España actualmente: un manojo de nervios. Como se lee en todas las publicaciones, un momento histórico, la mayor pluralidad política de la Democracia. Tiempo de incertidumbre, reflexión y estrategia.
La campaña electoral está en marcha y ahora sí, llegó el momento de la verdad. Aunque ese clima de falsa fachada y exaltación patriótica al que tradicionalmente estamos acostumbrados nos envuelve de papel charol y nos hace olvidar las trampas cometidas por los dos reyes de la baraja, ésta se repartirá ésta vez entre más aspirantes. Y por eso la estrategia de campaña habrá de ser, y de hecho es, otra. La táctica del “tú más” y de apoyarse en el pasado ya no es válida y presenta un cambio de paradigma para los antiguos jugadores. Las trampas y los engaños del pasado no son bilateralmente neutralizados entre los oligárquicos contrincantes, sino que son señalados desde la pluralidad de la nueva política.
A decir verdad parece que los dos grandes reyes, sobre todo el más conservador, no están preparados para afrontar con garantías las nuevas dinámicas de juego que se establecen conforme las formaciones jóvenes calan en el panorama político. Una sorpresa que ha pillado en bragas a más de uno que intenta arroparse con el traje de saliva de Bertín y otras apariciones televisivas convenientes. No sería insano admitir que la dinámica política que nació con la coronación de Juan Carlos I en 1975 ha tocado fondo. Que quizás, otra “Transición”, nos ayude a prosperar como país.
Muchos acontecimientos manifiestan la actualidad del cambio o si prefiere verse así, la resistencia al cambio. Desde el comienzo de la fatigante crisis económica y la explosión de nuestra megalómana e ibérica burbuja de cemento no han hecho más que sucederse acontecimientos interesantísimos para los concernidos de la política y la actualidad. Esta idiosincrasia no deja títere con cabeza: nuevo Gobierno, nuevo Rey, nuevas leyes, Nueva Rumasa.
La crítica es una actitud necesaria, y hecha razonadamente debería ser recibida como una forma de mejorar y no como el argumento que hay que combatir o silenciar, que es justo lo que más sucede en España, en la España política y la no política.
El Gobierno de España se enfrentaba en 2011 a una tarea heroica: los españoles están perdiendo la calidad de vida a la que estaban acostumbrados antes. Muchos, demasiados sin trabajo y sin casa, ponen de manifiesto la necesidad de actuaciones urgentes que pongan en práctica los principios del Estado de Bienestar. Acorralados por el nuevo 135 de la Constitución española, el Gobierno se tiene que unir a la corriente de la austeridad (palabra que desde entonces ha sido vapuleada), lo que probablemente salva la situación crítica por la que los bancos y la prima de riesgo española estaban pasando y calma los ataques especuladores sobre nuestra economía.
Sin embargo, todo activo tiene su pasivo y la cara B de esa política resultó ser muy dolorosa para los sectores más vulnerables de la sociedad. La banca estaba fuera de peligro y los indicadores económicos empezarían a remontar pero la realidad social sufriría las consecuencias y cargaría con el coste. Desde 2011 se han aprobado leyes que objetivamente han recortado derechos sociales. La tasa de pobreza ha aumentado, y a pesar de que ahora los indicadores económicos sean positivos, hay más desempleados y miles de familias penden del hilo que supone la pensión del abuelo o de la abuela. Educación, Sanidad y Dependencia (y Cultura) se han llevado la mayor bofetada y desgraciadamente muestran que el Gobierno no ha sido capaz de consumar el papel de Héroe que podría haber jugado. Todavía en este año, la emigración sigue batiendo records desde el inicio de la crisis. Homo NO sapiens, España NO va bien.
Por otro lado está el contexto internacional, con problemas más difíciles de solucionar que hacen a muchos pensar y plantearse dónde volcar la esperanza, si la hay.
El sistema capitalista no para de crecer porque es su naturaleza propia, aunque todos coincidamos en que el crecimiento ilimitado es imposible. Nos encontramos entonces con que algún día esto acabará, bien porque los consumidores estemos saturados de bienes innecesarios y se acaben los mercados, porque se acaben los recursos o porque el propio sistema pegue un batacazo tan grande que no pueda levantarse. La otra opción es que los lobbies transnacionales cambien su lógica de presión y avasalle sobre los sistemas naturales de forma voluntaria, aunque ésta parece un sueño utópico.
El equilibrio del ecosistema está contra las cuerdas. Eso ya lo hemos escuchado más que lo de la austeridad, y desde la COP 21, la Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático de París, da la sensación de que estamos al límite para revertir la situación, de que si no actuamos ya, no habrá marcha atrás. Cierto o no, la realidad es que de esta conferencia no saldrán acuerdos milagrosos, ni se exigirá a ningún gran contaminador objetivos concretos jurídicamente vinculantes. ¿Quién se cree que EE.UU. o China de buena fe (y con la competencia que tienen) vayan a disminuir sus emisiones de CO2?
El mapa geopolítico presenta diagnóstico de párkinson, la incertidumbre generada por la irrupción de nuevos países en las jerarquías globales de poder, el opaco rearme ruso, las armas nucleares o las aspiraciones conquistadoras de los radicales islámicos son síntomas de al menos inestabilidad. Y parece lógico que los tradicionalmente poderosos pretendan mantener su hegemonía participando en las guerrillas que quedan lejos de casa y moviendo hilos bajo bambalinas para asegurar saciar el hambre de sus economías de crecimiento ilimitado.
El terrorismo que ahora vivimos tan de cerca y sentimos tan peligroso es más consecuencia que causa de la geopolítica actual. El Shock y el sufrimiento causado por el ataque del 13N en París hirieron a todo el mundo, en especial al occidental, pero también puso de manifiesto la inestabilidad internacional y la volatilidad de las decisiones políticas. ¿Quién vende armas al Daesh y quién le compra el petróleo?
Pues eso, un manojo de nervios.
Las encuestas vaticinan una victoria popular en el 20D, la segunda posición para el PSOE muy de cerca seguido por Ciudadanos y la cuarta para Podemos. Nadie habría imaginado un escenario así hace cuatro años, cuatro partidos con capacidad de influir en la investidura de gobierno. Pase lo que pase, el cambio ya es palpable e indudable, la duda es, ¿Cuánto cambio quieren los españoles?
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