Podemos comenzar con el siguiente experimento: preguntemos a personas cultivadas e informadas acerca del asunto o a libros bien documentados cuál es la primera película surrealista. Rara será la respuesta que no diga: Un chien andalou (1929), escrita, dirigida, producida e interpretada por Luis Buñuel con ayuda de Salvador Dalí. Además de por la transgresión de los cauces narrativos del cine, la representación del sueño y del delirio y el uso no lineal del tiempo, propio del inconsciente, esta es la razón por la que se proyecta de manera ininterrumpida en el Museo de Arte Contemporáneo Reina Sofía de Madrid. Sin embargo, la exposición sobre la que a continuación reflexionaremos nos sirve entre otras cosas para revisitar y reconstruir la historia, casi siempre con lagunas y desórdenes, pues en ella podemos comprobar que el primer cortometraje surrealista de la historia no lo creó un hombre, sino Germaine Dulac (1882-1942), que en 1928 dirigió La coquille et le clergyman.
Suelo pensar que todo lo que no es estrictamente necesario es un pretexto para encauzar un deseo. Así que la exposición Somos plenamente libres. Las mujeres artistas y el surrealismo (abierta desde el 9 de octubre de 2017 al 28 de enero de 2018), organizada por el Museo Picasso de Málaga y comisariada por el Catedrático de Estética de la Universidad Autónoma de Madrid, José Jiménez, que ya en 2014 había dirigido en el Museo Thyssen de Madrid la exposición El surrealismo y el sueño, me parece un deseo oportuno (que no oportunista) y conveniente en nuestros tiempos.
En primer lugar, porque a pesar de que algunas de las artistas son suficientemente reconocidas, como es el caso de Frida Kahlo (1907-1954), cuya obra es el reflejo y la transmutación de sus traumas y sufrimientos en sublimadas imágenes, o Leonora Carrington (1917-2011), con un mundo de mitos y fantasmas que evoca a El Bosco, se rescatan a algunas creadoras injustamente olvidadas. Exceptuando las tres mencionadas, por orden alfabético de sus apellidos, Eileen Agar (1899-1991), Claude Cahun (1894-1954), Leonor Fini (1908-1996), Valentine Hugo (1887-1968), Dora Maar (1907-1997), Lee Miller (1907-1977), Maruja Mallo (1902-1995), Nadja (1902-1942), Meret Oppehnheim (1913-1985), Kay Sage (1898-1963), Ángeles Santos (1911-2013), Dorothea Tanning (1910-2012), Toyen (1902-1980), Remedios Varo (1908-1963) y Unica Zürn (1916-1970).
Por tanto, no se trata solo del simple hecho de rescatarlas, por lo menos a algunas –¿por unos meses? – de la tierra que antes o después a todos nos aguarda. Creo que si tuviera que destacar un hito social del siglo XX por encima de otros no albergo ninguna duda de que me decantaría por la emancipación de la mujer. Sabemos bien que esta conquista utópica aún está en proceso, de modo que no se ha logrado plenamente. Estas dieciocho creadoras son modelos de mujeres –si bien algunas torcieron y retorcieron esta designación cultural buscando algo más allá acorde con lo que sentían– que pueden seguir inspirándonos a crear, y en ese espacio de libertad que es el arte, a auto-crearnos. Como ha señalado José Jiménez, “desde un punto de vista conceptual, el hilo conductor de la exposición, como queda reflejado en el título de la misma, es la idea y el ejercicio de la libertad, en su doble vertiente humana y artística”.
Por otra parte, sorprende que estas creadoras no pudieran desarrollarse plenamente a la luz y a la sombra del surrealismo, a pesar de que el fundador de esta vanguardia, André Breton, cuyo Primer Manifiesto data de 1924, declararía: “Lo característico del surrealismo consiste en haber proclamado la igualdad total de todos los seres humanos ante el mensaje subliminal, en haber sostenido constantemente que dicho mensaje constituye un patrimonio común y que sólo depende de cada uno reivindicar la parte que le toca, y que a toda costa dentro de muy poco debe dejar de ser considerado como privilegio de unos cuantos”. En efecto, la creación artística nos apela a todos en tanto que seres humanos para mostrarnos que nada humano nos debería resultar ajeno. El surrealismo, como otras vanguardias, está enraizado con la dimensión utópica del ser humano.
Sin embargo, en la práctica estas aventureras se toparon no solo con una sociedad cuya estructura patriarcal era coercitiva. También en compañía de los avanzados surrealistas rara vez se libraban de la ideología machista que impregnaba la atmósfera y les impedía ser ellas y/o ello, lo aún no nombrado, como pretendía la inclasificable Claude Cahun, que eludía cualquier etiqueta y que aspiraba a ser andrógina o, todavía más imposible, “neutro”. Para muchos de los artistas surrealistas, de acuerdo con Charles Baudelaire, “la mujer es el ser que proyecta más sombra y luz en nuestros sueños”. Incluso para Breton, que practicaba el amour-fou (título de una de sus obras literarias de 1937), la mujer no deja de ser una musa, una fuente de inspiración y, por lo tanto, un ser pasivo, un objeto, un instrumento.
Inseparablemente de sus obras, una de las principales conquistas de estas creadoras fueron los espacios de libertad, antaño solo masculinos, de los que progresivamente se apropiaron. Basta con observar cómo en las pinturas de Leonor Fini se invierten los papeles, y en vez de ser el hombre el que se aproxime a la mujer, que lo espera en la cama, como hemos visto tradicionalmente desde Tiziano, pasando por Velázquez y Goya, hasta Picasso, ahora será al revés: es ella la que actúa mientras él espera dormido. “Toda la pintura es erótica”, declarará esta artista. Por supuesto, no será el único espacio de libertad conquistado.
En las fotografías de Dora Maar parece que se emulan las formas picassianas: ¿se imita a Picasso o se burla de él como hacía el artista torciendo y retorciendo los rostros de sus mujeres? Es el poder de las artes para transformar nuestra percepción y las representaciones de la realidad. En un estilo frío y magnético que recuerda a la Nueva Objetividad, la sorprendentemente moderna Tertulia (1929), de Ángeles Santos, muestra a cuatro mujeres independientes fumando, leyendo, conversando. Como diría la escritora y precursora del feminismo, Virginia Woolf, con Una habitación propia (1929), o por lo menos con un espacio propio.
Aparte de nuestra estructura fisiológica y cerebral, que nos permite desprendernos de la tiranía de los estímulos bajo la que responden las demás especies de animales, y de las condiciones socioculturales que recibimos, que nos pueden deparar mayores o menores márgenes de libertad, este valor esencial sin el que no pueden desarrollarse los demás no es algo que se nos entregue o no: más bien se trata tomar la libertad, de una paulatina y sostenida conquista. No es fortuito, pues, que estas creadoras se refugiaran a la luz y a la sombra del surrealismo: el surrealismo no es solo una corriente literaria y artística sino antes bien una actitud de rebeldía en busca del desarrollo más pleno posible de nuestras facultades y libertades. Y en este sentido se puede afirmar que es una filosofía de vida.
Estas creadoras no solo se sirvieron del surrealismo para dar rienda suelta a su inconsciente y a su imaginación, también para algunas de ellas fue un modo de vida que desafiaba las convenciones sociales, como María Germinova, que procuró superar los dualismos (hombre-mujer, luz-oscuridad, animal-espiritual, etc.) en los que nos encorseta la cultura y el mundo simbólico del lenguaje. De hecho, adoptó el nombre de Toyen con la intención de cambiar de género. Otra de las obras de esta exposición muestra la radiografía de un esqueleto con una superficie en la que identificamos “lo femenino”: pendientes, anillos… ¿Acaso nos está sugiriendo que más allá de estas apariencias decorativas poseemos un fondo común? Pero como es presumible imaginar, no siempre lograban, para expresarlo en términos de un precursor del surrealismo, William Blake, “el matrimonio del cielo y del infierno”. Algunas de ellas acabaron pasando por el manicomio y el suicidio.
Pero ¿qué es el surrealismo? Antes de ceder la palabra a su fundador, Breton, convendría recordar la revolución del psicoanálisis de Freud, una de sus principales influencias. Según el autor de La interpretación de los sueños, durante la modernidad, los seres humanos han recibido tres heridas narcisistas: la primera tuvo lugar tras el descubrimiento astronómico de Galileo, que conocemos como el paso del geocentrismo al heliocentrismo. La segunda herida tras los descubrimientos biológicos de Darwin, de acuerdo con los cuales el ser humano no proviene de Dios ni de nada divino, sino de un mismo ancestro común a todas las especies de animales que evolucionan por medio de la selección natural; la tercera de estas heridas se recibió de manos de Freud: tradicionalmente, al menos desde Descartes, hemos creído que el ser humano gobierna su vida y en parte cuanto le rodea debido a la conciencia, pero a partir de los descubrimientos del autor de El malestar en la cultura sabemos que lo que gobierna la vida psíquica del ser humano no es tanto la conciencia como el ello, lo inconsciente. Estos descubrimientos nos han ido alejando del confortable antropocentrismo en el que estábamos instalados.
Aceptados estos presupuestos, Breton definirá el surrealismo en estos términos: “Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento sin la intervención reguladora de la razón, ajena a toda preocupación estética o moral”. Como se puede apreciar, existe una estrecha conexión entre psicoanálisis y surrealismo: mientras que el psicoanálisis procura mediante sus técnicas que el inconsciente advenga a conciencia a fin de que el ser humano posea mayor dominio de sí, el surrealismo, por su parte, trata de liberar al individuo por medio de sus creaciones y recepciones artísticas de las personalidades ovulares que la sociedad le impide desarrollar, de los impulsos abortados, de los deseos castrados. Ambas, por tanto, procuran liberar al individuo, siquiera de forma parcial, de algunas de las cadenas que lo atan, entre ellas, una estrecha y casi asfixiante concepción de racionalidad.
En este sentido, el camino de las vanguardias y en particular el del surrealismo ha sido paralelo al devenir de las filosofías a lo largo del siglo XX: ensanchar los cauces siempre estrechos de la razón. A excepción quizá de la corriente analítica, las otras corrientes más vigorosas del siglo XX, como la hermenéutica, la teoría crítica o el estructuralismo y el post-estructuralismo, han alterado, transformado y renovado el concepto de razón. Por lo que respecta al surrealismo, ha sido con casi toda seguridad la corriente artística más fecunda y relevante que estalló durante el período de las vanguardias. No hay ninguna modalidad, desde la literatura al cine pasando por el teatro, la pintura o la escultura que escapara de la belleza convulsa del surrealismo.
Compuesta por más de un centenar de piezas entre pintura, dibujo, collage, fotografía, escultura y cine, la muestra se divide en cinco espacios temáticos: 1) El espejo y la máscara: si una de las precursoras del feminismo del siglo XX, Simone de Beauvoir, en el horizonte de la filosofía existencialista, escribió: “La mujer no nace; se hace”, permitiendo que las mujeres se redefinieran a sí mismas más allá de los dictados de la naturaleza, aquí observaremos que la identidad humana, en efecto, es cambiante, inclusiva y múltiple. 2) Otros mundos, en este: inspirado en un verso de Paul Eluard (“hay otros mundos, pero están en este”), pone el énfasis en lo que está aquí, entre nosotros, pero con frecuencia pasa desapercibido, lo que enlaza con la poética surrealista del objeto encontrado que nos perturba, inquieta y desconcierta; 3) En el sueño me afirmo: concibe el sueño como esa otra parte nocturna de la vida donde se manifiestan los deseos y la mitad oscura de nosotros que no es aceptada socialmente; 4) El vértigo de eros: es el amor como flujo de la vida, como deseo que nos lleva y nos arrastra más allá de nosotros, que nos impulsa a saborear los límites de la vida, esplendor y caída; 5) Yo es otra: significativo giro del lenguaje sobre el célebre verso de Rimbaud: “Je est un autre”, pero alterando el género en busca tal vez de lo “transgénero”. Como había mantenido el psicoanálisis, ¿no anida en cada uno de nosotros/as identificaciones con lo masculino y lo femenino? ¿No son acaso “lo masculino” y “lo femenino” construcciones culturales a partir de una base natural común? ¿No es el deseo lo que determina la identidad de género? Pero el deseo, como escribiera Luis Cernuda en un poema surrealista, “es una pregunta cuya respuesta nadie sabe”.
En su certera presentación la Catedrática de Filosofía Monique Sebbag señaló que estas mujeres se crearon a sí mismas dolorosa y libremente, como no podía ser de otro modo, más allá de la naturaleza y de las convenciones de su tiempo. Por eso, jugando con el término “surrealismo” y el prefijo “sobre”, se podrían considerar sobre-mujeres o, si se prefiere, super-mujeres. ¿Quiénes se atreven a seguir su estela? Es la humanidad la que sigue en juego.
Leer más en Homonosapiens| Lázaro Galdiano – Coleccionismo En tierra de nadie
Imagen| Dorothea Tanning (1910-2012) Pequeña serenata nocturna (Eine Kleine Nachtmusik) 1943 Óleo sobre lienzo 40,7 x 61 cm Tate: Adquirido con ayuda del Art Fund y del American Fund for the Tate Gallery 1997 © Tate, London 2017 © The Estate of Dorothea Tanning / ADAGP, Paris/ VEGAP, Málaga, 2017