Imagen | Paula Sánchez Calvo
En la presente humanidad del siglo XXI convivimos millones de criaturas, dispersas por toda la geografía de nuestro planeta. Hasta hace pocos años, existían muchas limitaciones para concebir una información y un conocimiento globalizados de los sucesos y las relaciones internas y externas de todos los países del mundo. Se vivía y se conocía más el localismo, lo provincial, lo nacional y algo de otros países vecinos. La radio y la prensa eran los medios de información habituales; los libros acumulaban conocimientos, cuyo acceso estaba limitado a una minoría. Hoy día, los avances tecnológicos han abierto las puertas para acceder a un conocimiento tan abundante como global o parcial de todo y de cada minuto que transcurre en cualquier parte del mundo. Los satélites de comunicación escudriñan los rincones más inaccesibles para acercarlos, a través de las pantallas de televisión, a la retina de cualquier habitante del planeta. Las redes de Internet acumulan tal cantidad de información y de conocimientos, con las facilidades de conectar en tiempo real, que resulta imposible abarcar la totalidad de posibilidades que ofrece.
Es curioso, hemos pasado de una comunicación y una relación limitada y cercana, a una dimensión ilimitada y cada vez más sofisticada de imágenes, noticias, interrelación, conocimientos… A esto hay que añadir los riesgos de informaciones manipuladas que desinforman, distorsionando la realidad.
El mundo literariotambién está obligado, de alguna manera, a llevar a la conciencia de nuestra sociedad el conocimiento de los acontecimientos que definen la historia de nuestro mundo actual, abriendo las puertas de la sensibilidad y del compromiso por un mundo diferente. Un libro en las manos de aquellos que lo leen es un instrumento de cultura y de conciencia para despertar de la inconsciencia.
También resulta curioso observar que, en esta era de grandes avances tecnológicos, de grandes recursos asignados para conquistar el espacio fuera de nuestro planeta, de grandes preocupaciones por potenciar las relaciones humanas, con enormes dificultades para lograrlo, de fuertes inversiones para fortalecer los medios armamentísticos de los países poderosos, de grandes intentos, por el contrario, de conseguir una paz mundial, que cada día resulta más difícil…, en esta era de alto desarrollo, digo, somos más conscientes de las enormes carencias que repercuten en grandes poblaciones humanas, provocando tanta hambre, tanto dolor y tanto sufrimiento en el mundo.
Una consecuencia de estas enormes contradicciones nacionales e internacionales es, precisamente, el sentimiento de gran soledad, tanto individual como colectiva, que abunda en las grandes concentraciones urbanas, en las grandes ciudades que, precisamente en las fechas de grandes fiestas, lucen neones multicolores y guirnaldas para adornar las calles, los comercios y las propias viviendas. De esta manera, se camufla esa soledad humana que invade un gran número de familias deshechas por múltiples circunstancias; la soledad de tantas personas que se encuentran solas o abandonadas, deambulando sin horizonte alguno, sin esperanza de recibir un poco de ese calor humano que todos necesitamos. Cualquier celebración, de la forma tan ostentosa como se vive en las grandes y pequeñas urbes, básicamente se mueve a través del consumo, del que ya se ocupan de mentalizarnos, a través de los medios visuales de comunicación, los grandes intereses económicos de los todopoderosos. Esta es otra de las grandes incoherencias que existe entre lo que se divulga y lo que se vive.
Si trasladamos esta reflexión a otros lugares de nuestro planeta Tierra, donde aún no se han erradicado las grandes miserias que asolan millones de vidas humanas, como la hambruna, la falta de escuelas, la falta de una sanidad básica, y tantas otras necesidades de recursos que posibiliten, al menos, sobrevivir en unas condiciones de dignidad humana, ¿cómo y dónde encontrar ese compromiso y ese calor humano?
Si giramos nuestra vista hacia esos países, hacia esos pueblos, que son destruidos por los efectos de la violencia que generan las guerras y el terrorismo, mutilados por la soberbia de las superpotencias, por la sinrazón de los fundamentalismos ciegos, por el desprecio que se cultiva hacia la vida, generando muerte y destrucción, negando la esperanza a una existencia pacífica y creativa. Aquí el calor lo provocan las bombas, los misiles, los incendios, los odios encendidos…
¡Buscar y conseguir la paz de verdad! ¡Ese debe ser un mensaje que dé calor humano y esperanza de vida! ¡Que la Verdad y la Justicia sean auténticas! ¡Que seamos capaces de sonreír con un corazón generoso y sincero! ¡Que la globalidad signifique el bien para todos los pueblos del mundo, pequeños y grandes!
¡Que seamos capaces de aportar algo de ese compromiso y de ese calor humano que las personas del mundo necesitamos! Aquí, también tenemos algo que decir quienes utilizamos la palabra escrita para ser publicada en cualquier medio de comunicación.
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