Imagen | Marta Juliana Abril
Llegaba con la euforia de la vencedora que ondea la bandera,
con el puño preparado para alzarlo.
Caminaba victoriosa hacia la iglesia. Llegaba para dar las gracias, para celebrar la tierra soñada.
Llegaba cantando un futuro mejor, con el paso ligero de las botas que tanto odiaba.
Caminaba impaciente y como alguna otra vez, avanzaba desafiando el rumbo.
Con sus botas ingrávidas, llegaba para darle sentido al fuego, para adormecer a la bestia.
Llegaba y ya podía identificar aquello que enreda los pasos.
Ya podía recuperar la gravedad más feroz,
ya podía rozar la espina que brota por los ojos y los dientes.
Ya podía anhelar no haber llegado nunca.
Entre vísceras y polvo, la quietud más estridente.
Entre vísceras y polvo, se remueve como quien busca algún sueño insomne, alguna tierra de nadie, alguna verdad.
Llegaba con el puño preparado para alzarlo. El mismo puño que ya no es gloria ni es lucha, el mismo que se escurre por el peso de los ojos.
Llegaba para ver los rostros de ceniza enterrando al enemigo a cada paso. Cuerpos sin retorno arrastrando todo el peso de la historia.
Llegaba para no entender nada.
Miraba hacia atrás y solo sentía sus botas aplastando un río de cuerpos.
Cuerpos desconocidos y deshechos,
cuerpos, cuerpos y cuerpos.
¿Cómo cargar con tanto estómago?
¿Cómo absorber tantos restos?
Ya no hay puños ni hay banderas. Solo hay un trato quebrado. No hay latido ni memoria, ni siquiera hay enemigo. No hay vista para la belleza ni piel para el que llega.
Solo quedan cuerpos.
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