Imagen| Laura Árbol
El feminismo es la teoría y la praxis que busca la igualdad entre hombres y mujeres. Esto no implica un mundo de clones. En democracia, ser iguales no significa ser idénticos. Por el contrario, al luchar contra la influencia nociva de los estereotipos, el feminismo aboga por el florecimiento de personalidades libres que se respeten entre sí. Como teoría de la igualdad, el feminismo tiene una larga historia. En el siglo XVII, en esa República de las Letras que eran los salones literarios presididos por “las preciosas”, se gestaba ya la democracia moderna a partir de la idea de “igualdad de todos los hombres” propia del derecho natural. El filósofo Poulain de la Barre se propuso aplicar la crítica al prejuicio de su admirado Descartes al “prejuicio más antiguo”: el de la inferioridad de las mujeres. Así, escribió una obra titulada Sobre la igualdad entre los sexos que recibió muy buena acogida y siguió siendo discutida por los ilustrados en el siglo XVIII, para caer en el olvido más tarde. Como movimiento social moderno, el sufragismo consiguió el voto femenino y otros derechos civiles después de más de setenta años de lucha iniciados con el Manifiesto de Seneca Falls de 1848. El retorno del feminismo en el último tercio del siglo XX, consiguió que las mujeres salieran del encierro doméstico y se abrieran camino en el ámbito del trabajo asalariado, la cultura y la política. La filósofa existencialista francesa Simone de Beauvoir preparó, con El Segundo Sexo, el resurgir de la praxis emancipatoria feminista. Como bien ha señalado Rosalía Romero, su obra dio frutos teóricos y prácticos extremadamente relevantes en la Transición española.i Los hombres y mujeres que enarbolaron sus ideas consiguieron importantes avances, cambiaron las leyes e incidieron en la educación. Las familias comenzaron a pensar seriamente en el porvenir profesional de sus hijas. El feminismo radical llevó a la discusión pública dos cuestiones que eran tabú: la violencia contra las mujeres y la sexualidad. Las planteó como un asunto político, no en el sentido de aquello que se hace en los partidos o en los parlamentos, sino con el significado más amplio de los filósofos de la Escuela de Frankfurt: como una cuestión de relaciones de poder que se encuentra presente en todos los planos de la sociedad. El lema “Lo personal es político” resumía una idea clave: lo que nos sucede en nuestra vida personal, incluso en el ámbito de lo afectivo-sexual, tiene una lectura social, política.
En el ámbito de la Filosofía, de las colecciones de perlas de la misoginia de los años setenta se pasó rápidamente a una identificación del sexismo altamente elaborada que permitió comprender las complejas relaciones entre filosofía y patriarcado. Lo que los filósofos hayan dicho sobre los sexos no es un anacronismo folklórico que pueda dejarse de lado, sino algo que forma parte de nuestra historia en tanto ha contribuido a designar los lugares «naturales» de hombres y mujeres a lo largo de los siglos. Entender nuestro presente implica, pues, examinar la urdimbre de discursos y relaciones materiales que constituyen nuestra realidad histórica. Ahora bien, tematizar la conceptualización de los sexos realizada por filósofos eminentes puede generar diferentes reacciones adversas en un público no iniciado en el feminismo. En las mujeres, generalmente, una sensación incómoda de ser desalojadas de esa Casa del Hombre en el sentido hegeliano que, ingenuamente, habían creído suya. En ocasiones, experimentan cierta decepción mezclada de irritación hacia el admirado maestro, perdonándolo finalmente con el erróneo argumento de que en aquella época «no se podía» pensar de otra manera. En realidad, una profundización del estudio histórico muestra siempre pensamientos alternativos opuestos, posteriormente «olvidados» y con los que el pensador estaba justamente polemizando (tal es el caso, por ejemplo, de Aristóteles y los sofistas igualitaristas). También suelen elevarse protestas, a menudo provenientes de varones, que sostienen que no tiene sentido detenerse en tales «nimiedades» cuando se trata de acercarse al pensamiento de los grandes filósofos. Pero ¿son nimiedades las soluciones filosóficas propuestas a la cuestión de la relación de poder entre una mitad de la especie humana y la otra? Recordemos lo que Cèlia Amorós llama el círculo Poulain, a partir de la observación hecha en el siglo XVII por el citado filósofo cartesiano Poulain de la Barre: el «vulgo» confirma sus prejuicios con la opinión de los «doctos» y éstos, en la cuestión de los sexos, no superan el estadio del prejuicio que reina en el «vulgo». Se convierten, entonces, afirma C. Amorós, en “intelectuales orgánicos de los varones no filósofos, produciéndose de este modo un efecto de investidura recíproca y reconocimiento especular que produce efectos de bloqueo epistemológico”ii.
El interés que puede tener el estudio de lo que, por ejemplo, Aristóteles o Kant afirmaron sobre las mujeres no pertenece al registro biográfico de las curiosidades ni es, como tal, materia para una especie de «revista del corazón» de la Filosofía. Su pertinencia propiamente filosófica reside en el descubrimiento de los inexplorados pasadizos que vinculan la ontología, la ética y la política. Se trata de un tipo de análisis que concibe la Filosofía como un discurso que puede funcionar como legitimación de las relaciones de poder existentes o como impugnación liberadora. Para ello, indudablemente, el estudio no puede limitarse a ser un catálogo de afirmaciones sexistas o incluso misóginas. Debe mostrar la articulación de tales pasajes con el conjunto de la obra, con el objetivo de ésta y con los debates filosófico-políticos del momento en que fue escrita. Sólo de esta manera adquiere relevancia y rango filosófico. De más está decir que se trata de un trabajo de envergadura que requiere un buen conocimiento de los autores tratados, de las distintas interpretaciones que ha recibido su obra y de la significación histórico-política de ésta. A partir de ahí, aplicando la hermenéutica de la sospecha feminista, se analiza la conceptualización de los sexos como una forma de poder que, como los mitos en el período pre-filosófico, «explica» (es decir, justifica) las razones de la desigualdad y la dominación. A menudo, se trata de una reformulación reactiva en momentos de crisis y contestación del orden patriarcal de género; tal es el caso de los filósofos que Amelia Valcárcel analiza con perspicacia como representantes de la misoginia romántica: Hegel, Schopenhauer, Kierkegaard y Nietzscheiii. Vemos, pues, que la primera tarea del feminismo en filosofía no es simplemente de estudiar «la mujer en la obra de…», sino analizar los discursos de construcción de lo masculino y lo femenino que siempre acompañan a la estratificación patriarcal. Para construir conocimiento liberado de los prejuicios del sexismo y el androcentrismo, generalmente se parte del existente, se lo critica o deconstruye, se muestra su genealogía y su funcionamiento en tanto legitimación de un orden establecido.
El resurgimiento del feminismo en el siglo XX trajo una gran transformación en el ámbito de las humanidades y de las ciencias sociales. Al diferenciar lo innato de lo adquirido, lo biológico de lo que se puede cambiar, lo natural de lo histórico, la contraposición de sexo y género ha tenido un enorme impacto social. Nos ayudó a analizar nuestras identidades. Combinado con otros conceptos como los de etnia, clase y opción sexual, nos ha permitido entender numerosos problemas del mundo actual porque no atiende sólo a cuestiones teóricas, sino a la comprensión de nuestras vidas y a la búsqueda de soluciones al sufrimiento de millones de personas.
He llamado “patriarcado de coerción” aquel en el que el sexismo se expresa en normas escritas o costumbres que prohíben a las mujeres ejercer determinados roles, restringiendo su desarrollo como personas. Hoy, las sociedades occidentales viven en otro tipo de patriarcado. Lo he denominado “patriarcado de consentimiento” porque en la situación actual del mundo desarrollado el sometimiento no se logra a través de leyes discriminatorias como sucedía en el pasado europeo. Ahora es la producción de deseos a través, fundamentalmente, de los medios de comunicación, de las imágenes del mundo de lo simbólico, lo que incita a seguir cumpliendo con roles estereotipados de género. Pensemos, por ejemplo, en las adolescentes que aumentan sus senos con silicona, cuando ni siquiera su cuerpo se ha desarrollado. O las dietas extenuantes debidas a la tiranía de un modelo misógino de belleza. También podemos preguntarnos si se han cumplido las perspectivas de emancipación de las mujeres en cuanto a la sexualidad o, simplemente, se las ha integrado en un modelo androcéntrico. ¿El derecho a la sexualidad se ha transformado en la obligación de la sexualidad? La hipersexualización de las niñas puede ser considerada una reacción patriarcal al avance en el reconocimiento de los derechos de las mujeresiv. El feminismo tiene hoy la tarea de pensar cómo enfrentarse, sin ser acusado de puritanismo, a esta nueva política patriarcal en la que las mujeres “eligen” su explotación (prostitución, vientres de alquiler…).
Por otro lado, la integración en igualdad no ha de omitir, a mi juicio, el análisis crítico del sesgo androcéntrico de la sociedad y la cultura. Es más fácil percibir el sexismo discriminatorio que el androcentrismo. Por ejemplo, puedo examinar una institución y contar cuántas mujeres hay en puestos de decisión. Mucho más complicado es descubrir que nuestros criterios de valor están profundamente moldeados por una historia de siglos en la que el colectivo femenino ha estado excluido de las áreas de decisión. De acuerdo a esos criterios suele adjudicarse la calificación de “genio” o de “actividad importante”. Nadie está totalmente liberado de una mirada sesgada por siglos de exclusión. Inconscientemente, todavía tendemos a valorar más lo que nos parece masculino que lo que consideramos femenino. Así, las tareas del cuidado están devaluadas. No hay un reconocimiento real de las tareas de cuidado, sin embargo, son imprescindibles para la vida. Aunque los casos de reparto igualitario van en aumento, en términos estadísticos, las tareas del cuidado siguen recayendo sobre las mujeres aunque además tengan un trabajo asalariado. Tendremos que dar aún muchos pasos hacia la igualdad.
Actualmente, una corriente emergente de la filosofía y la praxis feminista está despertando interés entre las más jóvenes: el ecofeminismo. Creo que en los tiempos del cambio climático y las catástrofes mal llamadas “naturales”, el feminismo tiene algo que decir sobre las mujeres como víctimas pero también como protagonistas de buenas prácticas. Alejada de esencialismos, mi propuesta ecofeminista busca articular un pensamiento en el que la igualdad rime con la sostenibilidad. He llamado a mi posición ecofeminismo crítico, en referencia a la necesidad de reconocer y afirmar, pero también revisar críticamente, el legado ilustrado de crítica al prejuicio y de igualdad y autonomía de las mujeres. He dado a estos principios un carácter vertebrador junto con una conceptualización nominalista del género, un diálogo intercultural con especial atención a las culturas latinoamericanas, la aceptación prudente de la ciencia y la técnica, la universalización de las virtudes del cuidado aplicadas a los humanos, a los animales y al resto de la Naturaleza y una ética de la justicia y la compasión frente a la radical finitud del mundov.
Planteo la universalización de la ética del cuidado como una de las bases de la nueva cultura de la sostenibilidad. Este cuidado del mundo es lo que asumen los movimientos ecologista y animalista, cuyas bases están compuestas por una enorme mayoría de mujeres; es algo que innumerables campesinas de los países empobrecidos realizan con sus labores cotidianas, con una agricultura que respeta los ciclos de la naturaleza en vez de obligarla a producir al ritmo de la avidez del mercado. Como resultado del pensamiento feminista, sabemos que las actitudes y aptitudes el cuidado de las mujeres han sido devaluadas, despreciadas, históricamente dentro de la filosofía occidental incluso han sido consideradas formas inferiores de la ética. La compasión ha sido vista como una forma inferior de la ética y, en general, se han devaluado los sentimientos. No propongo eliminar los principios y las normas éticas, pero sí dar un lugar a esa “otra voz”, la de los sentimientos. Se trataría de combinar sentimientos y principios éticos sin reducirlos a una especialidad de las mujeres. Tenemos que exigir su universalización. Ha llegado el momento, en este siglo XXI, de enseñar los valores del cuidado a los varones. Son posibilidades humanas que hasta el momento se nos han exigido y enseñado fundamentalmente a las mujeres. Los valores del cuidado han de ser aplicados más allá de nuestra especie, al mundo, a nuestros hermanos los animales no humanos y a los ecosistemas de los que todos dependemos.
Estamos ante una emergencia ecológica y civilizatoria. Pero hay esperanza: la juventud está despertando, como lo demuestra el movimiento Fridays for Future. El feminismo no puede ser ajeno a esta situación. Tiene mucho que decirvi. Con el ecofeminismo crítico, se plantea un pensamiento y un movimiento para otro mundo posible, más allá del patriarcado y su voluntad de dominio, un mundo de justicia y paz en el que los seres humanos reconozcamos, humildemente, ser parte de la inmensa red de la vida.
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i Romero, Rosalía, “El legado de Simone de Beauvoir en la filosofía feminista española”, en Revista Internacional de Culturas y Literaturas, nº1, 2012, pp.83-87.
ii Amorós, Cèlia, Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y postmodernidad, Colección Feminismos, Universitat de València y Ed. Cátedra, 1997, p.59.
iii Valcárcel, Amelia, La política de las mujeres, Colección Feminismos, Universitat de València y Ed. Cátedra, 1997.
iv De Miguel, Ana, Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección, Colección Feminismos, Universitat de València y Ed. Cátedra, 2015.
v Alicia H. Puleo, Ecofeminismo para otro mundo posible, Colección Feminismos, ed. Cátedra, Madrid, 2011.
vi Puleo, Alicia, Claves ecofeministas. Para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales, Plaza & Valdés editores, Madrid, 2019.