Imagen |Rebeca Madrid
¿Por qué eran tan misteriosos los oráculos antiguos? Tan herméticos. Porque no te brindaban lo que esperabas, una respuesta clara y diáfana acerca de tu futuro. Eran oscuros, como la oscuridad que anida en tu interior. Tanto como tu desconocimiento de ti mismo. Pues, si sabes de ti, también sabes de tu futuro. “Conócete a ti mismo y conocerás el universo y los dioses”, rezaba en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos. Un oráculo había de ser descifrado, había de ser interpretado, la respuesta no se daba acabada, no estaba hecha. Tú tenías que dar sentido al oráculo. Tú habías de dar sentido a tu vida, a través de la conciencia con que te ponía en contacto el oráculo. Un elevado nivel de conciencia. Si te sitúas ahí, más arriba, observando tu vida desde la altura de la perspectiva cósmica, el oráculo resulta transparente. Ocurre lo mismo con los fragmentos conservados de Heráclito de Éfeso, el Oscuro, el claro. Los restos transmitidos por otros autores de su discurso Sobre la naturaleza (Physis) son difíciles o claros, en función de lo abierto que uno esté a su propia experiencia. Si cerrado a sí mismo, texto críptico y divino; si abierto a uno mismo, todos -o casi todos- textos humanos y evidentes.
El camino hacia arriba y hacia abajo es uno y el mismo.
La enfermedad hace suave y buena la salud, el hambre la saciedad, la fatiga el descanso.
En los mismos ríos ingresamos y no ingresamos, estamos y no estamos.
¿Hace falta alguna explicación? ¿Te has abierto lo suficiente a lo dicho por estos fragmentos? Como el dios del Oráculo de Delfos, Heráclito “ni dice ni oculta, sino que indica”, para que tú mismo otorgues sentido a lo que estás oyendo en tu interior, así introduzcas comprensión en tu vida y puedas vivir mejor. Como podrás ver, algunos de los fragmentos te hablan de la impermanencia de lo que hay (“todo fluye”), otros muchos te hablan de la permanencia, de una unidad más allá de lo que se ve, de una comunidad más allá de las diferencias, de una eternidad más allá de lo que está pasando y no cesa de pasar. ¿Es contradictorio, Heráclito? Sí, para la mente racional en su uso estrecho. No, para el sentir superior, que también habita en nosotros (“A todos los hombres les es dado conocerse a sí mismos y ser sabios”). Solamente, es necesario mirar con atención consciente lo que estamos leyendo, contemplarlo en sí mismo, desde nosotros mismos, no desde una idea previa, poniendo condiciones previas, por muy lógicas que éstas nos parezcan a primera vista. Entregándonos a lo que en nosotros suscita -resonando- su lectura profunda, y no mediatamente sino de un modo directo e inmediato.
No comprenden cómo lo divergente converge consigo mismo:
armonía de tensiones opuestas, como en el arco y la lira.
¿Por qué mantener dos aspectos aparentemente contradictorios? Convergente y divergente. Tensiones opuestas, fuerzas opuestas, centrífuga y centrípeta. ¿Cómo pueden estar a la vez en armonía dichas fuerzas opuestas? ¿Cómo podemos vivir esta vida armónicamente en medio de tantas contradicciones, tantas contrariedades, tantas oposiciones, conflictos, desencuentros, guerra y miserias? “La lucha (Pólemos) es el padre de todas las cosas”. No te dice Heráclito que tengas que ser un ser superior, o bien que te retires siete años en un monasterio del Tíbet, para que entiendas. Está señalando con la palabra racional (Logos) que esta armonía siempre se da; está dándose ahora mismo. A través de realidades cotidianas. En el arco hay tensión de fuerzas opuestas y hay un equilibrio de fuerzas, que permite disparar la flecha y acertar en el blanco, cada sujeto en el blanco de su propia vida, con más o con menos acierto. Una nota afinada junto a otra nota de la lira, respetando los silencios, produce armonía musical y música. Los opuestos son uno y distintos. Y son distintos porque uno es expresión del otro, pero al ser uno del otro expresión mutua, significan algo juntos, no son dos. Una unidad funcional. Funcionan armoniosamente. Una ola no es otra ola, y chocan y se estremecen una contra la otra, pero cada ola es mar. Ese fondo de mar es lo real, de ahí emergen las olas del mar. Son reales las olas, y es real el océano de mar. Fuente u origen.
A esto se le ha llamado en occidente el juego dialéctico de la realidad. Ha habido filosofías muy analíticas, sobre todo a lomos de la modernidad: algo, o es A o es B, pero no puede ser A y B. Afirmar esto último ha sido tomado muchas veces como contradictorio. Pero no lo es, es diverso y rico. Así se muestra, así se expresa el mundo de las formas existentes. Distintas y, a veces desde nuestra lógica racional estrecha, aparecen incluso como opuestas. Cuando esta manera dialéctica de acercamiento al mundo no es sino otra vía para acceder a la identidad (Parménides). A la realidad. Dinámicamente. Una manera de conciliar lo que nos parece a primera vista irreconciliable, como en tantas ocasiones sucede en la vida, que todo se va aclarando por sí mismo, con paciencia, apertura y humildad. Pues bien, estas filosofías dinámicas (Aristóteles, Spinoza, Hume, Nietzsche, María Zambrano y tantas otras) fueron en occidente inauguradas por nuestro filósofo y sabio Heráclito.
La vida que vivimos esta llena de desajustes, de sinsabores, la vida parece dispuesta a jugártela a la vuelta de cualquier esquina. Muchas veces parece todo roto y sin sentido. No hay por dónde agarrar las dificultades y un sinfín de obstáculos. Sufrimos. Y es así, pero no es así. En otras ocasiones disfrutamos, todo placer y todo dicha. Y es así, pero no es así. Porque necesitamos desarrollar un poco más la mirada, ahondando en ella, dando un paso hacia atrás para mejor ver todo lo que hay para ver, como nos ocurre con la contemplación de una pintura de trazos gruesos, estilo impresionista. Vamos a buscar la armonía oculta en las cosas, reencontrándonos con la armonía y plenitud que dormida habita en nosotros mismos. Está esperando recibir una mirada nuestra bien consciente. “Despiertos y no dormidos”. “Presentes y no ausentes”. Vigilantes.
Me he investigado a mí mismo.
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