Cómo fortalecer la democracia

Cómo fortalecer la democracia

Imagen| Iñaki Basoa

¿Conviene que un representante político cuestione de forma pública la calidad de la democracia? Recientemente hemos escuchado que “España no es una democracia plena”, unas declaraciones poco oportunas, o quizás oportunistas, en quien ejerce el cargo de Vicepresidente del Gobierno. ¿Es una autocrítica positiva o es una autolesión con intereses indirectos? Veremos que según el índice de calidad de The Economist (2018) España sí es una democracia plena.

Pero en un sentido más profundo no lo es, como no lo es ni lo será ninguna de las democracias del mundo. En tanto que sociedades abiertas, las diferentes democracias están expuestas a la continua revisión crítica, de modo que son mejorables, pero nunca plenas, nunca acabadas, nunca cerradas, como lo son las dictaduras o los Estados Totalitarios.

Evidentemente, estas declaraciones hay que enmarcarlas en un contexto político: las elecciones de Cataluña. En España existe una división entre los ciudadanos que piensan que con la Transición se recuperó la democracia, y probablemente la época de mayor prosperidad social y bienestar de la historia de España, a pesar de las últimas crisis de 2008 y la actual, y aquellos que defienden que la Transición fue más bien una continuación del Régimen Franquista. Unidas Podemos, y otros partidos independentistas de Cataluña y el País Vasco, apoyan este segundo relato. ¿Cuál de ellos prevalecerá?

Aunque el siglo XX, tras las dos Guerras Mundiales y otros desastres humanos, se caracterizó en vista de su progresivo desarrollo por ser el siglo del triunfo democrático, en expresión de uno de los principales investigadores de esta forma de organización social y política, Robert A. Dahl, en los últimos 14 años observamos inquietantes descensos democráticos en Europa y América, con ligeras mejoras en Asia, Australasia y África subsahariana, manteniéndose con los peores resultados Oriente Medio y África del Norte, según el índice de calidad de The Economist (2018).

De los 167 países analizados, 20 se consideran democracias plenas, (entre los cuales España ocupa la posición 19, por cierto) 55 democracias imperfectas, 39 regímenes híbridos y 53 países autoritarios, de acuerdo con una serie de criterios intersubjetivos, como el proceso electoral y el pluralismo, el funcionamiento del gobierno, la participación y cultura política, y los derechos civiles.

Me preocupa que los jóvenes que han nacido en democracia crean que esta se conquistó de una vez por todas y ya no tenemos que esforzarnos más, lo que no deja de ser una idea perversa, sea en el ámbito que sea; me preocupa que se extienda la creencia de que la democracia consiste únicamente en votar cada cierto tiempo; me preocupa que se crea que los responsables exclusivos de los (des)gobiernos sean los actores políticos. En fin, me preocupan una cadena de prejuicios o ideas inadecuadas que giran en torno al concepto “democracia”.

Aun siendo una de las palabras sagradas de nuestro tiempo, sospecho que muchas veces no se sabe muy bien qué significa ni implica “democracia”. Y eso que ahora todo el mundo es “demócrata”. Algunos intentan apropiarse del término, descalificando de “anti-demócratas”, cuando no “fascistas”, a los que no piensan como ellos, sin percatarse de que el pluralismo es una de sus condiciones de posibilidad, uno de sus pilares.

El ejercicio democrático requiere, pues, una Constitución a la altura de los tiempos que establezca leyes consensuadas, inspiradas en valores de los Derechos Humanos (dignidad, libertad-responsabilidad, justicia, igualdad, solidaridad…), y con un sistema de derechos y deberes comunes para todos los ciudadanos; división de poderes; igualdad de voto; pluralidad de partidos y de medios de comunicación como reflejo de la pluralidad ideológica social; libertad de expresión y asociación; participación efectiva de los ciudadanos… Estos son algunos requisitos fundamentales para una democracia mínima. Dependiendo del grado de consecución que se alcance, se podrá hablar de una democracia más plena o madura, pero nunca perfecta.

Además de los continuos casos de corrupción política y de impunidad, que fomentan delitos y violencia estructural, sentimiento de falta de representación y pérdida de legitimidad, uno de los principales males que aquejan a las democracias en el mundo son los populismos. Estos polarizan y dividen a los ciudadanos, desprecian el orden legal, ponen en tela de juicio las instituciones de la democracia liberal y desinforman, cuando no fabrican mentiras (posverdad, fake news).

Tengo para mí que existe una correlación entre el auge de los populismos y la crisis de la educación y la auctoritas, ya diagnosticadas por Hannah Arendt. A menor capacidad de juicio, más fáciles de manipular. ¿Cómo podemos fortalecer el ejercicio de las democracias? Con conocimiento, educación, virtudes públicas (Victoria Camps), valores cívicos y cosmopolitismo, que puede combatir los nacionalismos excluyentes –valga el pleonasmo–, otra de las amenazas a las que nos enfrentamos. Etimológicamente, cosmopolita significa “ciudadano del mundo”, se opone, pues, a nacionalismos y provincianismos, pero de lo que se trata es de reconocer y extender las ideas, valores y prácticas excelentes, independientemente de dónde procedan.

¿Cuáles son algunas de las ventajas de vivir democráticamente? Según Dahl, en su ya clásico libro La democracia: 1) Evita la tiranía; 2) Mantiene los Derechos esenciales; 3) Asegura las libertades generales, incluyendo la capacidad de autonomía y autodeterminación moral; 4) Permite el desarrollo humano; 5) Protege los intereses personales primordiales; 6) Garantiza la igualdad política; 7) Contribuye a la consecución de la paz y a la prosperidad.

No me sorprende que el Premio Nobel de Economía y teórico de la justicia, Amartya Sen, que ha argumentado que la democracia también contribuye al desarrollo económico y de las capacidades humanas, la haya considerado un valor universal. Me atrevería a decir que es la forma de gobierno que mantiene y favorece valores imprescindibles, como las libertades, la igualdad, la justicia, la tolerancia… permitiendo mejorarlos a través del diálogo y la autocrítica constante.

Sin embargo, “vivir democráticamente” no significa que la esencia de esta forma política resida en el hecho de que todos participen, aunque sin duda esta igualdad, que equivale a justicia, es una de sus grandezas; tampoco en que se decida lo que quiere la mayoría. Como sabemos, puede degenerar en la tiranía de la mayoría. Por tanto, ni lo uno ni lo otro aseguran la democracia. La esencia de esta forma de organización social y política consiste en que la voluntad general de los ciudadanos reconozca unos valores fundamentales y acuerde gobernarse bajo ellos con una serie de leyes, derechos y deberes que preserven y amplíen el sistema de libertades.

En definitiva, como decía Aranguren, “la democracia no es un status en el que pueda un pueblo cómodamente instalarse. Es una conquista ético-política de cada día, que sólo a través de una autocrítica siempre vigilante puede mantenerse. Es más una aspiración que una posesión. Es, como decía Kant de la moral en general, una “tarea infinita” en la que, si no se progresa, se retrocede, pues incluso la ya ganado ha de re-conquistarse cada día”. Celebremos lo alcanzado, pero sobre todo no dejemos de esforzarnos por mejorar la democracia y, con ella, el bienestar de los ciudadanos. Así, y quizá solo así, seremos dignos herederos de la irrenunciable herencia de nuestro pasado, sin la cual no seríamos lo que somos.

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Categories: Pensar

About Author

Sebastián Gámez Millán

Sebastián Gámez Millán (Málaga, 1981), es licenciado y doctor en Filosofía con la tesis La función del arte de la palabra en la interpretación y transformación del sujeto. Ejerce como profesor de esta disciplina en un instituto público de Málaga, el mismo centro donde estudió, el IES “Valle del Azahar”. Ha sido profesor-tutor de “Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea” y de “Éticas Contemporáneas” en la UNED de Guadalajara. Ha participado en numerosos congresos nacionales e internacionales y ha publicado más de 270 ensayos y artículos sobre filosofía, antropología, teoría del arte, estética, literatura, ética y política. Es autor de "Cien filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos" (2016), "Conocerte a través del arte" (2018) y "Meditaciones de Ronda" (2020). Asimismo, ha colaborado en otros 15 libros, como "La filosofía y la identidad europea" (2010), "Filosofía y política en el siglo XXI. Europa y el nuevo orden cosmopolita" (2009) y "Ensayos sobre Albert Camus" (2015). Escribe en diferentes medios de comunicación (Cuadernos Hispanoamericanos, Claves de la Razón Práctica, Descubrir el Arte, Café Montaigne, Homonosapiens, Sur. Revista de Literatura...) y le han concedido algunos premios de poesía y ensayo, como el Premio de Divulgación Científica Ateneo-UMA (2016) por "Un viaje por el tiempo" (inédito), y la Beca de Investigación Miguel Fernández sobre poesía española actual (2019, UNED) por "Cuanto sé de Eros. Concepciones del amor en la poesía hispanoamericana contemporánea", que verá la luz durante 2021. Colabora con el MAE (Museo Andaluz de la Educación) y ha comisariado algunas exposiciones de arte, filosofía y educación. Si la corriente imprevisible de la vida se dejara condensar en una filosofía, se inclina por “hacer lo que se ama, amar lo que se hace”.

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