Monográfico Delibes: sobre Diario de un cazador, de Miguel Delibes

Monográfico Delibes: sobre Diario de un cazador, de Miguel Delibes

Imagen | Yang Ding

COMUNIÓN CON LA NATURALEZA. LO QUE FUE Y NO ES

En Diario de un cazador, Premio Nacional de Literatura de 1955, al igual que en toda su obra literaria, Miguel Delibes Setién nos ha dejado su impronta, que es la impronta de su época histórica, la evolución o involución de los seres humanos que conviven en tiempo-lugar-y forma: su incesante dedicación como novelista se inicia dentro de un pensamiento tradicional con La sombra del ciprés es alargada, que obtiene el Premio Nadal en 1948. Seguida por la publicación de tantas otras obras de gran interés y reconocido valor: Aún es de día (1949), El camino (1950), Mi idolatrado hijo Sisí (1953), Diario de un cazador (1955), La hoja roja (1959), y Las ratas (1962), y un suma y sigue imparable hasta sus últimos días de existencia. En 1966 se publica con Cinco horas con Mario y en 1975 Las guerras de nuestros antepasados; adaptadas al teatro en 1979 y 1990. Los santos inocentes ve la luz en 1981 (llevada al cine por Mario Camus); más adelante publica Señora de rojo sobre fondo gris (1991), y Coto de caza (1992), entre otras.

De un humanismo singular, la creación literaria de Miguel Delibes nos muestra a gentes sencillas apegados a la Tierra, a su ciudad natal Valladolid y al campo castellano. Esta firme identidad con el medio deriva a compromiso literario que va en aumento a medida que su carrera avanza, Miguel Delibes describe en sus novelas personajes de su tierra natal, sus vidas sencillas en el mundo rural y campestre que tanto aman:

«Es muy hermosa nuestra ciudad, ¿verdad, hijo?». Desde la azotea se divisa un mar de luces y todo está en silencio, como muerto. Sólo de vez en cuando le asusta a uno el silbido de un tren. (Delibes, 1955).

Lo hace sin duda con un espíritu crítico dominando una ironía dulce y soterrada que  lleva al lector a la empatía con los personajes. La observación directa de arquetipos y situaciones de un pensamiento mágico que el pueblo mantiene de generación en generación, en contraposición con la óptica de un católico liberal. Un ejemplo, en Diario de un cazador, el protagonista recuerda la muerte de su padre:

El médico decía: «Por más que le hurgo no le encuentro ningún mal». Mi madre dijo: «Es la pena, doctor». Y se murió y aún estamos aguardando el diagnóstico. Es chocante cómo cada vez que me siento a recargar me acuerdo del padre. Y también cuando me veo en el campo, con el sol arriba y un cansancio doloroso en los pies. (Delibes, 1955)

Con realismo, en castellano y empleando giros lingüísticos propios de los lugareños Miguel Delibes nos va adentrando en una atmosfera rural cerrada, con código y estilo ajustado, preciso. Explicitando sus valores y cultura altamente arraigada, de convicciones aparentemente inamovibles. La construcción de una historia de personajes entrañables, sencillos con los que vas empatizando a medida que adentras en la cotidianidad de sus vidas. La época en que se vivió y describe tan bien ya es historia, quizás queden reductos de esa mentalidad y esas formas de expresión. Marcados por el aprendizaje desde la infancia, a cargo de mayores y autoridades:

No sé por qué me viene a la sesera cada vez que se abre la temporada la perdiz aquella de Villalba; la que me hizo la torre. La condenada no llevaba sino un perdigón en la cabeza. Le pegué a cincuenta metros cuando menos. He pensado en ella y luego he pensado en cuando yo era chico y dejaba los tiros cortos. Don Florián, el cura párroco del Carmen, se hartaba de decirme: «No es eso, mozo. No pares la escopeta cuando oprimas el gatillo. De otro modo, adelanta el tiro para que la pieza se encuentre con él.» (Delibes, 1955: 10).

Los jóvenes crecían y se adentraban en el mundo de los adultos con naturalidad. El goce de la naturaleza, la admiración y respeto por sus mayores:

Salir al campo a las seis de la mañana en un día de agosto no puede compararse con nada. Huelen los pinos y parece que uno estuviera estrenando el mundo. Tal cual si uno fuera Dios. (Delibes, 1955:11).

Un ejemplo más de la representación de hábitos, con habla y estilo propio que Delibes recupera para la literatura. Los personajes reflejan orgullo y reconocimiento de sus costumbres y maneras de vivir:

Le hice ver que en Castilla la caza de perdiz es cuestión de piernas, en tanto que el conejo no es más que una costumbre. El mandria del Pepe se puso de su parte y dijo que cazador y tirador es una sola pieza en Castilla y en Extremadura. (Delibes, 1955: 57).

La narración marcaba los tiempos y una evolución lenta hacia lo que hoy son los pueblos de Castilla:

La Sociedad de Cazadores era esta tarde una olla de grillos. El presidente leyó un escrito para la prensa contra los cazadores desaprensivos. El artículo estaba bien traído y viene a decir que si los cazadores no respetamos la veda acabaremos con la gallina de los huevos de oro. El domingo los civiles hicieron una redada en el rapidillo y el que más y el que menos traía las manos manchadas. Se incautaron de veinticinco escopetas y ciento veintitrés cazas. (Delibes, 1955: 13).

Hay una crítica implícita al desarrollo humano que devasta y daña el mundo rural que él tan bien conoce y ama. Con maestría y magnífico uso del lenguaje, pone en duda el desarrollo, la sostenibilidad y equilibrio ecológico. Pone en evidencia y estaca sobre todo los excesos y violencias de la vida urbana. Miguel Delibes es consciente y deja testimonio de lo que suponía la actividad cinegética tradicional y el aumento desmesurado de la población humana con la consiguiente disminución de las otras especies. Se pone claramente al lado de los cazadores conscientes de lo que hacen y del respeto a las leyes que protegen a los animales en su medio natural. Aún hoy sigue la lucha por la conservación de la naturaleza sin dejar de practicar la caza. Es verdad que evoluciona y las leyes protegen con más rigor a las especies animales para evitar su extinción. Ya existía la conciencia de que los seres humanos estaban rompiendo el equilibrio ecológico y se hacía necesario el control de la actividad cinegética antes de que fuese del todo irrecuperable. Otras cuestiones que aborda, de la vida cotidiana, que hace entrañable a los personajes lo encontramos en los apuros que pasan para cubrir las necesidades básicas. Nos podemos imaginar, incluso empatizar con las triquiñuelas para la supervivencia en una España rural de posguerra:

¡La madre se los pisa, vamos! Hoy abrió al cobrador de la luz sin acordarse de quitar la horquilla. Por lo visto le dio un repaso regular. Se enteraron las de enfrente y para qué te voy a contar. (Delibes, 1955: 20).

La picaresca española, la imaginación popular, la comprensión solidaria:

Melecio me habló de su primo Esteban y fuimos juntos a su casa. Esteban dijo que todo dependía de que el cobrador hubiera o no dado parte. (Delibes, 1955: 20).

Relata magníficamente la situación, las formas de supervivencia, la solidaridad entre los que sufrían el abuso de poder, la miseria:

Esteban, echándolo a barato, le preguntó si había encontrado una horquilla en la cobranza de la mañana. Dijo Sisinio que una horquilla y un imán. Esteban entonces le sacó de la habitación y les oímos cuchichear un rato en la cocina. Nos dejaron solos a Melecio y a mí con el padre de Sisinio, que se bañaba los pies en un balde. Cuando regresaron Sisinio y Esteban, Esteban dijo que todo estaba listo. Al despedirnos, me advirtió que anduviera con ojo porque todas esas gaitas están muy castigadas. (Delibes, 1955: 20).

Se hace inevitable un análisis de las relaciones de pareja, la sorprendente moral de la época:

Un día le pregunté a Tochano por qué no se casaba con la chica, pero él me respondió de malos modos que pusiera mi casa en orden y no metiera el cuezo en la de los demás. (Delibes, 1955)

Lo que en la actualidad se dice una mirada de género, perspectiva que desde hoy al pasado podemos ver sorprendente e increíble y que en su momento se veía normal en el comportamiento humano. Se podría decir que, tanto ella como él, se comportaban según un rol aprendido de género:

Hoy se presentó Serafín con un chirlo en la cabeza. Olía que apestaba a vino. La madre se asustó y le preguntó qué le ocurría. Él respondió que la Modes le había sacudido con el hierro de la cocina. Explicó que los embarazos irritan a mi hermana y que en la fábrica le habían dicho que diese parte, pero que él no va a dar parte porque quiere a la Modes, y eso era una vergüenza, y por los chicos. Le acompañé a la Casa de Socorro y le pusieron dos grapas. (Delibes, 1955: 24).

Los personajes femeninos de El diario de un cazador obedecen a ese rol que la mujer debía representar dentro de la relación de pareja, y durante el noviazgo:

Anita vino esta noche con las chorradas de siempre. Lo que faltaba para el duro. Dice que las Mimis dicen que la mujer al casarse debe tener anchas las caderas. Ella las tiene estrechas y la he encontrado como achucharrada. Las tipas estas me comen vivo. No lo puedo remediar. (Delibes, 1955: 57)

Comportamientos que suponen ocultación de los deseos sexuales y manifestación de los mismos de manera “clandestina” en los cines a luz apagada:

Por lo visto antes las parejas se colocaban atrás y soltaban buenas propinas para que no se les molestara, pero ahora, con la campaña gubernativa, la cosa ha variado. (Delibes, 1955: 74)

Queda clara la intrusión y control de la vida privada de las parejas, no solo por parte de sus mayores o familia, ilustra decididamente una época de represión sexual y control del estado y de la iglesia. Una intrusión en la vida privada de las gentes. Sin duda, la conducta moral de la época, 1955 en España, queda explicitada en la novela para el recuerdo de los que la vivieron y el conocimiento de las generaciones siguientes:

Esta tarde llamé la atención a una pareja. El cabo me dijo que no me ande con contemplaciones y tome nombres. Por la noche vi «Ivanhoe» por séptima vez. No me importa, porque no es una pendejada como la de la mula y da algo de cultura. (Delibes, 1955: 76).

En la página 81 redunda en el tema de manera sutil, a través de los comentarios que las amigas de la novia le hacen al respecto. El protagonista de la novela, el novio, juzga de manera rotunda como “malas compañías o mala influencia”:

Volví la cara y ella dijo entonces que la Mimi le había dicho que los besos de los hombres saben mejor que los bombones. ¡Gibar con las Mimis! En mi pueblo a las tipas de esta escuela las llaman pendones. (Delibes, 1955: 81).

Esa misoginia, normalizada en varones, no era inocente, el desacreditar a las amigas es una manera de aislarla y hacerla suya, un control que ellos, los hombres de la época debían ejercer sobre ellas para establecer las relaciones de pareja. Era así, y así lo refleja, de manera magistral, Miguel Delibes en su obra. El papel de madre viuda, “la madre”, sobrecogería a cualquier mujer de hoy, es de sumisión total a su hijo, el varón no ausente de la casa:

Hoy me desayuné en la cama. La madre me subió el periódico y me entretuve con él hasta mediodía. Oí misa de una y a la salida me encontré a Melecio. Dice que uno de San Miguel le ha dicho que la manera de cazar patos en las salinas es de noche, a la espera. Por broma le pregunté que si a la luz de un farol y él se mosqueó y dijo que con la de la luna bastaba. Quedamos en ir el sábado. Me alegro porque así no tengo necesidad de dar explicaciones a Anita. Estuve con ella esta tarde en la Cerve y se me hace que pone cara. (Delibes, 1955: 69).

Se veía normal, casi tierno teniendo en cuenta de que es él, el varón, el que trabaja y trae el sueldo a casa proveyendo a la familia. Transcurre el tiempo de acción en la novela, la madre cuidadora incansable, envejece:

Ahora veo a la madre donde antes no la veía: en el montón de la ropa sucia, en el bando de gorriones que revolotea en la terraza, en el Talgo que pasa cada tarde o en el Sagrado Corazón iluminado. Pero cuando la madre afanaba en silencio, yo no la veía, ni sabía que en sus movimientos había un sentido práctico. (Delibes, 1955: 112).

La hermana, casada con un hombre alcohólico e improductivo, madre cada vez de más hijos a los que apenas puede mantener:

Mi hermana le aguardaba levantada. Al verme me puso a caer de un burro voceando que perdía a su marido por las tabernas mientras ella se mataba por dar a los chicos un pedazo de pan. Serafín se empeñaba en besarla y ella le largó un guantazo y le dijo que no fuera sobón. Mi hermana andará a la sopa, pero carácter no le falta. (Delibes, 1955: 70)

El tema central de la novela es la caza, los protagonistas indiscutibles son los varones y sus perros de caza:

La cabeza de la Tula hacía círculos alrededor y, a seguido, le echó el diente. Melecio iluminó al bicho con la linterna. Era un pato real, grandote como una avestruz. Había cobrado antes dos azulones machos hermosos y me preguntó por qué no tiraba más, que me habían pasado más de cien parros rozándome la jeta. Le dije lealmente que la luna me cegaba. (Delibes, 1955: 71)

El amor a la naturaleza queda patente, además de un conocimiento profundo del medio:

El campo estaba hermoso con los trigos apuntados. En la coquina de la ribera había ya chiribitas y matacandiles tempranos. Una ganga vino a tirarse a la salina y viró al guiparnos. Volaba tan reposada que le vi a la perfección el collarón rojo y las timoneras picudas. (Delibes, 1955: 71)

Es indudable la educación de la capacidad de observación, el disfrute y la belleza en la actividad cinegética:

Sólo se sentían los silbidos de los alcaravanes al recogerse en los pinares. Así, como nosotros, debió de sentirse Dios al terminar de crear el mundo. (Delibes, 1955: 71)

La caza marca los días cotidianos y el pensamiento de la época en el medio rural descrito en la novela. Miguel Delibes, amante de la cacería positiviza este hecho de manera onírica y feliz:

Zacarías subió el domingo con el reclamo a lo de Cuesta. Por lo visto, el campo respondió y la hembra recibía bien, pero no hizo más que dos machos. Esto me hace pensar que no hay tanta perdiz como dicen. (Delibes, 1955: 79).

La emoción es patente hasta el final de la novela. La humanidad y relaciones de amistad:

Me empiné sobre la mimbrera y vi venir el bando de avutardas. Me quedé sin habla. Le quise silbar a Melecio, pero los labios se me pusieron como tontos, y no respondían. Le hice una seña y él aprestó la escopeta. Volaban con todo el reposo y eran tan grandes que parecían aviones. Las encañoné fuera de tiro para asegurarlas, y las fui siguiendo por los puntos de la escopeta. Sentía una cosa en el pecho que no me dejaba ni respirar. (Delibes, 1955).

Marca la situación laboral, pobreza o indigencia. Los personajes son sencillos y pobres, la situación laboral de los campesinos y los pocos empleados del ayuntamiento y colegios trampeaban para salir adelante.

Hablamos luego de la cuestión pesetas y me preguntó si me importaría cobrar recibos. Le dije lealmente que no siendo a horas fijas contara conmigo. Mañana empezaré con los del Secretariado de Caridad y para la semana que viene me ha prometido los del Colegio de Médicos. (Delibes, 1955: 106).

El protagonista es ordenanza en un centro escolar, necesita otros trabajos para completar el salario y poder sustentar a su familia. Se relaciona con profesores universitarios, cargos públicos y gentes que no se pueden considerar más que cultos:

Los de la Universidad se presentaron esta mañana a sacar a los chicos por lo de Gibraltar. Les dije que aguardasen a que avisara a los profesores, pero se pusieron conmigo como si yo fuera Churchill. ¡Qué cosas! Luego me largué con ellos. Llevaban dos banderas y llenábamos la calle. Nos llegamos donde el hotel Londres y allí quisieron volcar un coche extranjero que había a la puerta. (Delibes, 1955: 111-112).

La situación, descrita de manera realista manifiesta la situación a distintos niveles sociales. La represión y la miseria alcanzaba a las distintas capas de la sociedad. Los conflictos políticos por la soberanía de Gibraltar, estallan como la pólvora:

Daban tales voces que no dejaban oírle y se veía que el pobre hombre quería decir algo y, al no poder, sudaba por cada pelo una gota. Salió el Zoilo entonces con una bandera y la puso sobre el cartel. El tío se llevó una ovación que ni Cagancho. Luego subimos hasta el Gobierno Civil pidiendo Gibraltar. (Delibes, 1955: 112).

Miguel Delibes termina la novela Diario de un cazador, con una declaración de amor incondicional por parte de Anita, un realismo aplastante, ella, después de mucho ir y venir, rendida a la evidencia, se presenta con pocas palabras. Todo es presencia y hechos. Él la necesita, ella se rinde a sus pies:

La panoli se arrancó a llorar al llegar junto a mí. La pregunté que qué pintaba aquí a estas horas y ella no hacía más que llorar y, finalmente, respondió que Asterio la había contado todo y que pensó que si la madre andaba así quién me iba a preparar los arreos para salir al campo. (Delibes, 1955: 115)

Sumisión, dependencia, matrimonio, familia, todo de acuerdo con el modelo Cristiano Conservador que marca la época en que se le concede el Premio Nacional de Literatura, 1955. Sin embargo, el autor, con buen criterio deja abierto el final, ya los hechos se imponen y hacen evidente el desenlace. Cada cual que saque sus conclusiones.


[1] Wilhelm Dilthey (1833-1911).

[2] Antón Pávlovich Chéjov; Taganrog, 1860 – Badenweiler, 1904. 

Leer más en HomoNoSapiens|Monográfico Delibes: La hoja roja o la cotidianidad como materia novelable

About Author

Aurora Gámez Enríquez

AURORA GÁMEZ ENRÍQUEZ Coín (Málaga, 1956). Es Licenciada en Ciencias Biológicas por la Universidad de Barcelona. En Málaga ejerció de profesora en distintos colegios. En 1992 empezó como educadora en casas de acogida del Instituto Andaluz de la Mujer donde sigue. Su amor a la literatura ha hecho que promueva certámenes literarios , cuide ediciones de poesía, relato y novela en las asociaciones de las que ha formado parte.. En 2016 el Congreso Americano de Literatura le concede la distinción “Alicia Moreau de Justo” por su destacada trayectoria cultural y social. Como Presidenta Grupo ALAS, recibe la Medalla de Oro de las Letras de la Academia de las Artes y las Letras “Santa María de la Victoria” de Málaga, en febrero de 2020. Su obra ha sido traducida al inglés y al alemán. Tiene numerosas publicaciones de poesía, artículos y reseñas literarias en revistas, antologías y libros. Es vicedirectora en Sur-Revista de Literatura, Colabora en la Revista Entre-Ríos “Arte y Letras” de Granada, Revista Literaria Dos Orillas, y la Revista Cultural Terral.

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