¿Cómo formulamos el mensaje medioambientalista?

¿Cómo formulamos el mensaje medioambientalista?

 

El cuidado del medio ambiente es, sin duda, uno de los retos del presente siglo y en ello se han empeñado diferentes colectivos desde hace más de treinta años. Hasta los propios gobiernos han ido tomando cartas en el asunto ante un problema de dimensiones planetarias que necesita la colaboración de todos. Amenazas como el cambio climático, el avance de la desertificación o el agujero en la capa de ozono han espoleado a los principales responsables del mundo, quienes han organizado varias cumbres en las que se han comprometido, no siempre con éxito, a reconvertir determinados aspectos de su forma de producción. A pesar de los esfuerzos y cambios que se han derivado durante este tiempo, no ha sido suficiente y a estas alturas el problema no ha hecho sino aumentar.

Hay que admitir que asuntos como la producción de gases de efecto invernadero o el consumo desproporcionado de recursos no renovables tiene mucho que ver con los motores económicos que mueven al mundo desarrollado. Por otro lado, buena parte de la población vive de espaldas a estos temas y no es consciente del peligro que supondría que a final de la centuria, la temperatura media de la Tierra subiera por encima de cuatro grados centígrados. Por estas dos razones, encontrar la solución a estas cuestiones resulta muy complejo.

Cuando el crecimiento económico anual se sitúa por debajo del tres por ciento, se dice que el país está en crisis, aunque ahora bien que quisiéramos tan siquiera acercarnos a esa cifra. Para que los gráficos de las bolsas y la prima de riesgo sean satisfactorios, es necesario producir y consumir a un ritmo vertiginoso ya que de lo contrario, los efectos se traducen en cierre de empresas y paro. Evidentemente, dicha producción es a costa de consumir recursos naturales, con frecuencia no renovables y de contaminar la atmósfera, los mares y el suelo, con el consiguiente efecto negativo sobre el conjunto de la Biosfera.

Por otra parte, hacer llegar el mensaje medioambientalista a la población es una tarea ardua que ya ha tenido algunos capítulos en nuestra historia reciente. El movimiento ecologista ha capitalizado la batalla desde hace tiempo y ha conseguido que los programas electorales se tiñan un poco de verde en su superficie y añadan algún anexo destinado al desarrollo sostenible. Sin embargo, sus ideas han quedado postergadas en la indiferencia cuando no desacreditadas por, a mi juicio, un exceso en la vehemencia de su planteamiento, tal y como ha ocurrido con otros colectivos en otras luchas sociales.

El hecho de repetir machaconamente los mismos preceptos, situándose el emisor en un plano de superioridad sobre el resto de los mortales, es con frecuencia la causa del fracaso de este “apostolado” con el que debemos salvar al mundo de su ansia de consumo y despilfarro. Nadie va a mover un dedo por algo que no siente como propio, sobre todo si ello pasa por vivir menos cómodamente. Esta cruzada contra una población a la que se le ha culpabilizado por querer prosperar, alimentada con discursos apocalípticos cargados desde el púlpito ecologista, no ha hecho más que ir alejando cada vez más a una población hastiada por tanta moralina. Por otra parte, la filiación política de muchos de estos grupos, en ocasiones dudosa y en otras indudable, ha terminado de reventar la posibilidad de que se pudiera de verdad luchar por los problemas que tienen en jaque la estabilidad del planeta tal y como la conocemos hoy.

Es hora de articular otro discurso basado más en el conocimiento de la Ecología con mayúsculas y menos en los argumentos del ecologismo. Para ello es necesario saber de verdad, recurrir al conocimiento científico de cada problema con el que hay que lidiar y comenzar un verdadero proceso de sensibilización que vaya desde la experiencia personal. Se lucha por lo que se ama y ninguna persona va a pelear por los ecosistemas si no ha sentido la necesidad de dicha defensa y mucho menos si lo siente como una imposición de quienes aparentan disponer de una vitola de moralidad que ellos mismos se otorgan. Hace tiempo que pienso que los que me dicen que lo hago mal y que tendría que cambiar mis usos y costumbres lo hacen, sencillamente, porque se creen superiores a mí y no porque de verdad les importe lo que hablan. Es por esto que no tengo ninguna fe en este clero del siglo XXI que se ha empeñado en otorgarnos a los demás diplomas de “persona comprometida” ya sea con el medio ambiente u otras movidas.

Me preocupa el futuro del planeta pero soy consciente de esa doble dificultad que se ha señalado anteriormente. La primera es que no será fácil cambiar de verdad la tendencia a producir sin considerar el agotamiento de recursos y la superproducción de contaminantes. El aumento de la población mundial hasta más de 7.000 millones de personas es un hecho incontestable que habla por sí solo. La segunda y más importante pasaría por una toma de conciencia seria de nuestro papel de consumidores responsables y solidarios con el resto del mundo teniendo que luchar con algo tan humano como esa dicotomía entre amasar para cada uno y tener el paraíso en nuestra vida individual, o compartir para que nuestros hijos y nietos puedan seguir viendo el vuelo de los flamencos al atardecer.

Ninguna idea se impone por la fuerza verdaderamente; es posible que se consiga que los demás nos tengan miedo pero nunca respeto. Casi todo se aprende por imitación, porque admiramos la actitud del que nos habla y valoramos positivamente su propuesta. Nadie da lo que no tiene, eso desde luego, y es imposible que se pueda transmitir pasión por la defensa de la naturaleza si lo que se tiene en realidad es una serie de clichés y lugares comunes fabricados desde una teoría exclusivamente urbanita.

Para amar la naturaleza hay que conocerla, disfrutarla y padecerla a veces, consiguiendo valorarla en su justa medida. Luego, las actitudes individuales que se pueden llevar a cabo sólo se podrán trasmitir desde la responsabilidad y el convencimiento de que educar es un largo proceso de entrega del que pretende transmitir una idea o un valor determinado. No sé cómo se puede cambiar la tendencia actual por la que consumimos sin medida y buscamos la felicidad teniendo cosas, pero estoy convencido de que será imposible desde la intolerancia. Recuerdo las protestas de comienzos de los noventa en nuestra Bahía de Cádiz, cuando la gente se echó a la calle para evitar la construcción de una incineradora; todos tomaron conciencia de que aquello era malo porque algo llamado dioxinas y furanos podía elevar el índice de cáncer. No hizo falta nada más y lo cierto es que la incineradora no se construyó nunca.

La población no es tan tonta ni está tan secuestrada por la televisión o las redes sociales; todos tenemos sensibilidad e inteligencia suficiente aunque no militemos en ninguna opción “comprometida”, sólo es necesario tocar la tecla adecuada.

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About Author

Julián Mª Cano Villanueva

Licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada. Profesor de Enseñanza Secundaria desde 1990, ha ejercido la docencia en el IES Poeta García Gutiérrez (18 años) en el IEES Lope de Vega de Nador en Marruecos (6 años) y en el IES Padre Poveda de Guadix (1 año). Ha coordinado los proyectos de Ecoescuelas y Jóvenes Reporteros para el Medio Ambiente en los dos primeros centros mencionados. Ha escrito tres libros: "La otra orilla" sobre la vida del autor en Marruecos "Contribución al conocimiento de la avifauna de la Mar Chica de Nador" (junto a su hijo menor) "La Ecoescuela: una fórmula para la Educación ambiental". Ha colaborado con diversos artículos en Chiclana Información, Diario de Cádiz, Cuadernos de Pedagogía y otras publicaciones digitales.

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