El libro de Sebastián Gámez Millán, 100 filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos[1] es, ante todo, una enorme casa de citas, en el sentido textual de la palabra, un regalo erótico para la vista, y un genuino ejemplo de poesía conceptual y rigurosa. Nos ofrece una acertada selección de cien filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos, desde la antigüedad hasta el momento presente, a través de imágenes potentes de los protagonistas, una no menos acertada descripción minimalista de sus aportaciones en el título, una cita breve y significativa, en cursiva y bien temperada, procedente de sus obras e intercalada en el centro del texto, y una exposición sintética, rigurosa, cercana y amable de la vida y milagros de cien arquitectos de la cultura hispánica procedentes del mundo de la filosofía, la ciencia y la literatura.
Les confieso que a muchos filósofos no nos gusta, en principio, el maridaje en un libro de texto e imagen. Eso equivaldría a mezclar los negocios con el placer, como dicen en las películas. Parece que la filosofía casa, más bien, con el acto de retorcer las palabras y expresiones y, consigue lograr así con semejante torsión, la del propio pensamiento. Pero el profesor Gámez, colaborador de Homonosapiens, ha conseguido que venza mis prejuicios gremiales gracias a la magia de sus palabras, a la elección de la expresión precisa, como parte del oficio del poeta, a su elegancia expositiva, y a su habilidad para realizar la unidad de la síntesis de lo diverso, como una suerte de kantiano sujeto trascendental. Abusando de otro de los grandes, se podría decir que la pericia cognitiva del autor ha hecho posible el milagro hegeliano de ver lo universal realizado en lo particular, en lo singular y fragmentario. Ha tejido una especie de membrana o de tela de araña conceptual capaz de generar un sentido e incitar a su vez a leer y a continuar leyendo.
No en vano, en la introducción del libro se dice que la felicidad se puede lograr escribiendo –cosa que comparto- y que tres son los propósitos del texto: incitarnos a leer en directo a los autores seleccionados, animarnos a filosofar y a descubrir el gozo que se deriva del acto de comprender. Como ejemplo de ello, Sebastián Gámez traza gestos vivificados con su mano derecha, abre y tiende sus manos con generosidad y las enlaza con elegancia, como las manos de las esculturas de Rodin, señalando con ellas sólo cuando es imprescindible. Su pasión intelectual hace que nos sintamos como en casa, disfrutando de los placeres del entendimiento hasta en bañador y zapatillas, como lo hace el genial Agustín García Calvo en la foto de la página 209, o con el rictus desdeñoso de Francisco Umbral en albornoz de la página 231.
No es un libro para darse grandes atracones, puesto que se puede leer dando saltos en el tiempo, jugando a crear relaciones lícitas e ilícitas. Porque es una obra, sobre todo, para curiosos y mirones ilustrados, a la medida de Montaigne, uno de sus protagonistas más mimados, y a la altura de la mirada aristocrática y penetrante del poeta Octavio Paz. Se trata de un libro mosaico, a la vieja usanza, con “santos”, como decía mi madre; sus páginas huelen a nuevo y nada en el resulta extraño, salvo la infinita paciencia de su autor, un tenaz artesano conceptual capaz de recomponer los cristales rotos de la memoria de los que habla Jorge Luis Borges.
Su empresa parece muy alejada del signo de los tiempos, al apostar por los frutos de una labor enciclopédica. Como comentó el profesor Enrique Baena hace unos días, en la presentación de este libro, resulta encomiable que alguien se consagre a un proyecto como éste, pues el enciclopedismo es un claro síntoma del cambio de una época. Comparto el imperativo de escribir libros con espíritu enciclopédico para que no se pierda lo que sabemos, para que la máquina y los artefactos no consigan borrar de un plumazo los latidos del humanista. Gracias, una vez más, amigo Sebastián, y gracias a Gracián, valga la redundancia, su agudo mentor.
El profesor Gámez recoge con facilidad el testigo del Humanismo renacentista, tras las grandes síntesis medievales, y nos invita a revisar el pasado y nuestra inevitable historicidad para promover una cabal comprensión de nuestro presente inmediato, traspasando subrepticiamente la línea del “yo” que se erige a través de la consideración del otro en la lectura y la escritura, y proyectándose en el “nosotros” como tarea política. Su obra nos incita, por tanto, a pasar de la Physis a la Polis pertrechados con las afiladas armas de la razón y la sospecha, y exprimiendo el jugo a la herencia cultural universal de nuestras raíces sin pudor y sin complejos. No es de extrañar, por tanto, que la poesía sea para José Ángel Valente, conocimiento y comunicación y que el conocimiento nos lleve a la intervención cívica.
No es mera información, sino auténtico conocimiento, el feliz resultado de la titánica digestión que Sebastián Gámez ha hecho del pensamiento de cien artífices de nuestros rasgos histórico-culturales, como bien ha sabido ver el escritor y filólogo malagueño Manuel España Arjona en uno de los actos de presentación del libro. En cualquier caso, conviene recordar que la selección de entradas no ha sido guiada por el capricho o los resabios casticistas, sino por la capacidad de los protagonistas para realizar lo universal en lo particular, y la actualidad de lo pensado, como consecuencia del kantiano libre juego de las facultades.
No puedo por menos que hacerme una pregunta muy a tono con el vuelo que la Lechuza de Minerva emprende al atardecer: ¿dónde se esconde Sebastián Gámez? Porque me imagino que los lectores de su libro se darán cuenta de que el autor recurre al ardid de la ocultación, so pretexto de cultivar el rigor, la precisión científica y la neutralidad axiológica. Se me antoja que lo más cerca que podemos estar del espíritu del autor de este libro es en la semblanza del lúcido escritor y periodista malagueño Manuel Alcántara que pueden encontrar en la página 220 -humana demasiado humana, como diría Nietzsche-, con afortunadas manifestaciones de lirismo.
Afirma el profesor Gámez, a propósito de las coplas de Jorge Manrique, que “no descubrió nada nuevo y, sin embargo, todo en ellas suena a verdad”. Pienso que semejante declaración se puede aplicar fácilmente al autor de esta ingente labor de compilación y recreación. Y yo me pregunto: ¿se atreverá pronto Sebastián Gámez a entretejer su propio pensamiento filosófico, liberado de su pasión por las citas textuales y la veneración por los clásicos? Que sepa que estamos esperando.
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[1] Gámez Millán, Sebastián, 100 filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos, Madrid, IlusBooks, 2016.