Las dos caras de una moneda: vivir o morir. Monográfico Eutanasia y Suicidio

Las dos caras de una moneda: vivir o morir. Monográfico Eutanasia y Suicidio

Imagen | Iñaki Bellver

Es temprano y el cielo se encuentra cubierto de oscuras nubes. Sentado en el pétreo asiento que me ofrece un espigón, contemplo el movimiento de este mar Mediterráneo que tengo frente a mí. El mar me muestra cómo las olas poseen una vitalidad extraordinaria en el largo recorrido que define su presencia en su mundo acuático; una vida de brusquedades o de serenidad, según sean las circunstancias que mueven las ondas de su figura; pero al llegar a la orilla, meta final de su existencia, nos puede mostrar dos tipos de respuesta: si es rocosa, como este espigón que me acoge, se estrellan contra estas moles de piedra, su límite, que las hacen retroceder sin descanso, como si quisieran seguir viviendo, luchando para no desaparecer; pero cuando esa orilla es arenosa, aunque se trate de una hermosa playa, su vida se acaba, siendo absorbidas las olas, ya amansadas, hasta desaparecer suavemente de su espacio acuoso. El mar me ofrece, con estas visiones, la imagen de una moneda con dos caras: la vida y la muerte. Vivir o morir.

Con esta metáfora sobre la vida y la muerte, me centro en algunas experiencias humanas de las que he sido testigo, inevitable testigo de sus respuestas, en su apuesta por dejar de existir en este mundo terreno y las razones que, en cada caso, han movido los hilos de su deseo y de su decisión.

Es cierto que vivimos en un mundo donde esas dos caras de la moneda están muy presentes en la vida de las personas. Y como las olas, según sean las circunstancias de cada uno en este mundo, cuando éstas son muy negativas, se corre el riesgo de ir creando en su interior imágenes que van dando forma a un cuadro existencial cargado de incertidumbres y dudas, de preguntas sin respuestas, lo que reduce sus ganas de seguir luchando, perdiéndose en las profundidades oscuras de sus fijaciones, el sentido de su vida.

Cuando la voluntad de un ser humano se centra en no querer vivir, habría que echar una amplia ojeada retrospectiva a su vida mucho antes de ese momento en el que decide dar ese paso fatal, para tratar de comprender algo que explique ese dramático momento, cargado de sufrimientos. Porque esa acción no debería producirse nunca; y posiblemente no se hubiera producido ese doloroso desenlace en el supuesto de haber cambiado las circunstancias de su historia personal, teniendo en cuenta el valor tan importante que tiene la vida de un ser humano para sí mismo y para todos lo que, de alguna manera, forman parte de esa persona, en el presente y en el futuro. De hecho, los médicos especialistas que atienden a una víctima que se ha suicidado, en la mayoría de los casos, parecen insensibles, “desapareciendo todo signo de empatía ante el cadáver de un suicida”, porque no justifican de ninguna manera ese acto de quitarse la vida voluntariamente. Ellos piensan que si la finalidad de un médico es salvar vidas, cómo puede justificar un hecho de esta naturaleza. Lo que no se reflexiona, posiblemente, es por qué esa persona ha podido llegar a ese momento tan dramático como inútil. ¿Cuál y cómo es la historia humana que hay detrás de ese hombre o mujer para bloquear todo tipo de reacción positiva ante las adversidades o ante lo que el suicida ha supuesto como irreversible en su vida?

Una cosa es plantear el tema de la eutanasia, que trataré más adelante, cuando un enfermo crónico con algún tipo de patología irreversible o en estado terminal requiere una reflexión muy concreta, a pesar de las reacciones tan polémicas que escuchamos en determinados entornos de nuestra sociedad e incluso en la misma comunidad médica; y otro hecho es ver a una persona, joven o no, quitarse la vida violentamente, ya sea con una sobredosis de barbitúricos, con armas de fuego, por ahorcamiento o de otras tantas y crueles maneras; otro mecanismo para dirigirse a la muerte, sin tomar posiblemente conciencia de ello, es lo que suelen llamar “suicidio habitual crónico” ya sea por el “consumo incontrolado de drogas, alcohol, conducción temeraria, hábitos sexuales peligrosos, pertenencia a bandas armadas”, y otros procedimientos. Una parte de la juventud desafía de esta forma las normas de la sociedad, siendo o no consciente de que de esta manera se están suicidando. El Doctor Sherwin B. Nuland afirma en su libro “Cómo morimos, Reflexiones sobre el último capítulo de la vida” que estos tipos de suicidios “nos privan de las aportaciones a la sociedad que podrían haber realizado estas vidas malogradas”. Ciertamente es inexplicable.

Si queremos buscar razones o causas que conducen a estos tipos de conducta suicida, éstas pueden ser demasiado amplias y complejas, teniendo en cuenta que el comportamiento humano está, generalmente, muy condicionado a los factores internos, profundos, personales, psicológicos o genéticos, y a factores externos que influyen poderosamente en este tipo de respuestas porque directa o indirectamente inducen a ellas. Aunque los suicidios se han llevado a cabo durante toda la historia “civilizada” de la humanidad, uno de los modelos de sociedad que se va desarrollando con demasiada preocupación para las nuevas generaciones, está configurando una actualidad inquietante en el mundo entero; y esta realidad puede hacernos reflexionar mucho para tratar de comprender la naturaleza de estas conductas.

He podido conocer muy de cerca una vida que acabó bruscamente por una sobredosis de medicamentos. Se trata de una mujer joven, con una sólida formación académica, con un trabajo estable y una familia más o menos organizada, aunque no exenta de problemas. Inexplicable la decisión que tomó una mañana de invierno: renunciar a la vida, a su vida, sin tener en cuenta las consecuencias: el camino a la tumba. Analizando sus últimos años, sin razones aparentes, cayó en un proceso depresivo, con recaídas dolorosas que la condujeron a la dependencia en el alcohol. Su mundo interior fue deteriorándose progresivamente. Ella comentaba que su vida carecía de sentido si no era capaz de superar una idea que cada día se afianzaba más y más en su cerebro: morir, culpabilizando a los demás de su estado emocional tan depauperado, de esa terrible desmotivación difícil de curar. Los centros terapéuticos y hospitales por donde pasó, de poco sirvieron; su problema estaba enquistado en lo más profundo de su ser. ¿Quería ella salir de ese pozo tan oscuro, o no podía? ¿Dónde se encontraba la raíz de su amargura? Lo cierto es que las puertas de la razón estaban cerradas y en los momentos de alguna lucidez serena, ella aludía a una falta de espiritualidad para calmar su alma, para encontrar algo de paz en su conciencia y en su corazón. Tenía sed de algo que no sabía qué era. Lo cierto es que el camino que tomó para lograr esa paz fue quitarse la vida. Un túnel sin regreso. Creo, sin embargo, que de haber seguido luchando y superando la crisis, hubiera sido una mujer muy válida en este mundo terreno. Por lo tanto, comparto esa idea del doctor Sherwin.

Lamentablemente, he podido ser testigo de otro suicidio nada violento, pero suicidio voluntario. Este caso es el de una señora bastante mayor en una residencia de personas mayores. Soltera toda su vida y acomodada, social y económicamente. Después de haber vivido dedicándose a atender a sobrinos y otros familiares, un día, con muchos años acumulados ya en su cansado cuerpo, se vio recluida contra su voluntad en esa residencia. Al principio recibía visitas de su familia, pero poco a poco se ralentizaba más la presencia de aquellos que, de alguna manera, la unían a su sangre. Llegó el momento en el que la soledad de su alma era absoluta y se hacía insoportable. No recibía visitas ni llamadas. Una profunda tristeza inundaba el corazón y el espíritu de esta buena mujer. De nada servía el calor humano que trataban de darle sus compañeros de residencia o el personal profesional o voluntario de ese centro. Sus ojos se fueron apagando y optó por dejarse morir de tristeza y soledad. No quería vivir más en ese estado de profunda angustia y se negó a buscar alguna razón que diera sentido a su vida. Y así fue, en pocos días, sin una enfermedad orgánica que lo justificara, murió de una profunda tristeza. ¿Suicidio voluntario? Lo cierto es que la soledad no deseada y la ausencia del amor de una familia, destruyen y matan la vida. Es más, según indica el Dr. Sherwin, “los ancianos tienen la tasa más alta de suicidios, pues sucumben a la angustia de la enfermedad y la soledad, y son particularmente proclives a la depresión.”

En la población de personas mayores, cada vez más aumentada, debido al incremento de la esperanza de vida en los países desarrollados, se viven experiencias muy dramáticas que pueden conducir a la negación de seguir viviendo. Más aún cuando a los años acumulados se unen determinadas dolencias físicas y anímicas, unas propias de la edad, otras arrastradas en su historial clínico. He podido observar que, manteniendo aún un estado de conciencia y lucidez suficientes, estas personas mayores tratan de afianzarse a la vida, buscando o justificando razones para seguir viviendo con dignidad. Lo he podido comprobar en mis encuentros terapéuticos con ellos en los talleres de la memoria. Pero no todos responden así, sobre todo cuando se encuentran residiendo en centros de mayores. Cuando sus vivencias se reducen a una monotonía sin sentido, como si estuvieran vegetando su existencia debido a los cuidados básicos de un ser humano, aparecen cuadros depresivos muy acusados, como afirmaba el doctor Sherwin, y expresiones de negación muy alarmantes. Protestan de todo y por todo, mostrando una disconformidad irritante hacia todos los que le rodean, ya sean cuidadores o compañeros residentes. Cuando a esos sentimientos de soledad no deseada se unen determinadas patologías que lo limitan a una cama o una silla de manera permanente, sus ganas de vivir se reducen progresivamente. Al llegar el siguiente paso de ser hospitalizado en urgencias o en la UCI, con toda esa carga de prescripciones terapéuticas y clínicas, a veces tan abrumadoras, la vida de estas personas entra en un mundo interior donde la vida en realidad no existe. Aquí entramos ya en el problema de la eutanasia. ¿Cómo proceder en estos casos donde los cuerpos no responden a la vida y se cargan de dolores y sufrimientos nunca deseados? En el libro del Dr. Sherwin B. Nuland ya citado, se recoge una reflexión, entre otras muchas, que nos puede ayudar a comprender este tremendo drama: “Quitarse la vida es casi siempre un error. Sin embargo, hay dos circunstancias en las que quizá no sea así; se trata de las dolencias insoportables de una vejez incapacitante y de los últimos estragos de una enfermedad terminal. En esta última frase lo importante no son los sustantivos, son los adjetivos los que reclaman nuestra atención, porque constituyen la esencia del problema y no admiten compromisos ni evasivas: insoportables, incapacitantes, últimos y terminal.”Ya el mismo Séneca afirmaba cuando aún vivía: “No renunciaré a la vejez mientras deje intacta la mejor parte de mí. Pero si empieza a debilitar mi mente, si destruye mis facultades una por una, si no me deja vida sino aliento, abandonaré este pútrido y vacilante edificio…”.

¿Son éstas, razones suficientes para justificar la eutanasia? ¿Es un suicidio inducido inhumano? Entiendo que como expresaba el doctor Percy Bridgman, profesor de la Universidad de Harvard que obtuvo el Premio Nobel en 1946 por sus estudios sobre la física de las altas presiones, según nos cuenta el doctor Sherwin, “a la edad de 79 años, y con cáncer terminal, después de terminar el índice de los siete volúmenes de sus obras completas, lo envió a Harvard University Press y se pegó un tiro el 20 de Agosto de 1961”. Pero el doctor Bridgman, antes de ejecutar esa acción, dejó una nota escrita que hace pensar seriamente en el tema de la eutanasia: “Es inadmisible que la sociedad obligue a un hombre a hacer esto. Probablemente, hoy es el último día en que sea capaz de hacerlo por mí mismo”. Y en otro momento, este mismo doctor expresaba con plena lucidez: “Me gustaría aprovechar la situación en que me encuentro para establecer un principio general; es decir, que cuando el final sea tan inevitable como ahora me lo parece a mí, el individuo tenga el derecho de pedir al médico que lo provoque él directamente.” Este es el campo de batalla de toda esta polémica que suscita el problema de la eutanasia en nuestra sociedad actual. Lo cierto es que tratar de prolongar una vida, acumulando dolores y sufrimientos que no ayudarán a recuperarla dignamente, he de comprender  que la voluntad profunda y manifiesta de estas personas reclamen dejarlos terminar en paz su existencia en este mundo. Y esto que digo, lo pienso tanto para las personas mayores como para aquellas otras más jóvenes que, por causa de traumatismos generalizados provocados por accidentes o por la destrucción interna del organismo debido a enfermedades crónicas e irreversibles, lo único que se puede provocar en el paciente y en sus familiares, es una falsa esperanza cargada de dolores y sufrimientos innecesarios.

Leer más en HomoNoSapiens | Ser o no ser: en torno a la muerte voluntaria y el suicidio. Monográfico Eutanasia y Suicidio

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José Olivero Palomeque

Creo que la palabra es el medio de comunicación que puede unir a las personas, tanto para lo bueno como para lo malo, ¡pero es la palabra, el lenguaje, lo que nos identifica como seres humanos! El hecho de transmitir vivencias que después se conviertan en experiencias a través de la palabra escrita, nos puede ayudar a humanizar más nuestro mundo relacional, a transformar nuestro entorno a través de la sensibilidad para entender la realidad humana y dar lo mejor de sí mismo. Esa idea persigo y comunico con los libros, artículos, ensayos, reflexiones...que escribo y me publican, aunque la utopía esté ahí presente; pero...¡sin utopía la vida se estanca! Porque lo que sigue es el compromiso solidario con esa realidad humana que queremos cambiar.

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