Imagen | Paula Sánchez Calvo
Intimidad
1.f. Amistad íntima.
2.f. Zona espiritual íntima y reservada de una persona o de un grupo, especialmente de una familia.
Hoy Leo me ha cepillado los dientes. Ha utilizado un cepillo pequeño y cutrecillo que algún día formó parte de una habitación de hotel, lo ha sacado de su boca y lo ha frotado por mis labios, luego he sonreído y ha barrido mis paletas con una precisión alarmante para un niño de año y medio.
Mientras masajeaba mis encías con las cerdas abría su boca como para mostrarme lo que había que hacer, sus babas han pasado entonces a formar parte de las mías y no he podido evitar pensar que ese era el acto más íntimo que vivía desde que dejé el piso de Carabanchel.
Las babas de un bebé son totalmente transparentes, son inodoras, son insípidas, es casi como sacar el cepillo de debajo del grifo. Me pregunto en qué momento la saliva empieza a recoger y acumular todo aquello que nos transita y va creando esa pasta tan única que nos define sin remilgos.
He buscado y, he leído, que poseemos más de 600 especies distintas de bacterias en nuestra cavidad oral. El texto en cuestión comenzaba con un mensaje algo perturbador pero poco sorprendente: “La relación entre las personas y las bacterias es algo particular”. Me ha tranquilizado saber que muchas de ellas viven en armonía con nosotros, sin alterar nuestra flora, que es nuestro espíritu.
Acto seguido he abierto la boca frente al espejo esperando encontrarme con mi ejército bucodental, me pregunto cuántas de esas bacterias llegaron a través de bocas ajenas u objetos roídos en momentos ansiosos y si las ocupantes originales las acogieron con cariño o se enzarzaron en una lucha sin parangón.
Me gusta pensar que mis bacterias abrazaban a las tuyas cuando yo te abrazaba a ti, que si tú me besabas la nuca ellas se sonreían, y que, cuando peleábamos, se enfrentaban y dividían fuerzas sobre mi paladar hasta que dejábamos de luchar.
Ahora me preocupa saber que mi saliva crispada y paseada por la vida ha entrado a formar parte de Leo, mis viejas e irónicas bacterias se habrán encontrado con proyectos de microorganismo que sólo conocen las tiernas paredes de la boca del bebé. Nunca antes habían compartido vivencias con las ocupantes de las babas de otro ser humano, quizás ahora parte de mi historia se transmita a través de los fluidos y se le adhiera algo de experiencia maltrecha que corrompa esa alegría como regalada que es tan propia de él. Creo que debería ir tomando muestras de su boca cada mes, valorar el color, la textura y el olor de su saliva y así determinar en qué momento un ser humano empieza a ser más desecho que otra cosa.
Tras un par de cepilladas más, Leo se ha dado media vuelta y ha alzado su mano derecha como diciendo: “Mira, ya está, yo más por ti no puedo hacer”. Ha movido su silla amarilla y se ha sentado en ella resignado, entendiendo que hay poco que él pueda hacer por mi salud bucodental y, especialmente, por mi salud emocional.
A veces, cuando le miro, me da la sensación de que puede ver a través de mi pantalla y descifrar mis estados de ánimo sin ningún tipo de remordimiento por atravesar mi intimidad. Es casi imposible esconderse de un bebé, quizás por eso nunca quise tener uno.
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Un texto precioso al que cualquier comentario dañaría. Felicidades.
Muchas gracias José. Un abrazo.
Nunca se vieron las babas tan justa y cariñosamente descritas…