Imagen | Paula Sánchez Calvo
Parecía que esta vez era la buena, ahora sí, la definitiva.
La ilusión, que ya está como sucia, algo roída de tanto apretarla contra el pecho, tintinea en la estantería del salón y remueve esos libros tan solemnes a los que hace tanto tiempo que nadie toca.
Huele a café, no es torrefacto, tiene matices dulces, algo de nuez.
Se pone la mesa, el mantel de las ocasiones importantes planchado sobre la madera y estirado para simular que no ha pasado el tiempo. Sobre la tela, unos cubiertos muy brillantes y colocados cumpliendo a rajatabla con el protocolo te miran expectantes y ansiosos por que los cojas.
Ahora toca disfrutar, hay que comer y degustar como si nunca antes se hubiera repetido la escena. La tortilla en el punto perfecto, el vinagre justo en la ensalada y un pan lo suficientemente crujiente como para contentar a tu madre pero no tan escandaloso como para llenar el mantel de pedacitos tostados.
“¡Qué bien!”, te dices, “¡qué rico!”.
Todos sonríen, parece verdad.
Pero estás nerviosa, unos toques de intranquilidad se asoman por debajo de tu falda. ¡No!, no te dejes, lo has ensayado demasiadas veces. Ahora toca ser perfecta, sonreír mucho y hablar sólo de cosas felices. Mentir, mentir, te dices que no es mentir.
“¿Recordáis? Qué bien lo pasamos, fue siempre todo tan bonito.”
Cada vez queda menos comida sobre la mesa, eso te inquieta, la comida entretiene, llena las bocas aunque sea unos minutos y retiene las palabras que nadie quiere escuchar. Si tan solo pudiéramos comer para siempre, congelar la escena y olvidarlo todo. Empiezas a odiar la tortilla.
Te tiembla el pie derecho, demasiado fuerte, se te nota incómoda y en tu cara comienzan a asomarse la tristeza y la desgana. Miras a tu hermana, te reconoces en su expresión y por un momento te sientes a salvo. “¿Y si nos vamos?” Quizás no se den cuenta, nunca os vieron de verdad.
Quieres desaparecer de esa historia, matar al personaje y correr hacia otro lado, pero estás tan congelada que sólo puedes reír. ¿Cómo te escondes de tu pasado, que es tu presente, para que no se convierta en tu futuro?
De pronto todo te parece una auténtica estupidez, ¿hablar de qué?, discursos políticos que pesan más que nunca, tan vacíos de verdad, tan carentes de sentido, que una náusea te recorre el cuerpo entero. Es insoportable, es interminable.
Tu madre se ha levantado, colocan una nueva tanda de cubiertos pulidos, esta vez pequeñitos, para acompañar al postre. El protocolo parece ahora más ridículo que nunca, pero lo entiendes. Comprendes que para ella el control era una utopía y ese ritual le hacía creer que lo había conseguido.
Pero tú no quieres ser perfecta, odias lo impoluto, no quieres estar bien peinada, ni sentada como si estuvieras bien educada. Lo que has querido toda tu vida es ser niña, porque ser adulta en esta casa ha sido siempre una putada.
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