Imagen | Alicia Fernández-Caballero
Diario de cuarentena Coronavirus: día 5
«Un estado de ligereza y sosiego fluía por mi cuerpo. Recuerdo con nitidez toda la secuencia. Hasta que salí de casa. De repente tenía mi ropa de paseo vespertino bajo una cobertura “coronohigiénica”, guantes y mascarilla. Llegué al portal sigilosamente y me asomé: no había nadie en la calle, y lo mejor, no había policía. Miré atrás, a ambos lados de nuevo y salí rápidamente hasta encontrarme detrás de la fila de contenedores, nuevo punto de escondite. Volví a hacer mis comprobaciones mientras calculaba el camino más corto para atravesar dos paralelas. Sin verlas, sentía de los balcones las miradas de la responsabilidad y las chismosas.
Mi objetivo era claro: llegar a la playa.
Desapareció por completo la ligereza y el sosiego, ahora crecía el miedo y la paranoia. Tomé el camino que pensé que me exponía menos y conseguí cruzar la esquina a ritmo alto. Al doblarla, entré por un callejón estrecho que atravesé rápidamente hasta la esquina de la primera paralela. Cuando iba repetir el mismo protocolo que en el portal, paré; sonaba un coche que se acercaba, y lo hacía lento.
Me tiré al suelo, el coche que estaba aparcado justo frente a mí me cubría. Pasó el coche y me sentí ahora también estúpida: era un particular. De hecho creo que era el padre de Teresa. Ahora que me sentía estúpida por si estaba exagerando la paranoia y el miedo, me costaba hasta andar. Llegué a la playa con las piernas casi temblando y sin importarme ya mucho si me habían visto, empecé a andar hacia la orilla, entré al agua y nadé. Nadé hasta que el cansancio y el peso de la ropa me retuvieron. La oscuridad y la ansiedad me invadieron. No podía respirar.»
Qué de veces me ha venido a la cabeza éste sueño durante el día.
A ver si esta noche mejora…
#yomequedoencasa
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