Imagen | Iñaki Basoa
Esto me muestra que el modo de ser de la vida ni siquiera como simple existencia es ser ya, puesto que lo único que no es dado y que hay cuando hay vida humana es tener que hacérsela, cada uno la suya. La vida es un gerundio y no un participio: un faciendum y no un factum. La vida es quehacer.
Ortega y Gasset
El diálogo filosófico de aquella tarde mostró tres claves para entender cómo vivimos nuestro tiempo. No el tiempo histórico, sino nosotros en el tiempo. Aunque sigamos sin saber muy bien lo que es, a pesar de que continuemos experimentándolo a cada instante. Quizás el tiempo es ya conciencia temporal, “medible” de diversos modos, no sólo cronológicamente, es decir, con un cronómetro en mano. Primero, entonces, la esencia del tiempo. Pero luego, hay que saber que ese tiempo nos viene dado de múltiples maneras, por unas condiciones sociales o históricas. Pero además, el tiempo puede ser tomado como núcleo de la misma condición humana. Todo ello nos configura y configura nuestro tiempo: nuestra noción de tiempo, la condición del tiempo y la condición temporal humana. Puede que las dos primeras condiciones nos obliguen, y puede que la última nos libere. Es posible. Lo veremos, si es posible. El tiempo como posibilidad o el tiempo forzado. Cuarenta y nueve días, con sus noches, llevábamos confinados. ¿Merecía, o no merecía, la pena tratar este tema?
En la visión común del tiempo, éste se vive como edad. Y, por tanto, el tiempo no se vive lo mismo cuando se es niño, joven o adulto. Posee, por tanto, una subjetividad innegable e irrenunciable. Mi tiempo no puede ser nunca tu tiempo, y no siempre ha de coincidir con “nuestro tiempo”, una entidad tan abstracta como irreal. Aunque parece claro que la estructura social dominante acerca del tiempo y su uso, es una clave también a explorar. Por otro lado, la visión de la cultura antigua griega siempre nos resulta muy instructiva. Y esto motivó la intervención de uno de los participantes. Sería, quizás, necesario distinguir entre el tiempo como extensión (“cronos”), el tiempo intensivamente considerado, pues no tiene comienzo ni final, un eterno presente (“aión”), y el tiempo como el momento adecuado u oportuno, el tiempo propicio (“kairós”). Nunca perdió de vista el grupo esta distinción básica. Ni tampoco una cita de Aristóteles, que tomaba el tiempo como “una sucesión enumerable”. Pues bien, después de este esquema, vino la discusión:
–Es la estructura social y cultural la que determina nuestro tiempo, completamente –y se sumaron a esta tesis muchos de los participantes y fue la posición dominante, en muchos aspectos.
–Pero el tiempo siempre es individual, lo vivo yo…
–Pero inconscientemente…
–Mirad, este confinamiento en que estamos, demuestra que no es sólo la estructura social… Hay personas que necesitan estar haciendo cosas constantemente –un “horror vacui”, del que hablara Nietzsche.
–Sí, pero precisamente, todo eso “que hay hacer” es por influencia social…
Así, podría concluirse, de esa primera discusión, que cada uno presenta una manera propia de sentir el tiempo, establecido socialmente. Lo que indicaría que vivimos un “tiempo prestado” en el fondo. Esto suscita una nueva clasificación de la noción del tiempo, que resultó de gran interés para los asistentes. El tiempo cíclico, en sentido antiguo, el tiempo lineal, de raigambre judeocristiana, y el tiempo fragmentado, actual. Éste último, que tanto nos marca, destilaría una concepción consumista y hedonista del tiempo. La avidez del tiempo que se nos escapa, y que hay que completar y apresar constantemente. Esto provoca una acelerada producción y un consumo permanente del mismo. Ay, ¡cuántos indicios de este tiempo en nuestros días…!
Este aterrizaje, por sí mismo, ya era muy iluminador, pero el moderador quiso introducir la discordia, en medio de tanta coincidencia. Por si acaso, algún olvido importante.
–La visión del tiempo que proponéis, muy a tener en cuenta en nuestras sociedades, ¿no adolece de una visión más honda? ¿Seríamos capaces de profundizar un poco más? –la pregunta sorprendió al principio, e incluso parecía, para algunos, ininteligible… Pero todo se fue aclarando y comprendiendo, la nueva perspectiva que se adoptaba.
–El hombre es un animal simbólico, como propuso Ernst Cassirer. Un ser capaz de abstracción y, con ella, capaz de construir imágenes del mundo, conceptos, símbolos de la realidad.
–Pero, ¿cómo relacionas eso con lo que estamos, con la perspectiva que estamos proponiendo?
–Quizás, que el tiempo es una construcción mental…
–Yo pienso que el tiempo pudiera ser una manera de tratar de “domesticar” nuestro entorno y nuestra vida, que se nos escapa entre los dedos… Conseguir tiempo para mí. Una “lucha” por conseguir tiempo para mí, que sea mío…
Como podéis comprobar, esto ofrecía una lugar nuevo desde el que mirar el tiempo. Y claro, la nueva perspectiva desató las conexiones neuronales de los participantes, que hacía un momento se mostraban remisos. ¡Eso es! Esta lucha es la que tenemos que librar contra la concepción temporal que nos impone la sociedad en estos tiempos. Una lucha personal en busca del tiempo perdido (Marcel Proust), a que el capitalismo consumista nos retrae. Y así padecemos el tiempo, lo sufrimos, en lugar de vivirlo propiamente. Y este es el reto de nuestro tiempo, apostilla un participante. Es necesario ser capaces de vivir nuestro propio tiempo, desde uno mismo.
En ese momento advino lo más esperado en un encuentro filosófico como el nuestro, afloró un “momento filosófico”. Aconteció. La búsqueda del tiempo tiene su origen en la propia condición humana, su finitud, se dijo. Ahí emergió la idea fundamental, básica, del ser humano como ser temporal, de lo que tanto hablaron Heidegger u Ortega y Gasset. Es decir, que el tiempo es una condición de lo humano. El ser humano es un ser in fieri, que está tratando, siempre, de hacerse a sí mismo. La propia existencia humana es un transcurso, que no sólo es que las cosas transcurran, sino que somos transcurriendo, que nos describe mejor no un participio pasado (ya sido, ya hecho), sino un gerundio activo (siendo, haciéndose). Un ser finito que busca ser, para ser…
Y desde aquí, sí que muchas sugerencias y evocaciones vendrían a vuestras mentes… ¿No es verdad? El tiempo es, primero, en nuestra consciencia, y luego, lo medimos y cuantificamos, se acorta o se alarga, me agobia o me libera, según mi actitud o respuesta, desde dicha conciencia temporal, en relación a todo lo que me rodea. El tiempo es tiempo presente, y es pasado y es futuro, pero vivido actualmente. Siempre. “Hoy es siempre todavía” que decía el Poeta, don Antonio Machado.
Leer más en HomoNoSapiens| Café filosófico: ¿Por qué sufrimos? Café filosófico: ¿Estaremos sometidos a un mayor control social? Café filosófico: ¿Qué podemos aprender ahora?
Café Filosófico desde Vélez-Málaga (11.11), 01 de mayo de 2020, a las 17:30 horas, Sala on line, Google Meet: https://meet.google.com/ubs-unzn-nfq
About Author
Antonio Sánchez Millán
Filósofo práctico y profesor del IES “Juan de la Cierva” de Vélez-Málaga (España). Autor del libro "Practicar la filosofía, los Cafés filosóficos y otras prácticas socráticas" (Editorial Alegoría, Sevilla, 2015), que es fruto de su experiencia organizando diversos Cafés filosóficos durante los últimos años. Otros libros de filosofía practicada: "Los Otros, taller de filosofía en torno al diálogo platónico Eutifrón" (coordinador, Ed. Algorfa, Marbella 2019) y "Filosofar es cosa de niños", (Ed. Algorfa, 2020). La mayor parte de sus intereses filosóficos actuales giran, entonces, alrededor de la Práctica filosófica, además de la integración del pensamiento de Oriente y Occidente, y la búsqueda interior y la vida buena. En el ámbito literario ha obtenido el accésit de poesía en el Certamen "Joaquín Lobato" 2018 y publicado en enero de 2019 el libro "Solatz" (Editorial Algorfa, Marbella). Otras publicaciones, sus proyectos y actividades pueden seguirse en el Blog: "Palestra de Filosofía"
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Mi gratitud Antonio, por darnos cada viernes la oportunidad de participar de la filosofía de una forma diferente que, a buen seguro, el mismo Sócrates hubiera visto con buenos ojos. Paradójicamente, en este café en que tratamos sobre el tiempo, me quedé sin el tiempo para una última reflexión que ahora tengo la oportunidad de compartir como coletilla para tu preciso relato. Nos interesa hablar del tiempo, nos preocupa porque -tal y como alguien expresó aquella tarde-sentimos en parte nuestra relación con él como una «lucha», algo que nos provoca sufrimiento. Y mi aportación pretende esbozar algo así como una posible salida, una solución, a esa lucha y ese sufrimiento.
En primer lugar, puesto que claro a quedado la decisiva influencia de la estructura económico-social en nuestra forma de vivir el tiempo (un turbocapitalismo que nos lleva a vivir en una continua carrera por acelerar los tiempos de producción y de consumo y que es el marco del que nutre nuestra continua prisa y estrés), habría que replantearse socialmente nuestra forma de concebir el tiempo. En esta dirección uno encuentra la propuesta de los conocidos como movimientos slow que nos llevan a reflexionar sobre la importancia de desacelerar nuestro frenético ritmo de vida, buscando una forma de trabajar más lenta y reposada y que permita la conciliación con la vida familiar y el tiempo de ocio, una educación lenta que respete los ritmos de aprendizaje, una alimentación sana y lenta opuesta al concepto de fast-food, etc. El hombre moderno sufre una suerte de síndrome de Tántalo en tanto tiene a su alcance grandes posibilidades de felicidad que nunca consuma porque «no tiene tiempo»; la necesidad de ser consciente de ello y parar un poco el ritmo parece más que evidente. Una propuesta aún mas radical -incluso antisistema- es la de la corriente ideológica de decrecimiento que, frente a la idea capitalista de que el crecimiento económico es la solución de todos nuestros males, propone un programa de decrecimiento racional y progresivo que nos lleve a un nuevo y más sensato equilibrio, más respetuoso con el medio ambiente, más justo socialmente y que apuesta por recuperar el dominio del tiempo -con jornadas laborales ideales de 3 ó 4 horas al día- y poner freno al consumismo a destajo en que vivimos inmersos.
En segundo lugar, puesto que el tiempo no solo es algo social sino que también está firmemente enraizado en la condición humana y en su naturaleza simbólica -como también quedó dicho aquella tarde- una forma de liberación sería la que apuesta por la disolución mística del pensamiento, el cual es fuente de nuestra humana manera de vivenciar esa dimensión de la realidad a la que llamamos tiempo. En este sentido, me gustaría recordar la mención a Wittgenstein cuando nos pide pensar si es posible -puesto que por su conducta un perro puede parecer estar esperando a su dueño- pensar que un perro espere a que su dueño venga pasado mañana. Está claro que no. La enseñanza de esto es que el tiempo es una construcción del pensamiento y por ende del lenguaje. Experimentamos la realidad, incluida la dimensión del tiempo, a través de nuestras estructuras de pensamiento que, en Occidente, se fundamentan sobre el principio lógico del tercero excluido, el cual nos lleva a escindir la realidad en pares de opuestos -luz-oscuridad, cuerpo-alma, etc- y a vivenciar nuestro mundo como una permanente diatriba. Y en ese esquema de opuestos, está claro que la lentitud casa con la rapidez y que ambos términos se implican mutuamente en el sentido en que la definición de uno remite irrevocablemente a la del otro (no puede haber noche si no hay día, salud sin enfermedad, etc). Es por esto por lo que entiendo que los movimientos de desaceleración -tan necesarios, por otra parte- nos pueden sacar de las prisas por la puerta y regresarnos a ella por la ventana. El propio apóstol del movimiento slow, Carl Honoré parece haber confesado su dificultades para ralentizar a costa del tremendo éxito comercial de su libro «Elogio de la lentitud» que le arrastró a una vorágine de conferencias, entrevistas y presentaciones de su libro (otra vez el consumismo capitalista subyace a nuestro frenético ritmo de vida), llevándole a constatar que, paradójicamente, la gente «tenía prisa por desacelerar». Y es que mientras intentemos liberarnos de esa «lucha» contra el tiempo a costa de controlarlo, estamos condenados a permanecer en sus redes. La única forma de escapar a ese continuo enfrentamiento y al sufrimiento que conlleva, es abandonar las propias estructuras lingüísticas en las que el tiempo habita. Dejar de querer dominar el tiempo y concentrase antes bien en vivir al margen del mismo, en la dimensión griega del «aión», entregándose a la experiencia del instante entendido como eterno presente, no porque dure para siempre, sino porque se vive como fuera del tiempo. Creo que todos tenemos experiencia práctica de lo que es -en el sentido expresado- vivir el instante: cuando disfrutamos con una melodía o un poema, cuando nos enamoramos o damos un paseo placentero al atardecer… entonces nos olvidamos del tiempo; entonces escapamos a sus muros y vivimos realmente en los márgenes del tiempo. Cultivar esa forma de vivir en el instante es pues la terapia que yo propongo. Vivir en la eternidad del presente, propia de los niños antes de que la educación llegue a domesticar su sentido del tiempo imponiendo -desde fuera- un tiempo para trabajar, un tiempo para comer, uno para dormir… para que nuestra compleja y furibunda sociedad pueda seguir su ritmo (dicen que la verdadera máquina que hizo posible la Revolución Industrial no fue la máquina de vapor sino el reloj). Aprender a vivir el instante antes de que seamos devorados por ese tiempo medido que es el «cronos», en una nueva y más cruel versión del mito griego en el que todos nosotros somos hijos de este viejo Titán. Salvarnos en el recuerdo de los eternos veranos de la niñez…. de «Estos días azules y este sol de la infancia»… que pocos días antes de su muerte decía el Poeta….Don Antonio Machado.
Muchas gracias, Alfonso, por este añadido de salidas a lo que aquella tarde sólo llegamos a entrever y no a configurar respuestas sobre cómo vivir nuestro tiempo (slow, decrecimiento, superación del pensamiento dicotómico, experiencias del vivir sin tiempo) más allá este «turbocapitalismo», que dices, con toda la razón. Desde cronos, ir hacia Aión. Y es muy posible que, efectivamente, el Poeta, también comprendiera, si no con anterioridad, esto mismo… Un complemento excelente al relato de aquel café filosófico.