A Antonio, Jose, María Victoria y Ricardo, que siguen conversando conmigo en el Emily.
En 1939 Ludwig Wittgenstein (1889-1951), que mantuvo una relación ambivalente con la figura de Freud (1856-1939) y el psicoanálisis, anotaba en un cuaderno la siguiente observación: “Hacerse psicoanalizar es en cierta forma semejante a comer del árbol del conocimiento. El conocimiento que así se obtiene nos plantea (nuevos) problemas éticos; pero no aporta nada para su solución”[i]. Parece que Freud no ignoraba esto cuando en 1909, al desembarcar en Estados Unidos para ofrecer unas conferencias, le confesó a Jung (1875-1961): “No se dan cuenta de que les llevamos la peste”[ii]. Es lo que tiene el “sapere aude”, pues una vez que sabes, ¿cómo fingir que no se sabe? ¿Cómo cargar a cuestas con todo lo que uno sabe?
Freud concibió un arma retórica[iii] casi infalible al señalar que quien muestra resistencia al psicoanálisis es porque acaso manifiesta síntomas evidentes de padecer un complejo de Edipo, una represión, etc. [iv] De esta manera se asegura que quien entra de buena fe, pasa, y quien no, que tire la primera piedra. Será arduo, si no imposible, librarse: al fin y al cabo, la salud mental, en sentido estricto, quizá no sea más que una idea platónica. Y el propio Freud se encargó de revelarnos que los límites entre lo que a menudo se considera patológico y lo que no son extremadamente difusos, logro por cierto que ha contribuido a comprender la humanidad de forma más realista, profunda y justa.
El filósofo Karl Popper (1902-1993), buscando un criterio de demarcación entre las ciencias y las pseudociencias, señaló que las primeras se caracterizan por ser refutables, y como el psicoanálisis, a su juicio, no se puede refutar, no es una ciencia. Según las críticas de Adolf Grünbaum (1923), “el psicoanálisis sí es una teoría contrastable, ya ha sido contrastado y ha resultado ser falso”[v]. Estas y otras críticas han contribuido a que el psicoanálisis pierda prestigio social en tanto que ciencia, siendo considerada con frecuencia como una pseudociencia.
En palabras del crítico Harold Bloom (1930), “las concepciones de Freud han comenzado a mezclarse con nuestra cultura y ahora forman verdaderamente la única mitología occidental que tienen en común los intelectuales contemporáneos”[vi]. Sin embargo, tengo para mí que la idea de ciencia actualmente más extendida entre los individuos es otra mitología que ha sustituido a la religión, pues ya que se ha derrumbado la creencia en la religión como aquello que nos redimirá, se cree en la ciencia como aquello que nos curará de todos nuestros males. Mientras no cambien nuestros dioses parece que no cambiaremos…
La ciencia, como fruto humano, es más finita y falible de lo que acostumbra a creerse. Y Freud fue de esta manera construyendo el psicoanálisis, poco a poco, por medio de revisiones y autocríticas. El fin del psicoanálisis no es tanto la cura como que lo inconsciente advenga a conciencia. Y con ello el paciente sea un poco más autónomo. En Análisis profano escribió: “El psicoanálisis es una parte de la psicología. No es psicología médica en el sentido tradicional ni tampoco psicología de los procesos patológicos. Es psicología a secas; desde luego, no toda la psicología, pero sí su infraestructura, quizá su mismo fundamento”. De hecho, el psicoanálisis de Freud, con el descubrimiento del inconsciente, alteró y trastornó el fundamento de las ciencias modernas, que al menos desde Descartes se situaba en la conciencia humana.
Recomendaba aproximarse al psicoanálisis “no en calidad de terapia, sino por lo que nos revela sobre lo que más íntimamente interesa al hombre, su propia esencia, y por las conexiones que pone al descubierto entre las más variada gama de sus actividades”. Parece en realidad que a Freud le importaba más el impacto y las consecuencias del psicoanálisis en la cultura y en nuestra conciencia como humanos que su significado médico. El propio Freud no era muy ambicioso en sus pretensiones con el psicoanálisis como terapia médica: reconocía que la cura consistía en pasar de una infelicidad patológica a una infelicidad corriente. Aunque a veces nos asalten estados de euforia y delirios de grandeza, no podemos dejar de ser humanos.
Ahora que se ha extendido una idea de ciencia que goza de un enorme prestigio social, quizá, como señalaba más arriba, porque ha sustituido a la religión como depositaria de nuestras expectativas de salvación, conviene examinar algunos criterios de demarcación entre ciencias y pseudociencias. Parece que la falsabilidad, el criterio de demarcación propuesto por Popper, no se cumple en el psicoanálisis. Pero el psicoanálisis de Freud, repito, fue un proceso de construcción con continuas revisiones y autocríticas. Por lo tanto, él mismo se refutaba progresivamente mientras levantaba esta disciplina, una disciplina que, si bien ha tenido continuadores (Jung, Adler (1870-1937), Lacan (1901-1981), etc.), y a pesar de su poderosa influencia en las ciencias, en la filosofía, en la literatura y en el arte, no ha sido concluida y sospecho que no lo será.
Aún más, en otros de sus escritos Freud reconoce que “todo analista debería periódicamente –a intervalos de unos cinco años– someterse a un nuevo análisis sin sentirse avergonzado de dar este paso. Esto significaría entonces que no sólo el análisis terapéutico de los pacientes, sino su propio psicoanálisis, se transformaría desde una tarea terminable a una tarea interminable”[vii]. Aquí se percibe claramente la imagen en construcción de la ciencia y el conocimiento, imagen que entronca tanto con la visión histórica y, por consiguiente, relativista de Thomas S. Kuhn (1922-1996) como con el criterio de la falsabilidad de Popper.
Por otra parte, criterios de demarcación como la comprobación empírica, el poder explicativo y predictivo, la universalidad, la intersubjetividad o el consenso, se cumplen al menos parcialmente en el psicoanálisis de Freud; al igual que en otras ciencias sociales o humanas (desde la misma psicología a la sociología, pasando por la filosofía), no lo hace tan plenamente como en las llamadas ciencias naturales (física, química, biología). Una de las razones principales de que esto sea así es porque las denominadas ciencias sociales o humanas muy difícilmente pueden eludir el postulado de la libertad del sujeto que analizan, de modo que no se puede determinar la acción con el mismo grado de probabilidad de acierto y predicción que en la física o en la biología.
También en ello Freud fue una excepción, tal vez como un científico ilustrado decimonónico, operaba teóricamente bajo una concepción determinista. Recuérdense afirmaciones como “la anatomía es el destino” (que, dicho sea de paso, parece anticipar de manera intuitiva lo que desde la genética y la medicina se va descubriendo). En el fondo era un humanista. Se diría que el psicoanálisis de Freud se mueve entre el deseo de descubrir lo inconsciente, con el fin, decíamos, de que el paciente adquiera mayor autonomía; y, por otra parte, bajo la sospecha de que el conocimiento completo de lo inconsciente, cosa que no se produce ni en nuestros sueños, anula los márgenes de libertad con los que parece que contamos. Tengo para mí que esto último suscita recelo y rechazo entre buena parte de la comunidad científica, bastante influida por una visión positivista y cientificista que cree poder calcularlo todo.
Creer poder calcularlo todo de una vez, por fin, es una creencia ingenua que se opone a la visión histórica del conocimiento científico que hemos alcanzado durante el siglo XX y lo que va de XXI. Continuamente tenemos que reconocer que no sabemos, de acuerdo con la imperecedera lección de Sócrates, padre de la filosofía occidental, de la terapéutica y de las ciencias en tanto que disciplinas universales. Solo así no confundiremos la ignorancia con el reconocimiento de la ignorancia, que nos mantiene abiertos al saber. La posesión de la verdad, la creencia de que poseemos la verdad, mata a la verdad[viii]. Solo así comenzaremos sin cesar la búsqueda del saber, que es un proceso interminable.
Sospecho que con el psicoanálisis sucede lo que con la filosofía o con la literatura o con el arte: o lo experimentas o no lo experimentas, o te reconoces entre sus signos o no te reconoces. Freud no lo ignoraba: “La situación es la misma que cuando la gente lee trabajos psicoanalíticos. El lector resulta «estimulado» solamente por aquellos pasajes que siente que se aplican a sí mismos; esto es, que conciernen a conflictos que son activos en él en aquel momento. Todo lo demás le deja frío”[ix]. ¿No depende a menudo la verdad de las llamadas ciencias humanas del reconocimiento del sujeto?
A diferencia de las ciencias naturales, no depende únicamente de unos procedimientos lógicos y de unos métodos que con suerte se pueden objetivar (adviértase que no es lo mismo “objetivar” que “objetividad”, otro mito de las ciencias) y verificar; también depende para ello, y hasta qué punto, de nuestros estados de ánimo, de nuestra subjetividad y de nuestra capacidad para reconocer y aceptar. ¿Quiénes están de veras dispuestos a reconocer y aceptar la verdad? Algunos se inclinarán por el camino de Yocasta: evitar conocer la verdad por temor a descubrir lo insoportable de la existencia; otros, por el contrario, se inclinarán por el camino de Edipo: no dejar de buscar la verdad a pesar de que puede arruinarnos la vida. ¿Por qué camino nos inclinamos? ¿Podemos realmente elegir? Y luego acaso nos lo contaremos bajo la creencia, que genera efectos de realidad y efectos en la realidad, de que éramos libres de elegir.
Imagen| «La ciudad dormida» de Paul Delvaux
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[i] Ludwig Wittgenstein, Aforismos. Cultura y valor, trad. Elsa Cecilia Frost, Madrid, Espasa, 2004, p. 81.
[ii] Lo recoge Jacques Van Rillaer en Las ilusiones del psicoanálisis, trad. Antón Vecens, Barcelona, Ariel, 1985, p. 18.
[iii] Stanley Fish ha analizado la dimensión retórica del psicoanálisis de Freud en “Reteniendo la parte que falta: psicoanálisis y retórica”, reunido en Práctica sin teoría: retórica y cambio en la vida institucional, trad. J. L. Fernández-Villanueva, Barcelona, Destino, 1992, pp. 305-347.
[iv] A esta objeción crítica respondió Freud en “Construcciones en el psicoanálisis”, reunido en Introducción al narcisismo y otros ensayos, trad. Ramón Rey Ardid, Madrid, Alianza, 1979, p. 132 y siguientes.
[v] El resumen de estas críticas es de Jesús Mosterín, La naturaleza humana, Madrid, Espasa, 2008, p. 168.
[vi] Citado por Isidoro Reguera en “Una mitología poderosa”, El País, Babelia, 06/05/2006.
[vii] S. Freud, “Análisis terminable e interminable”, recogido en Introducción al narcisismo y otros ensayos, trad. Ramón Rey Ardid, Madrid, Alianza, 1979, p. 127.
[viii] Nuccio Ordine lo recordaba justamente en La utilidad de lo inútil, trad. Jordi Bayod, Barcelona, Acantilado, 2014, pp. 125.
[ix] S. Freud, Análisis terminable e interminable”, recogido en Introducción al narcisismo y otros ensayos, trad. Ramón Rey Ardid, Madrid, Alianza, 1979, p. 105.