Nuestros políticos son personas con numerosas habilidades sociales. De otro modo, no deberían encabezar ideas y carteles ni encauzar movimientos sociales. Así que somos muy afortunados, nuestros representantes políticos están altamente cualificados para ejercer su profesión. Sin embargo, mencionaremos cuatro habilidades que son más raras en ellos. Más tarde, pasaremos a enunciar aquellas competencias sociales que los caracterizan. Desde luego, mucho más abundantes. No en vano, aunque sea de una manera intuitiva, enseguida detectamos cuándo a un joven le iría muy bien dentro de la política, y no sería nada sorprendente que le dijéramos: “Tú vales para político, apuntas maneras”.
Al objeto de poder situar las habilidades sociales que no tienen, es más que suficiente una mirada a las aptitudes que han exhibido durante el período que hemos vivido con un Gobierno en funciones, desde las elecciones generales del 20D. Primera: su incapacidad contrastada para dialogar con otros políticos que piensan de un modo distinto, o que representan ideas e intereses diferentes a los propios. No parece que sepan, por experiencia, qué es dialogar: intercambiar mensajes que tienen en cuenta al otro, es decir, saber escuchar, y mientras se escucha, olvidarse por un momento de uno mismo, poniéndose en el lugar del otro y viendo las cosas desde su perspectiva (Daniel Goleman). Segunda: por lo que han demostrado, no están muy acostumbrados a trabajar de un modo cooperativo, sino más bien competitivo, desconociendo que la unión hace la fuerza. Esto quiere decir que, generalmente, todo el mundo —con la simple condición de que haya sido pensado, compartido y analizado previamente— tiene algo valioso que aportar, y que la suma de perspectivas suele ser más completa y verdadera que la visión parcial proveniente de un solo sujeto o sector ideológico (José Ortega y Gasset). Incluso, de este modo, pueden autocorregirse sus defectos más clamorosos. Tercera: no parecen tampoco muy entrenados en la búsqueda de lo mejor para todos. La decisión preferible es aquella que lo es por sus consecuencias para la mayoría, no que haya estado respaldada por una mayoría, y menos aún por alguna facción con más fuerza o poder. De hecho, la decisión más adecuada puede haber sido refrendada —indistintamente— por una mayoría o por una minoría. Lo que cuenta es que haya sido respaldada por las mejores razones para todos nosotros y considerando la perspectiva a largo plazo. La fuerza de los argumentos y no el argumento de la fuerza (Jürgen Habermas). Cuarta: adolecen además de una flagrante falta de creatividad, de imaginación creadora (Friedrich Nietzsche). Desde luego, pensar diversas soluciones alternativas a un problema no es su punto más fuerte. Si esta capacidad estuviera bien instalada no responderían a las situaciones —siempre nuevas y cambiantes— con las mismas recetas enlatadas y heredadas, aprendidas de las acciones políticas del pasado. Sus respuestas no serían tan previsibles y podrían afrontar con valentía e inteligencia renovada los retos políticos de este tiempo.
Vayamos ahora mismo con las habilidades sociales que sí poseen a raudales. Para ello, nos fijaremos en lo que vienen demostrando desde hace bastante tiempo, no solo durante estos meses infructuosos de la búsqueda de un Gobierno. Sin duda, la consecuencia de unos resultados electorales únicamente aptos para políticos inteligentes y creativos, que constituyen en sí mismos todo un reto. Quinta: ellos y ellas son excelentes actores. Pocos les ganan a la hora de interpretar un determinado papel, seguir coherentemente la lógica de un personaje o escenificar un rol que sea necesario representar. Son campeones. Capaces de tener respuesta para todo; la clave es no quedarse callado. Cualquier postura es susceptible de poder ser defendida; son excelsos abogados de las causas de sus “clientes” o de las suyas propias (Los Sofistas). Sexta: de ahí que su dominio del lenguaje y de los gestos no tenga parangón. El medio es el mensaje (Marschall McLuhan). Saben como nadie utilizar palabras mágicas: progreso, modernización de un país, igualdad, libertad, cambio, bienestar, derechos, calidad de la educación, pleno empleo, crecimiento… Invocadas una y otra vez, nadie puede resistir la potencia de su elixir. No importa lo que se diga o lo que se defienda, sino defenderlo con plena seguridad; saber hablar muy bien en público. Cuando los demás no están de acuerdo, en todo caso, será porque no se ha comunicado bien el mensaje. La apariencia y no la realidad es lo decisivo en este mundo. Por este motivo, es tan importante saber vestirse siempre para la ocasión. Séptima: es harto difícil superarles en capacidad de estrategia y eficacia. El fin justifica los medios (Nicolás Maquiavelo). Subscriben esta convicción: los medios empleados no pervierten nunca el fin. Hago o digo en cada momento lo que más convenga; es mi trabajo como político. Uno puede cambiar de estrategia, de ideas o de creencias, por evolución natural o personal, pero también según la ocasión lo requiera. Si ocurre lo primero, por qué no va a darse también lo segundo si, además, a mí conviene. Octava: lo conveniente es lo que conviene más a todos (Utilitarismo). Sin embargo, el político es el que lleva la iniciativa: él o ella sabe muy bien lo que el pueblo quiere y le conviene. Son personas con una gran capacidad para adivinar lo que los demás desean o necesitan. Así se fraguan los grandes líderes. La voluntad del pueblo es indefinida y etérea, por lo que es preciso ofrecerle un cauce concreto y determinado. Ese es el trabajo del político. De hecho, no haría falta preguntarle más que en contadas ocasiones. Novena: cuando hay problemas propios o ajenos, en sus respectivos partidos políticos o por la situación económica y social de la población, ellos y ellas son quienes primero mantienen la calma y la cabeza fría. Son maestros en encajar los golpes de sus adversarios —ni se alteran lo más mínimo— y los contratiempos de la adversidad política sobrevenida; nadie mejor para encarar las dificultades y las situaciones contradictorias. Efectivamente, se mueven como peces en el agua del mar de las contradicciones (Pragmatismo). Esta habilidad, sin dudar, resulta prometeica para la sociedad. Necesitamos personas así. ¡Qué haríamos sin ellos! Décima: por último, una habilidad fundamental para el buen funcionamiento de los grupos sociales, dejarse ayudar, saber delegar. No sería buena idea que ellos y ellas lo lleven a cabo todo, es más aconsejable sacar de cada uno de sus allegados y colaboradores lo máximo y mejor que puedan dar de sí (Coaching). De otro modo no sería justo. Así, si luego algo sale mal, cada uno asume su propia responsabilidad. El político está en la cúspide de la pirámide: ellos y ellos no sabían nada, sólo que han confiado en sus delegados. Hay que dejarse querer por la gente de bien, no cualquiera de la calle. ¡Cómo íbamos a obviar esta habilidad!
Valga por ahora esta muestra de las habilidades sociales de los políticos. Los casos concretos que puedan ejemplificar estas habilidades, querido lector o lectora, los dejamos para que seas tú quien los relacione. Por lo demás, es preciso recordar que las capacidades, que expresamos cada uno de nosotros, han sido fruto de un proceso de desarrollo. Y que este despliegue personal, moral y social es adquirido y que, igual que se aprende, se puede desaprender o reaprender. ¿Habrán podido desarrollar algún aprendizaje valioso nuestros políticos, durante los seis meses transcurridos entre el 20D y el 26J? ¿Serán ahora más capaces de dialogar, de cooperar, de hacer lo que sea mejor para todos y de idear nuevos y preferibles marcos de convivencia? ¿Continuarán valiéndose de la misma manera de sus múltiples habilidades prácticas? ¿Habrán sido lo bastante inteligentes para cambiar primero ellos y ellas mismos? De lo contrario, ¿cómo van a pretender transformar el mundo, si no se preocupan de ser mejores personas, mejores ciudadanos, habitantes más conscientes de este planeta?
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