Monográfico Libertad o Seguridad: Cómo nos afectan las comunicaciones
Imagen| Demócrito, Fernando Ivorra
Tratar sobre libertad o seguridad, es como entrar en un discernimiento que resulta difícil concretar, porque, ¿son conceptos contrapuestos o son complementarios?, ¿pueden convivir ambas realidades en la decisión de una persona o son excluyentes? Veremos.
En el mundo actual nos sentimos demasiado controlados, no solamente por las cámaras instaladas por todos los rincones de las ciudades, sino, y sobre todo, por ese mundo invisible convertido en panóptico digital que se cuela sutilmente desde los Smartphone y los iphone. Curiosamente, esos teléfonos inteligentes son reclamados con insistencia por las nuevas generaciones humanas como expresión de libertad en el uso de una herramienta que, dicen, les transmite poder y seguridad. ¿Seguridad cuando se está facilitando, gratuitamente y por propia voluntad, toda la información personal desde esa conciencia de libertad? ¿No se están desnudando de su privacidad, para uso y manipulación de otros intereses que les son ajenos? ¿Libertad cuando se está generando una dependencia obsesiva e inconsciente, esclavizándose voluntariamente? Vivimos con la ilusión de viajar indefinidamente por las redes de internet para acceder a una información ilimitada, desde una idea de libertad que no nos hace sentir coaccionados por otros, pero sí lo estamos por nosotros mismos para cubrir nuestras necesidades; necesidades creadas por otros. Y si hablamos de las redes sociales, desde el mundo digital, ahí no hay límites para la comunicación donde se regala la desnudez total de cada uno. El sistema está estructurado de tal manera que a cada “Me gusta”, “Compartir” o “Comentar” estamos facilitando nuestra identidad total en todos los aspectos de nuestra persona y nuestra vida. Es la estrategia del Big Data. Byung-Chul Han, en su libro titulado “Psicopolítica”, ya nos señala:
“Hoy nos ponemos al desnudo sin ningún tipo de coacción ni de prescripción. Subimos a la red todo tipo de datos e informaciones sin saber quién, ni qué, ni cuándo, ni en qué lugar se sabe de nosotros. Este descontrol representa una crisis de la libertad que hay que tomarse en serio”.
Es más, son tantos los riesgos que desconocemos, que este mismo autor, como una señal de alarma, añade:
“En vista de la cantidad y el tipo de información que de forma voluntaria se lanza a la red indiscriminadamente, el concepto de protección de datos se vuelve obsoleto”.
Las nuevas tecnologías, inevitables ya en este siglo XXI que vivimos, no sólo se aplican en los sistemas de comunicación, como ya ha quedado explicado. La voracidad de los sistemas trata de controlar a las personas en todas las vertientes de su naturaleza humana, desde el control de la psique que rige nuestra conciencia y, por lo tanto, nuestra propia voluntad. Byung-Chul Han nos induce a pensar que:
“La presente crisis de libertad consiste en que estamos ante una técnica de poder que no niega ni somete la libertad, sino que la explota. Se elimina la decisión libre a favor de la libre elección entre distintas ofertas”.
Las ofertas no las creamos nosotros, nos las dan ya calculadas y programadas. ¿Cómo, entonces, podemos encontrar la seguridad de ser nosotros mismos cuando tomamos nuestras decisiones?
Aquí entra en juego un sistema de poder que se rige por las coordinadas de un neoliberalismo muy intencionado. Utilizar la psique humana para conjugar el concepto de libertad con la creencia de seguridad que nos puede producir el hecho de formar parte de esa estructura de poder, sin ser conscientes de que somos dirigidos por una corriente de pensamiento que es ajena a nosotros mismos. Byung-Chul Han ya nos advierte que:
“La técnica de poder del régimen neoliberal adopta una forma sutil. No se apodera directamente del individuo. Por el contrario, se ocupa de que el individuo actúe de tal modo que reproduzca por sí mismo el entramado de dominación que es interpretado por él como libertad”.
El mercantilismo que define, entre otros criterios, este sistema de pensamiento neoliberal, incorpora ya en los procesos de formación en las empresas, metodologías que llegan a tocar la estructura de la psique humana. Las promesas de liderazgo se acentúan con programas que pretenden optimizar la productividad personal tomada como una decisión propia, lo que equivaldría a la autoexplotación de sus capacidades. La comunicación que fluye en los programas de management personal, coaching, inteligencia emocional, buscan asegurar una eficiencia sin límites con altos grados de satisfacción, asumidos con total libertad, pero sin ser conscientes de sus consecuencias. Es una manera de explotar la psique humana. Byung-Chul llega a asegurar que, debido a estos procedimientos, se producen “enfermedades como la depresión y el síndrome de burmout”. Lo estamos viendo en los profesionales que se someten a un estrés agotador en los diversos sectores de producción; uno de ellos, posiblemente el más afectado, es el financiero, el más característico del neoliberalismo. Tampoco se escapan de esta presión quienes están sometidos a las exigencias del marketing computándose índices de ventas para poder ganar dinero.
Siguiendo en esa línea de intenciones, el lenguaje, como un medio necesario para la comunicación, está sufriendo también un duro revés. Byung-Chul nos dice que en la obra de George Orwell, “1984”, ya aparece una figura como técnica de poder neoliberal, el neolenguaje, que tiene por objetivo “estrechar el espacio de pensamiento” donde “el número de palabras disminuye y el espacio de la conciencia se reduce”; de esta manera, “también se elimina el concepto de libertad”, teniendo en cuenta, además, que en “el panóptico digital nadie se siente realmente vigilado o amenazado”, mientras nos extrae informaciones con nuestra propia voluntad, ya sea de manera consciente o inconsciente. Lo cierto es que comunicación y control coinciden plenamente. ¿Dónde encontramos, entonces, esa seguridad de nuestra privacidad? ¿Por qué el lenguaje que utilizamos en las redes sociales trata de evitar palabras, suprimiéndolas o bien simplificándolas a la mínima expresión? De esta manera, ¿se reprime o se libera el pensamiento?
Otro elemento importante que se incorpora a esta dinámica de utilización de la libre voluntad de los individuos, es el uso de la motivación como desencadenante de desarrollo personal. Y para ello utiliza el campo de las emociones positivas. Ya he indicado antes que la inteligencia emocional es una herramienta de adiestramiento de los empleados en las empresas. Se utiliza ese proceso en programas formativos para facilitar la integración completa, total, de las personas en los esquemas e idearios de la empresa, esperándose de ellos los más altos rendimientos. La motivación juega un papel esencial en la mejora de respuesta de los trabajadores. Tal es así, que en las valoraciones de competencias, ya no se mide exclusivamente la parte cognitiva de los trabajadores, sino que cuenta favorablemente su nivel emocional, su capacidad de aceptación voluntaria para exigirse los máximos niveles de competitividad. Mientras que la persona alimenta esa respuesta, sin escatimar tiempo y esfuerzo para obtener resultados, su colaboración se rige por los esquemas de ese neoliberalismo capitalista que somete al individuo a esos niveles de exigencia; de este modo, se desnaturaliza el valor de los sentimientos que definen al ser humano, para poner en su lugar la energía productiva de las emociones y así potenciar la motivación. Porque no es lo mismo sentimiento que emoción, aunque con demasiada frecuencia se mezclen estos conceptos para definir una misma cosa. Las emociones son perecederas en el tiempo, mientras que los sentimientos permanecen porque proceden de nuestra libre conciencia. Byung-Chul ya nos adelanta que:
“En la dirección empresarial se está produciendo un cambio de paradigma. Las emociones son cada vez más relevantes. En lugar del management racional entra en escena el management emocional”.
A nivel de consumo, el uso de las emociones en la comunicación digital o en la televisión se reproduce como una herramienta poderosa para acceder a la psique humana. De esta manera se consume aquello que entra en nuestra mente no como algo racional, que verdaderamente lo necesitamos, sino inducida por lo emocional de la comunicación verbal o visual, controlando nuestra libre voluntad. Desde el momento que se posee lo adquirido, va desapareciendo esa emoción que motivó esa compra. Byung-Chul señala que:
“Ahora se explota lo social, la comunicación, incluso el comportamiento mismo. Se emplean emociones como “materias primas” para optimizar la comunicación”.
De esta manera, la comunicación a la que hago referencia, ¿nos hace realmente libres y seguros de cuanto decidimos en todo momento?
Aquí entraría en juego eso que llamamos ocupación del tiempo libre, ese tiempo que se supone debe compensar el esfuerzo de nuestro trabajo. Sería como una recompensa, una gratificación que satisface el rendimiento de nuestro trabajo convertido en capital humano. Lo lúdico no tendría que formar parte de la productividad; sin embargo, el espacio de ocio lo ocupa un interés que viene ya predefinido en el pensamiento neoliberal del capital. Lo lúdico se ha convertido en un negocio que condiciona la voluntad dirigida del ser humano, no por uno mismo; forma parte de ese entramado que, de alguna manera, nos quiere hacer ver que lo aparente, lo que entra por los ojos, es sustancial para lograr nuestro disfrute, nuestra felicidad. Lo podemos ver en los sistemas de comunicación que utilizamos en las redes sociales, en los juegos digitalizados, en el sentido que damos a las relaciones de amistad online, donde interpretamos como real lo que sólo es apariencia. Byung-Chul ya nos sugiere que:
“La ludificación del trabajo explota al “homo ludens”. Mientras uno juega, se somete al entramado de dominación. Con la lógica de la gratificación del “me gusta”, de los “amigos” o los “seguidores”, la comunicación social se somete actualmente al modo juego. La ludificción de la comunicación corre paralela a su comercialización. Destruye la comunicación humana”.
¿Es que el Big Data, además de vigilar el comportamiento humano, lo somete también a un control en su manera de proceder en la vida?
Es cierto que la vida sigue su curso en el tiempo y el ser humano busca la manera de dar sentido a su existencia mientras permanece en este mundo. Queremos ser libres de toda atadura que someta nuestra voluntad a cuanto sea ajeno a nuestra consciencia. Deseamos poderosamente ser nosotros mismos. Sentir la vida como algo hermoso que merece la pena vivir. Es la esencia de nuestra naturaleza humana. Pero también buscamos la acomodación a una vida más confortable que nos lleva a consumir desmesuradamente hasta lo innecesario. “El consumo excesivo es una falta de libertad, una coacción que es propia de la falta de libertad…”, nos dice Byung-Chul. Entiendo que la vida en sí misma es un lujo, y “el lujo, en su sentido primario, no es una praxis consumista”. Por lo tanto, se trataría de encauzar esa manera de sentir hacia la búsqueda de aquello que verdaderamente nos puede hacer feliz en esta vida que disfrutamos. El materialismo que integra el pensamiento neoliberal capitalista está condicionando poderosamente nuestra forma de vida y nuestra comunicación humana. En definitiva, nuestra libertad. Lo indica claramente Byung-Chul:
“Una libertad verdadera sólo sería posible mediante una completa liberación de la vida respecto del capital, de esta nueva trascendencia. La trascendencia del capital cierra el paso a la inmanencia de la vida”.
Por esa misma razón, se ha de caer en la cuenta de las maniobras que el sistema neoliberal quiere imponer de manera sutil, con los atractivos de los recursos materiales que definen al capital y sus instrumentos digitales. No deberíamos sucumbir ante esa oscuridad de los sentidos que tan bien describe José Saramago en su ensayo sobre la “ceguera”, aplicable, como no, a este asunto, para no perder de vista esa inmanencia de la vida tan necesaria para el ser humano. No olvidemos que el dataísmo que sustenta la era digital es puro nihilismo
Los sistemas digitales conducen, de alguna manera, a una autovigilancia, un autocontrol de nuestros pensamientos, nuestros actos y nuestras decisiones, como si fuéramos empresarios de nosotros mismos hasta explotarnos y exprimirnos voluntariamente. Ya nos lo advierte Byung-Chul:
“El sujeto explotador de sí mismo se instala en un campo de trabajo en el que es al mismo tiempo víctima y verdugo (…) El sujeto en red, digitalizado, es un panóptico de sí mismo. Así pues, se delega a cada uno la vigilancia”.
Hay que considerar como un hecho que cada vez que pulsamos en el buscador de Google o de cualquier otra plataforma digital, alguna palabra, alguna información, ésta queda registrada y es observada. De esta manera, estamos facilitando una representación muy exacta de nosotros mismos, “de nuestra persona, de nuestra alma, quizá más precisa o completa que la imagen que nos hacemos nosotros mismos”. Sólo basta observar, cuando buscamos alguna información en internet sobre algún producto de consumo, cómo se cuelan en nuestros soportes informáticos, de manera inmediata, multitud de anuncios que nos ofrecen lo que buscamos. Lo que, en principio, es algo interesante, se convierte en una incomodidad muy molesta. Han observado lo que necesitamos o deseamos. Estamos desnudos ante este mundo de las comunicaciones digitales. Lo mismo ocurre cuando gestionamos, a través de esas plataformas o en las páginas web, algún asunto que tenga relación con nuestras ideas, nuestras inquietudes, nuestras motivaciones, nuestros gustos, nuestras creencias… Todo queda registrado y no sabemos cómo ni dónde; pero quedan registradas todas nuestras consultas, como si fuera una radiografía de nuestra propia vida. Son los perfiles de los usuarios de internet que pueden servir, incluso, para hacer prospecciones de tipo político en las elecciones o para dirigir un marketing comercial personalizado a tu propio domicilio. Incluso para hacer llegar falsas informaciones, bulos que confunden y engañan a los usuarios hasta límites insospechados. Se trata de una manipulación descarada de la comunicación.
¿Libertad o seguridad? ¿Con qué nos quedamos? Porque el Big Data no olvida nada y todo queda registrado en alguna parte. Además, “es un buen negocio. Los datos personales se capitalizan y comercializan por completo”. El panóptico digital es muy eficiente y todos somos presos del mismo.
Al no configurarse el Big Data como una manifestación narrativa de la comunicación, que es lo natural de la naturaleza humana, la frialdad que transmite esta herramienta hace que el espíritu que mueve la relación comunicativa entre las personas quede atrofiado, anulado, muerto. En este sentido, Byung-Chul expresa: “La ciencia del espíritu, movida puramente por datos, ya no es en realidad una ciencia del espíritu”. Lo que acredita que todo lo que se mueve a base de datos computables, cuantificables y valorados para ser vendidos como una mercancía, se encamina hacia una deshumanización. La calidad de los datos registrados de cada sujeto, define a su vez si el perfil de la persona es bueno, comercialmente hablando, o es malo. Hasta ahí llega el interés que calcula el Big Data.
La vida es tiempo. La comunicación y la relación humana necesitan tiempo para madurar y dar sentido a todo que puede ser narrativo en esa comunicación. Pero cuando se habla de un panóptico digital, de un tratamiento de datos que pretende controlar y vigilar, todo se acelera, todo va de prisa. No hay que pensar. No hay que reflexionar. Todo queda a merced de datos. Por lo tanto, podríamos decir que el Big Data es “totalmente ciego” ante los acontecimientos humanos; porque lo que es singular, lo que es el acontecimiento humano, determinará la historia, el futuro humano. “Así pues, el Big Data es ciego ante el futuro”. Byung-Chul afirma que
“La psicopolítica neoliberal es la técnica de dominación que estabiliza y reproduce el sistema dominante por medio de una programación y control psicológico”.
El Big Data es su herramienta. Internet y las redes sociales, sus vías de acceso. Los usuarios, sus objetivos.
Se podría dejar abierta esta reflexión para tomar conciencia de la realidad de un mundo que estamos viviendo, dentro de un sistema neoliberal que pretende controlar y vigilar la vida de los seres humanos desde las comunicaciones digitales, utilizando la tecnología al servicio de sus intereses; una comunicación, sin embargo, que pretendemos y deseamos sea desarrollada con la libertad y la seguridad de la privacidad y el respeto que merece todo ser humano. No nos dejemos psicologizar.
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