A mis alumnos, a donde quiera que estén, a donde quiera que viajen.
I
Antes de 1831, la ley local de Málaga prohibía los enterramientos de los no católicos a la luz del día y ordenaba que los cuerpos debían ser trasladados a la orilla del mar. De modo que la muerte de un cristiano que no profesara la fe católica romana en tierras de Málaga suponía el abandono de ese cuerpo a la orilla del mar, donde era enterrado de pie en la arena, a merced de las olas y las mareas y los animales. Allí los cuerpos aparecían desenterrados o destrozados, o desaparecían en las fauces incansables del mar.
El enterramiento, el buen enterramiento, ha sido a lo largo de la evolución y de la historia un acto simbólico de humanidad, ya que implica reconocer al otro como humano, así como la manifestación de sentimientos como la piedad, la caridad, la compasión o la empatía por la vida de los otros. Tanto en la Ilíada de Homero como en Antígona de Sófocles hay perdurables testimonios de lo que ha significado y significa el buen enterramiento para los humanos.
Sabedor de esta excluyente e injusta costumbre, Willian Mark, nombrado Cónsul Británico en 1824, se propuso obtener un pedazo de tierra que pudiera acoger a los ciudadanos ingleses. De esta manera, el llamado “Cementerio Inglés” se convirtió en el primer cementerio para uso de los cristianos no católicos en la España peninsular. Con el tiempo no solo ha acogido entre su tierra a ciudadanos ingleses, sino a ciudadanos de muy diversos lugares del mundo –Alemania, Francia, Finlandia, España…–.
II
El 7 de Abril de 1894 nace en Sliema (Malta) un niño y, después de un periplo por Sudáfrica, Inglaterra, Irlanda y la India, su familia se instala a partir de 1902 en Gloucestershire. Muchacho inquieto y aventurero, cuyas pasiones dominantes serán viajar y conocer, tras concluir sus estudios, en agosto de 1912, decide emprender un viaje a Asia. Se fuga de la casa de sus padres y logra atravesar a pie Francia e Italia, pero en el invierno de 1913, una nevada en Bosnia lo detiene. Al regresar a casa, su padre trata de persuadirle de que adopte un estilo de vida convencional, pero resulta inútil. El joven se alista en el ejército al estallar la denominada Primera Guerra Mundial en 1914 y participa en varias batallas. En 1918 le conceden la cruz militar y lacroix de guerre francesa.
En 1919, con una herencia económica, se marcha a Granada en busca de serenidad para dedicarse a sus pasiones predilectas, caminar, viajar, leer, escribir. Allí residirá durante temporadas hasta 1936. Enamorado de esta luz, estas tierras, estas gentes y sus costumbres –en no pocas ocasiones, como hemos visto, no muy civilizadas– se instala en Churriana y, más tarde, en Alhaurín el Grande, donde fue testigo excepcional de la batalla de Málaga durante la Guerra Civil –o, para ser más exactos, incivil, como la denominó Luis Buñuel–.
Como dice el refrán, “uno no es de donde nace sino de donde pace”. Y este hombre, a lo largo de su vida, pació en muchos lugares, de tal modo que se podía decir que no era de ningún lugar y al tiempo era de todos. Me atrevería a ir más allá: no podemos elegir el lugar donde venimos al mundo, pero en cierta forma sí podemos elegir el lugar donde vivimos. En este sentido, este hombre que nació en tierras de Malta, pero que estaba nacionalizado inglés y murió en Málaga, es más de aquí que la mayoría de nosotros, porque él sí eligió vivir en una tierra que no era su tierra nativa.
Después de haber donado su cuerpo a la ciencia –concretamente, a la Facultad de Medicina de la Universidad de Málaga–, sus restos, incinerados, yacen en el Cementerio Inglés, en cuya austera lápida, orientada hacia el mar, puede leerse: “Gerald Brenan (1894-1987), escritor inglés, amigo de España”. Tan amigo de España llegó a ser que algunas de sus obras más reconocidas trataban temas de la historia de España, como El laberinto español (1943), sobre los antecedentes sociales y políticos del conflicto bélico de 1936-1939; acerca de personajes ilustres de nuestra cultura, como una biografía acerca de San Juan de la Cruz (1973), o bien su acción transcurría por tierras españolas, como en las memorias Al sur de Granada (1957).
III
“Me pareció que ningún poeta de ningún otro país había alcanzado unas cimas tan altas de expresión lírica”. Ese es el motivo, según declaraba Gerald Brenan, de que le hubiera dedicado una biografía a San Juan de la Cruz. Místico que al mismo tiempo ejerció un notable influjo en uno de los más destacados poetas del siglo XX en lengua inglesa, el Premio Nobel (1948) Thomas Stearns Eliot, que en un fragmento de uno de los más memorables poemas filosóficos del pasado siglo, Cuatro Cuartetos, escribió:
“I said to my soul, be still, and wait whitout hope
For hope would be hope for the wrong thing; wait whitout love
For love would be love of the wrong thing; there is yet faith
But de faith and the love and the hope are all in the waiting.
Wait whitout thought (…)
You must go by a way wherein there is no ecstasy.
In order to arrive at what you do not known
You must go by a way which is the way of ignorance.
In order to posses what you do not posses
You must go by the way of dispossession.
In order to arrive at what you are not
You must go through the way in which you are not.
And what you not know is the only thing you know
And what you own is what you do not own
And where you are is where you are not”.
(Traducción al español de Esteban Pujals Gesalí)
“Le dije a mi alma, quédate
quieta y espera sin expectativas, (Modo de subir por la senda al Monte de Perfección)
pues tenerlas supondría esperar “Para venir a gustarlo todo,
erradamente; espera sin amor, no quieras tener gusto en nada.
pues sería amor a cosa equivocada; Para venir a saberlo todo,
hay todavía fe, pero la fe no quieras saber algo en nada.
y el amor y la esperanza consisten Para venir a poseerlo todo
en esperar. Espera sin esperar (…) no quieras poseer algo en nada.
Para acceder a lo que no conoces Para venir a serlo todo,
debes seguir una senda de ignorancia. no quieras ser algo en nada.
Para poseer lo que no posees Para venir a lo que no sabes
debes recorrer el camino has de ir por donde no sabes.
de la desposesión. Para venir a poseer lo que no posees
Para poder ser quien aún no eres has de ir por donde no posees.
debes seguir el sendero en que no estás. Para venir a lo que no eres,
Y sólo sabes lo que ignoras has de ir por donde no eres (…)”
Y lo que no tienes es lo que tienes (San Juan de la Cruz)
Y estás donde no estás”.
Los paralelismos saltan a la vista, por lo que considero innecesario detenernos en ello. Sin embargo, no estaría mal que aprendiéramos al menos tres lecciones de estas tres historias a caballo entre España e Inglaterra: primero, de acuerdo con el surgimiento del “Cementerio Inglés”, no debemos excluir a nadie; al contrario, hay que saber acoger. Segundo, de acuerdo con Gerald Brenan, reducir nuestro espacio vital al terruño donde uno nace, empequeñece el alma y la empobrece. Hay que aprender a ser “ciudadanos de mundo” (cosmopolitas, y no cosmopaletos). Tercera, y nunca última, debemos aprender a alimentarnos de los frutos del trabajo de personas de otros lugares y épocas, pues la persona culta, según Hannah Arendt, “es la que sabe cómo elegir compañía entre los hombres, entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado”.
El invitado a la vida no debe conformarse con ser acogido en la casa del otro y, en la medida de lo posible, aprender su idioma, sus costumbres, sus valores, lo que bien mirado no es poco, ciertamente. Como T. S. Eliot con San Juan de la Cruz, ha de esforzarse cuanto esté en su mano en mejorarlo, lo logre o no, con el fin de que sea un intercambio recíproco y enriquecedor. Así creceremos y a nuestro lado crecerán aquellos que con nosotros viajan.
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