Hollywood: la venganza contra Adorno y Horkheimer

Hollywood: la venganza contra Adorno y Horkheimer

Imagen | Cartel promocional de Hollywood, Netflix

Hollywood, 1947: Theodor Adorno y Max Horkheimer preparan el segundo borrador de Dialéctica de la Ilustración, el libro en el que acuñarían el concepto “industria cultural” y explicarían cómo la naciente industria de Hollywood y la radio sirven como propaganda y refuerzo de los valores del capital monopolístico.

Hollywood, 1947: en la ucronía de Ryan Murphy, recién estrenada en Netflix, es el año y el lugar en el que algunos actores, actrices, productores, directores y escritores discriminados por género, orientación sexual o adscripción racial intentan rodar una película como forma de superación de los estigmas sociales que sobre ellos recaen.

Desconozco si Ryan Murphy ha leído a Adorno y Horkheimer, pero sí creo que es uno de sus máximos exégetas. Los frankfurtianos fueron los primeros en enunciar que los medios de comunicación de masas influían en la sociedad a la que se dirigían, algo que hoy, en pleno auge de las “guerras culturales”, es una idea más que aceptada. Pero si Adorno y Horkheimer veían esta influencia como una forma de control, garantizado por una industria perfectamente engrasada para que cada cual cumpliera su papel represor, Ryan Murphy celebra la posibilidad emancipadora de la cultura (específicamente, del cine), su condición salvífica a la hora de crear referentes para aquellos que más los necesitan.

Posiblemente Murphy sea uno de los epítomes de esta idea, tan significativa de nuestro tiempo. Pero mientras que en otras de sus producciones (Glee o Pose) la premisa estaba implícita, en Hollywood es el tema de la serie desde la primera escena: el cine puede cambiar a mejor la vida de las personas. Así, levanta una fábula de cine dentro del cine (es una serie que trata de unos actores que ruedan una película cuya trama tiene también que ver el mundo cinematográfico) en la que juega a cambiar la historia de los años dorados de Hollywood, justo aquellos en los que Adorno y Horkheimer habitaron y analizaron la sociedad californiana. Con un pie en la historia y otra en la ficción, Murphy conjura a actores, productores, escritores, etc. para, con una película, revertir el aniquilador mecanismo de la industria cinematográfica, al servicio del conformismo de la sociedad estadounidense de posguerra, y desafiar los prejuicios de sus propios compañeros de profesión, que encasillaban a actores y actrices racializados en papeles humillantes, que excluían a las mujeres de cualquier puesto de poder o hipócritamente condenaba la homosexualidad al tiempo que dependían de actores, directores, escritores, músicos, etc. gais.

El dilema que anima a los protagonistas de la serie de Murphy es este: triunfar en Hollywood (para lo cual tienen que aceptar el estado de cosas de la industria cinematográfica) o renunciar a sus sueños a cambio de su integridad. Murphy apunta claramente el precio de optar por la primera opción: convertirse en un juguete roto. Para ello se sirve de figuras históricas, posiblemente lo más interesante de Hollywood: Rock Hudson, su agente, Henry Willson, o los cameos de Vivien Leigh. Sin embargo, ni estos personajes ni los totalmente ficticios pueden simplemente rendirse y dejar que la industria hollywoodiense siga su ritmo sin ellos, por lo que se inventan una tercera vía: la de utilizar el propio cine para dignificarse, sorteando todos los obstáculos, rodando una película en la que, por ejemplo, un productor cinematográfico se enfrenta a aquellos que quieren censurar escenas por no cumplir las exigencias del código Hays. El mensaje es claro: con valor el mundo puede cambiar, y el cine es la mejor herramienta para ello. Por si no había quedado bastante claro, en otro cameo aparece nada menos que Eleanor Roosevelt, la “madre” de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, para expresar su desconfianza hacia Washington (esto es, la política tradicional) frente a Hollywood como motor de cambio social.

El desarrollar esta trama en 1947 sirve a Murphy para cargar las tintas en la contingencia de los sistemas represores que articulan nuestra sociedad, en la responsabilidad individual de cada uno a la hora de aceptar o no el papel que se nos ha concedido. Viene a decir, implícitamente, que si los actores, escritores, directores, productores, etc. que conformaron la industria cinematográfica hubieran tomado decisiones diferentes, el negro panorama de la misma dibujado por Adorno y Horkheimer como sistema represivo al servicio del capital no hubiera sido posible. Que el cine podía haber sido una fuerza emancipadora desde mucho antes. Hollywood es también, por contraste, una forma de hablar del cine (o las series) de nuestro tiempo, una forma de ponerlas en el espejo ante su propio poder.

Ahora bien, que la serie sea un canto de amor a la capacidad emancipadora del cine no la hace una buena serie: la facilidad con que los personajes reúnen el valor para desafiar a su entorno crea una galería de protagonistas casi sin conflicto interno, prácticamente planos (de nuevo, son los personajes “reales” los más interesantes en este sentido). Se puede anticipar con bastante facilidad el desarrollo de la trama, que reproduce motivos tradicionales del cine clásico, un riesgo obvio en una serie que trata de unos actores haciendo una película que a su vez va de unos actores haciendo una película. Uno no sabe si este ambiente algo naif es un homenaje al cine clásico, una parodia de este, una mezcla de ambas cosas o algo totalmente involuntario. En su juego con la estética de los años dorados de Hollywood, la comparación de la serie de Murphy con La La Land es obligada, aunque el mensaje de ambas no pueda ser más diferente.

Sin embargo, Hollywood es sumamente entretenida. Adorno y Horkheimer apuntaban a que el mecanismo represor del cine funcionaba cuando presentaban simples clichés renovados, que ofrecían al espectador la sensación de novedad y le divertían, pero sin ofrecer una verdadera ampliación de su capacidad imaginativa, sino algo ya conocido. Posiblemente hubieran visto Hollywood como el más acabado producto de la industria cinematográfica posmoderna, aunque en vez de represión quiera transmitir esperanza.

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José Corrales Díaz-Pavón

José Corrales Díaz-Pavón es coordinador editorial de HomoNoSapiens. Filólogo Hispánico, cree, con Eco, que la lectura es una inmortalidad hacia atrás, y ,con Kafka, que un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros.

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