Construyendo un interrogante

Construyendo un interrogante

Periódicos, telediarios, redes sociales, marquesinas de autobús, pasillos de la red de metro, cartelería colgada en las farolas… Todo, completamente todo. El marketing se ha apoderado de los medios de difusión y del medio antropizado: informativos y espacios urbanos.

No solo Apple contamina el sistema informativo con sus campañas de venta. El sistema consumista ha llegado también al mundo de la cultura. Instituciones públicas y privadas pelean por conseguir el cartel más alto en la Puerta del Sol, el pasillo más amplio de Atocha, la portada más impactante y los minutos de gloria en televisión.

Millones de visitantes de todo el mundo se desplazan para contemplar exposiciones masivas como El Bosco en el Museo Nacional del Prado, Caravaggio y los pintores del norte en el Museo Thyssen Bornemisza, de Caravaggio a Bernini en el Palacio Real de Madrid… con claros antecedentes en los taquillazos de Ingres y Kandinsky este pasado invierno.

La fastuosidad de las obras, el empoderamiento de la “unicidad” de estas “exposiciones sin precedentes” anulan todo atisbo de mínima reflexión. De manera correcta el espectador educa el ojo y, es más, es el espectador el que en su momento decide con qué y de qué manera lo hace. Sin embargo, lejos del mundanal ruido quedan pequeñas muestras con intención de reflexión.

Visitando la Fundación CaixaForum de Madrid, seguramente el espectador común se encamina a la tercera planta: Impresionistas y modernos. Obras maestras de la Phillips Collection. Una mínima confusión le lleva a la planta segunda: El peso de un gesto. Esta exposición comisariada por el artista portugués Julião Sarmento reúne algunas de las obras que componen las colecciones de la Fundação Calouste Gulbenkian, Colección “la Caixa” de Arte Contemporáneo y el MACBA.

Con la mirada desintoxicada de simbolismos, cronologías, estilos y relaciones, Sarmento construye únicamente un interrogante. Obras dispersas, con sus cartelas alejadas que pasan desapercibidas para el despistado. No importa el material: madera, metal, luz, proyección, fotografía, pintura…

Unas paredes blancas completamente asépticas, una música inquietante, un recorrido sinuoso que incita a muchas preguntas, incluso: ¿qué hago aquí y esto qué es? Individualizadas en su espacio, las obras arrojan sus cuestiones intemporales, como anuncia la obra Timeless. Proyecciones sobre la muerte y la prostitución, instalaciones sin contenido que evocan el miedo a la soledad, materiales agudos, pesados y espinosos que recuerdan el dolor y fotografías imposibles.

Con qué complejidad se presenta el arte al espectador y con qué sencillez termina éste por doblegarse ante él, escribiendo su propio relato. Y desconocedor de todo lo anterior el visitante marcha y mientras se pierde en la amalgama cromática de los impresionistas de la tercera planta aún cierra los ojos una vez más para escuchar a la niña francesa cantar sobre una tumba, a Olimpia intimidada, para sentir el blanco frío y el escozor de unos materiales que ni siquiera ha tocado y para preguntarse todas aquellas cosas que nunca antes había hecho.

No todos conocen quién controla el sistema del arte, quién decide qué exposición ha de ser multitudinaria, ni quién elige el espacio a convertir en museo espectáculo, pero desde luego sea quien sea no busca que el espectador reflexione, ni quiere una ciudadanía con inquietudes, solo rebaños que desembolsen su aguinaldo ante el brillo, el fasto y la pompa.

Y mientras tanto, cientos de exposiciones que “estaban en la planta equivocada”. OIGAN, NO NOS DEJAN PENSAR.

Leer más en Homonosapiens| La poética de la libertad

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Julia Martínez Cano

Viajera y lectora. Intrépida e inquieta. Hilvana los hilos entre imagen y palabra. Historiadora del arte en eterna formación: nunca dejamos de aprender.

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