La pasada ceremonia de los Óscar se celebró bajo la sombra de una polémica que no es nueva y que resurge cada cierto tiempotumblr, más de lo que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de los Estados Unidos desea. Este año ningún actor de raza negra ha sido nominado en las cuatro categorías de actuación que se premian. Si bien es verdad que en las últimas tres décadas la ausencia de actores y actrices negros en las candidaturas había comenzado a parecer un vestigio del pasado, de vez en cuando los votos de los académicos se encargan de recordar que no es así. Sobre este tema se ha hablado y reflexionado ámpliamente durante las últimas semanas en los medios de comunicación e incluso el debate se ha extendido más allá de la xenofobia y se ha hecho referencia también al machismo y la homofobia de la Academia y del cine de Hollywood en general. Chris Rock, presentador de la gala, puso en cierta manera el punto y aparte al tema con su ácido sentido del humor. Sus afirmaciones disfrazadas de chiste resultaron posiblemente más reivindicativas y más efectivas que los intentos de boicot a la gala por parte de actores y directores como Will Smith o Spike Lee, al que meses antes se le había otorgado el Óscar honorífico por toda su carrera.
Dejando a un lado la polémica de las nominaciones, lo que sí es cierto es que la cuestión racial ha sido una importante fuente argumental y de debate en el cine de Hollywood a lo largo de los años. El análisis de cómo ha tratado Hollywood durante décadas a las minorías, no sólo a la afroamericana, sino a los nativos americanos, a los inmigrantes latinoamericanos o a los musulmanes y asiáticos, es un tema muy extenso que daría para numerosos artículos. En esta ocasión nos centraremos en la visión que de la población afroamericana ha ofrecido el cine estadounidense a lo largo de la historia. Haremos hincapié en la representación de etapas clave de la historia de los Estados Unidos como son la Guerra de Secesión (1861-1865), que supuso la abolición de la esclavitud, y los años 50 y 60 del siglo XX, décadas de conflictos y luchas raciales a favor de la igualdad de negros y blancos y en contra de la segregación. También veremos ejemplos que ilustran la situación presente, donde sigue muy vigente el tema de la desigualdad laboral, el trato policial y la marginación en números ámbitos de la sociedad a pesar de los grandes avances logrados, reales y simbólicos.
El comienzo no fue muy prometedor. David Wark Griffith está considerado unánimemente uno de los padres del cine y es sin duda alguna el creador del modelo de cine moderno. Griffith se alejó del estilo de los hermanos Lumiere o de George Melies, para desarrollar un lenguaje cinematográfico más cercano a la novela decimonónica y opuesto al estilo de representación teatral que imperaba hasta el momento en el denominado cine primigenio. No obstante, una de sus grandes obras, El nacimiento de una nación (1915), que aborda los años posteriores a la Guerra de Secesión, está considerado por muchos un profundo alegato racista que presenta una imagen distorsionada y atroz de los antiguos esclavos negros, tachados de vagos, depravados y primitivos. La película es a su vez una exaltación de una institución clave en los conflictos raciales en Estados Unidos, el Ku Klux Klan. Aunque es innegable su carácter de obra maestra cinematográfica, lo cierto es que la película configuró una representación del negro que caló en el imaginario colectivo y ayudo a reforzar los prejuicios racistas, especialmente en el sur del país. Con otra de sus grandes obras, Intolerancia (1916), parece que Griffith quiso lavar en parte su imagen. La película es un canto pacifista y humanista, aunque es cierto que ninguna de las cuatro historias representadas en la película hace referencia a los negros o a la esclavitud.
La imagen del negro como alguien primitivo, carente de inteligencia y con escasa capacidad para superar este estado de ignorancia salvaje, se perpetúa durante décadas. Los negros aparecen comúnmente en papeles secundarios de criados, de siervos que se limitan a obedecer a sus señores blancos, pues carecen de iniciativa para actuar sin su tutela. Su rudeza e inferioridad se expresa en numerosas ocasiones bajo el paraguas de una comicidad humillante. Uno de los grandes filmes de la historia del cine, Lo que el viento se llevó de Victor Fleming (1939), es en parte un ejemplo de ello y sirve para ilustrar perfectamente la visión deformada a la que nos referíamos. Hatti McDaniel fue la primera afroamericana ganadora de un óscar, lo hizo en 1940 como actriz secundaria por este film. Sin embargo, su papel de Mammy posee estos rasgos estereotipados que mencionábamos: la criada negra que aporta una dosis de humor al drama con su afectación en la actuación, sus discursos directo y sin cortesía y su registro lingüístico que busca expresamente la carcajada, algo que en la versión doblada en castellano se repetía fielmente. No obstante, el personaje de Mammy sale mejor parado que el de la joven criada Prissy interpretado por Butterfly McQueen. Mientras que a la primera se le intuye una sabiduría nacida de la experiencia como criada, la segunda es presentada como una joven ineficiente, vaga, distraída e incapaz de realizar su cometido si no es bajo la estricta supervisión de sus amos y bajo la amenaza del castigo. En otra de las escenas del film, durante una visita a Rhett Butler que se encuentra en prisión, Scarlett O’Hara es molestada por unos libertos vestidos ostentosamente y que hacen alarde de su nueva condición de hombres libres sin miedo y sin respeto a sus antiguos amos. Esto es algo que ya aparecía en la película de D.W. Griffith. La idea de que los negros son incapaces de gestionar su recién adquirida libertad de una forma moderada. Se les muestra como unos seres ebrios de arrogancia y con afán revanchista.
Esta tendencia a representar de forma denigrante la supuesta inferioridad de los afroamericanos se perpetúa durante los años 40 y 50 tanto en cine como en televisión. No existe una voz autónoma del negro. Es el blanco quien lo define, primero para hacer que los afroamericanos interioricen el mensaje de que no pueden equipararse a la mayoría y, segundo, porque esto sirve al blanco de justificación de su propios comportamiento discriminatorios.
Los años 60 suponen el principio del cambio. Para ejemplificar este proceso es imprescindible recurrir a una figura clave, el actor Sidney Poitier. Poitier fue el primer actor negro en recibir un óscar como mejor actor principal por Los lirios del Valle (Ralph Nelson) en 1963. Poitier es el paradigma de una nueva visión del negro en la sociedad y por ende en el cine. Es el hombre educado, culto, de modales refinados, que encaja sin problemas en una clase media alta. Este cambio podría parecer altamente positivo si no fuese porque en parte responde a una nueva manipulación. Poitier es el negro que aceptan los blancos porque es igual que ellos. Sigue faltando la visión del conflicto desde la parte negra. No obstante, hay que decir que gran parte de la filmografía de Poitier se ha centrado en el tema racial. En Fugitivos de Stanley Kramer en 1958, y por la que Poitier obtuvo su primera candidatura al Óscar, se narraba la fuga de dos presos, uno blanco (Tony Curtis) y uno negro (Poitier), que se ven obligados, a pesar del odio racista que se procesan, a colaborar en una fuga al estar encadenados entre sí. Pero las dos películas más aclamadas de Poitier son, sin duda alguna, Adivina quién viene a cenar esta noche de Stanley Kramer y En el calor de la noche de Norman Jewison, ambas de 1967. Las dos giran en torno a la dificultad de que los negros sean aceptados como iguales, aunque en contextos muy dispares. Si la primera, desde un tono de comedia, se centra en lo conflictivo de los matrimonios interraciales, la segunda muestra la dificultad de las gentes de la América Profunda para aceptar a un negro, no sólo como a un igual, sino como alguien que puede ejercer un cargo de autoridad.
Marcar un punto de inflexión en un proceso de cambio es siempre una temeridad, pero en el caso que abordamos sería justo reconocer la importancia indiscutible de Matar a un ruiseñor de Robert Mulligan (1962), adaptación de la novela de la recientemente desaparecida Harper Lee y por la que la autora recibió el Pulitzer en 1961. Esta obra es uno de los primeros ejemplos de crítica y revisión histórica del racismo sureño. Libro y película siguen siendo dos hitos de la cultura norteamericana cuarenta y pico años después y siguen generando polémica. A la acusación de exageración por parte de aquellos que trataban y tratan todavía de minimizar el intrínseco racismo de los estados de sur, se une la percepción de que la novela sigue abordando el tema desde la perspectiva del blanco y que, si bien es una denuncia de las injusticias y las desigualdades, todo se hace desde un punto de vista moral e individual y no se analiza como un problema social que hunde sus raíces en la estructura económica, educativa o laboral.
Llegan los años 70. Sweet Sweetback’s Baadass Song (1971), escrita, dirigida y protagonizada por Melvin Van Peebles, inaugura lo que se ha denominado la Blaxploitation, corriente cinematográfica hecha por y para negros. En un entorno preeminentemente urbano, las historias de películas como ésta retratan ambientes más duros, donde a la violencia racista se responde con violencia y donde las historias se enmarcan dentro del género policiaco. En las antípodas de los caracteres interpretados por Poitier, Van Peebles compone un personaje de alta carga sensual, chulesco y maleducado, pero, ahora sí, controlador de sus destino.
El cine de la Blaxplotation es deudor de movimientos como el Black Power o los Panteras Negras, si bien en algunos de los títulos, y principalmente en novelas en las que se basan, se produce una crítica a la violencia y radicalidad de estos. Un elemento esencial de esta corriente es el uso de la música funk, elemento distintivo de la subcultura afroamericana. La Blaxplotation alcanza su punto más alto con Shaff de Gordon Parks, (1971). Hay que señalar que con el tiempo el género se desvirtúa y acaba dando lugar a una nueva caricaturización del negro marginal y con una visión profundamente machista.
Será ya en los últimos 80 y en los 90 cuando de la mano de realizadores como Spike Lee o John Singleton se llegue a un cine que intenta exponer con sinceridad y rigurosidad la realidad de la comunidad negra en un afán de denuncia de las desigualdades y la marginalidad. Películas como Los chicos del barrio (1991), por la que Singleton consiguió la primera nominación al Óscar para un director de raza negra, describen la dureza de la vida de los jóvenes negros en los barrios marginales de las grandes urbes. Spike Lee es sin duda el autor más destacado en las tres últimas décadas. En su cine la lucha racial es constante. Haz lo que debas (1989), Fiebre Salvaje (1991) o la Marcha del millón de hombres (1996), entre otras, le han convertido en el mejor retratista del conflicto, de la difícil coexistencia entre minorías y la mayoría blanca. Sus películas no han estado nunca exentas de polémica y se le ha acusado de promover una conciencia excesivamente militante y, en algunas ocasiones, frentista.
Desde los 80 hasta ahora es innegable que Hollywood ha dado cabida a un cine de denuncia y de revisión histórica donde los afroamericanos han sido verdaderos protagonistas, donde se exponían los hechos desde su visión de víctimas, ya fuese de la esclavitud como de las leyes raciales, y donde se desterraba esa visión unilateral de la mayoría dominante. Tiempos de gloria de Edward Zwick (1989), Amistad de Steven Spielberg (1997) Django encadenado de Quentin Tarantino (2012) o Doce años de esclavitud de Steve McQueen (2013) han abordado desde diferentes ópticas y estilos los años de la esclavitud y la guerra de Secesión. McQueen se convirtió en el tercer director nominado al Óscar tras el mencionado Singleton y Lee Daniel que consiguió la candidatura en 2009 por Precious. Arde Mississippi de Alan Parker (1988), Criadas y señoras de Tate Taylor (2012) Hairspray de John Waters (1988) (y su remake musical de 2007) o Selma (2014) de Ava DuVernay (2014,) han descrito momentos importantes de las luchas por los derechos civiles.
Junto a este cine reivindicativo y de denuncia, una señal de la progresiva equiparación de negros y blancos la podríamos encontrar en el hecho de que actores negros, como el citado Will Smith, se hayan convertido en auténticas estrellas capaces de arrastrar a millones de espectadores a las salas de cine. La realidad de Estados Unidos impone no obstante la necesidad de no abandonar el cine comprometido, cine que se va abriendo con los años a la situación de otras minorías como la latinoamericana o la musulmana. La industria hollywoodiense, guste o no, goza de tal proyección mundial, y su capacidad de influencia es tan fuerte, que cualquier avance que se produzca repercutirá siempre en filmografías y culturas de otros países.
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Imagen| Fotograma de Doce años de esclavitud, de Steve McQueen.
No comprendo como es que habiendo tanto ingenio en las arcas de Steven Soderbergh no puede haber buenos dramaturgos