumbre, la geometría de Euclides o los números primos.

«El Universo»: un texto fundamental para los que quieren acercarse a los misterios del cosmos, desde la asombrosa determinación de la forma y tamaño de la Tierra por Eratóstenes, hasta el Big Bang y los límites del universo, pasando  por el Sistema Solar, la evolución estelar o las distintas galaxias.

«Cómo descubrimos los números»: breve pero encantador librito en el que Asimov construye algo así como una genealogía de los números desde el primitivo arte de contar con los dedos, hasta la invención de los distintos sistemas de numeración (egipcio, romano o hindú) y la genial invención del cero. Una lectura amena y agradable para nuestros jóvenes alumnos de matemáticas.

La lista podría seguir alargándose, pero espero que con lo citado hasta aquí sea suficiente para incitar a algún  lector a acercarse a alguno de estos títulos que, sin duda, podría llevarle a otros y, en suma, a descubrir el rico y ameno universo de la divulgación científica de Asimov. Personalmente, los textos divulgativos (sin menoscabo de los de ficción literaria) han sido  para mi todo un descubrimiento, proporcionándome incontables momentos de placer y crecimiento, siendo uno de los incentivos que han acabado definiendo mi vocación hacia las ciencias. La de divulgador científico es sólo una de las múltiples facetas del prolífico Asimov. Es claro que ésta se ve marcada no solo por su sólida formación como profesor de bioquímica, sino también por su inclinaciones hacia el estudio de la historia y el cultivo de la literatura: todo ello hace que Asimov consiga un enfoque «humano» de los contenidos científicos, de carácter significativo y lectura, más que amena, fascinante. No son pocos los momentos en los que, tras leer en los textos de Asimov la explicación de algún concepto o principio científico que ya había memorizado antes en el instituto o la universidad, experimentaba ese placer genuino de la iluminación (momento «eureka» de la ciencia) por llegar a comprender el mismo. Aún hoy, después de haber dejado a muchos otros autores, las lecturas de Asimov siguen siendo para mi un estímulo y un referente, constituyendo un recurso habitual de mi labor docente.

La tarea de divulgar la ciencia

 

Es una notoria paradoja el hecho de que vivamos en una sociedad dependiente y muy condicionada por el desarrollo científico y, al mismo tiempo, buena parte de los contenidos científicos resulten desconocidos por el ciudadano medio que vive, por así decirlo, de espaldas a los mismos, a pesar de beneficiarse de sus desarrollos tecnológicos, muy próximo a la figura del «bárbaro rebelde» de la que nos hablaba Ortega y Gasset. Resulta destacable que a pesar del tremendo impacto que el desarrollo científico tiene en múltiples decisiones que afectan a todos los aspectos de la sociedad -desde el conocimiento de virus microscópicos que causan pandemias globales, hasta el hallazgo cosmológico de ondas gravitacionales que dibujan nuestra imagen del universo- los responsables de dichas decisiones, los políticos, no superan en su gran mayoría en competencia científica al ciudadano medio, siendo por lo general profesionales formados en el ámbito de las letras, con tanto conocimiento en las leyes civiles como ignorancia en las de la naturaleza. Adicionalmente,  la consideración social de la ciencia  como parte integrante de la cultura ha estado siempre en una clara desventaja, como ya pusiera de manifiesto el novelista y antes químico C. P. Snow en su conferencia «Las dos culturas», donde se afirma que tan inculto debe considerarse al que desconoce una ley tan fundamental como la segunda ley de la termodinámica como al que no ha leído ninguna de las obras de Shakespeare.

Como parece bastante ingenuo pensar que podemos construir un mundo mejor de espaldas a la ciencia -ante la urgencia de abordar problemas como encontrar la vacuna para el coronavirus, combatir el cambio climático, desarrollar tratamientos efectivos contra el cáncer, etc- resulta una prioridad esencial la alfabetización científica de la sociedad. En relación con esto, me gustaría citar aquí unas palabras de nuestro compañero de HomoNoSapiens Pepe Zafra, escritas para el  Diario  Córdoba, con las que me siento especialmente de acuerdo:

         «Se habla mucho de reforma educativa, pero yo no concibo otra que esta: que la ciencia entre de verdad en nosotros. El uso metódico de la experiencia no debería ser una práctica esotérica que distantes seres con batas blancas realizan en laboratorios. Solo abandonaremos la magia si somos capaces de apreciar de un modo casi «carnal» los diversos eslabones que enlazan la ley abstracta con la práctica u observación cotidianas. Hemos de sacar la ciencia del desván de nuestra memoria para ponerla a jugar por toda la casa. Esa es, a mi juicio, la tarea principal de la Educación: hacernos vivir de un modo consciente ese mundo en el que en realidad ya vivimos. Solo así podremos combatir de un modo crítico los desmanes que el mal uso de la ciencia puede generar. Solo así disfrutaremos de este universo maravilloso que se nos abre en cada parpadeo, y que la ciencia desmenuza y nos explica.»

Ante este desafío que supone la alfabetización científica y la necesidad de recuperar el interés por el estudio de la ciencia en la juventud, no podemos dejar escapar la ocasión para conmemorar el cumplimiento de los cien años del nacimiento de Isaac Asimov y con ello, reivindicar la lectura de sus textos divulgativos por su claridad, amenidad y brillantez.  Quizás el mejor reclamo para uno de nuestros mayores tesoros: la curiosidad.

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About Author

Alfonso Viudez

Alfonso Javier Viudez Navarro es profesor de Física y Química en la Enseñanza Secundaria. Doctor en Química y Premio Extraordinario de Licenciatura por la Universidad de Córdoba, realizó su tesis doctoral, "Síntesis, caracterización y ensamblaje de nanopartículas de oro protegidas por monocapas moleculares”, investigando en el campo de vanguardia de la nanociencia. Se considera, afín al célebre llamamiento de Betrand Rusell, una persona “con entrenamiento científico e intereses filosóficos”. Su compromiso con Homonosapiens pasa por compartir periódicamente el desmontaje conceptual de algún principio o idea científica para sacar a la luz todos aquellos supuestos (metafísicos, ideológicos, etc) subyacentes; el objetivo es tanto una comprensión más profunda, al tiempo que socavar la creencia cientificista -que no científica- en las posibilidades de la ciencia para llegar a explicarlo todo.

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