Mi generación

Mi generación

Está demostrado que en todas las épocas contenidas en la historia de la Humanidad se han producido acontecimientos que han influido poderosamente en la evolución de la vida, de la sociedad, de los pueblos, de las civilizaciones, de la cultura, de la economía, etc. En nuestro país, España, como en toda Europa, quienes hemos nacido en la primera mitad del pasado siglo XX, hemos sido testigos de procesos de cambios brutales y obligados; transformaciones muy aceleradas en un periodo de tiempo muy corto, con velocidades muy superiores a nuestra capacidad de adaptación. Y no me refiero solamente a esos cambios que la tecnología informática ha incorporado en nuestra manera de vivir y de relacionarnos, que ya de por sí ha transformado tantas cosas; quiero centrar un poco la atención en otros aspectos que repercuten en los comportamientos, en los modelos de vida que nos hemos visto obligados a asumir en las relaciones humanas en todas sus formas: a nivel familiar, en las costumbres sociales, en las modas, en el uso de los recursos materiales, en los procesos de trabajo y de producción, en la política, etc. Los roles que en cada momento de nuestra existencia definían nuestros principios y valores, el significado de las cosas que eran y siguen siendo esenciales para sobrevivir dignamente en nuestro mundo relacional, todo ello se ha visto obligado a cambiar o adaptarse con otros modelos de comportamientos y de realidades que han modificado, de manera demasiado rápida, nuestras vidas; nos hemos visto abocados a aceptar y asumir otros esquemas de pensamientos y otras formas de vida que no eran los nuestros, para poder convivir sin perder la conciencia de la realidad y así evitar sucumbir en la confusión con nuestras respuestas, tantas veces inadaptadas por los acontecimientos que van emergiendo constantemente. 

Un dato que, aunque se trate de vínculos familiares, no deja de ser significativo en esta generación que comento: salvo las inevitables excepciones, cuando éramos hijos estábamos subordinados en todo a nuestros padres; cuando llegamos a la condición de padres, hemos acabado subordinándonos a nuestros hijos. Conforme han ido pasando los años, más acusado se produce este fenómeno tan contradictorio. Como padres nos hemos visto obligados a asumir situaciones impensables cuando aún no habíamos llegado a esa condición de paternidad. Nuestros hijos fueron creciendo en una nueva sociedad, por la que trabajamos, reivindicamos y luchamos aún a riesgo de nuestra propia seguridad. Nos hemos visto forzados a aceptar decisiones de nuestros hijos que no encajaban en nuestros esquemas de pensamiento: divorcios, separaciones, modelos de parejas, edad de independencia… Hemos cometido errores que no podíamos imaginar sus consecuencias en este nuevo marco relacional que para nosotros era fundamental, básico. Uno de ellos era procurar que nuestros hijos no padecieran las mismas carencias que nos tocó sufrir nosotros. La tolerancia se transformó en una permisividad excesiva, el polo opuesto a una autoridad mal llevada al extremo, en la que se omitía el valor del esfuerzo y la austeridad para sacar adelante un proyecto de vida. 

Hay que considerar que una gran mayoría de esta generación ha tenido que comenzar su vida laboral a muy temprana edad. Unos comenzaron a los 14 años, nada más salir de la escuela; otros, incluso antes, sin acabar sus estudios primarios; los más afortunados comenzaron más tarde a trabajar y con mayor formación académica. Los que buscábamos mejorar nuestra cualificación académica y profesional, tuvimos que recurrir a compatibilizar los estudios con el trabajo y otras muchas responsabilidades sociales y políticas. La guerra civil española y sus consecuencias en la postguerra paralizaron el desarrollo de una población que necesitaba crecer con el mismo ritmo de otros países europeos, a pesar de haber sufrido, ellos también, los devastadores efectos de dos guerras mundiales. Quedamos estancados hasta que llegó el despegue deseado, lógico cuando cambian las circunstancias sociales, políticas y económicas. Acabó un régimen que encorsetaba e impedía una evolución natural. Para llegar a las mejoras en las condiciones de vida, nuestra generación tuvo que enfrentarse durante años a confrontaciones y luchas sociales y políticas, como ya comenté anteriormente, no exentas de riesgos. A partir de aquí, se produce un proceso de desarrollo que, a quienes ya vamos acumulando años de nuestra vida, nos coge sin esa vitalidad tan necesaria para adaptarnos a tantos cambios en los modelos de comportamientos sociales y tecnológicos, novedades que cuesta, a muchos, asimilar. Incluso se nos critica como si fuéramos antiguallas cuando mostramos nuestras disconformidades.  

Las nuevas generaciones, nacidas a partir de la década de los años 70 del pasado siglo XX, van aportando nuevas ideas con una mentalidad más abierta y, afortunadamente, con mejores posibilidades de acceder a unos estudios superiores. Aparecen nuevas creaciones, sobre todo desde la aparición de los nuevos instrumentos tecnológicos, cada vez más sofisticados. Hoy, parece que está generalizada la dependencia de la telefonía móvil que tantas aplicaciones contiene, a lo que se suma el uso de unas redes sociales desmesuradas e incontroladas, sobre todo, en las generaciones más jóvenes, nuestros nietos. Se aprecia como algo normal porque son cosas de esta época, de estos tiempos, que no son los nuestros donde ni siquiera existían los teléfonos móviles ni la televisión. No obstante, procuramos comprender y aprender cuanto nos es posible para no quedarnos atrás en el uso de estas herramientas. La sociedad ha dado pasos de gigante sin dejar tiempo a prepararnos para esos cambios tan brutales. Para no morir en el intento de objetivar nuestra respuesta, procurando no perder nuestra propia identidad, hemos tenido que hacer grandes esfuerzos para atender con coherencia y eficacia nuestras responsabilidades familiares, sociales y profesionales. 

También es cierto que esta generación nuestra ha significado, en nuestra historia, una especie de bisagra que ha impulsado esas transformaciones, favoreciendo la posibilidad de ese desarrollo, teniendo que renunciar a muchos privilegios y comodidades. Nos sentimos muy orgullosos de pertenecer a esta población que tanto ha trabajado en beneficio de las siguientes generaciones.   

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José Olivero Palomeque

Creo que la palabra es el medio de comunicación que puede unir a las personas, tanto para lo bueno como para lo malo, ¡pero es la palabra, el lenguaje, lo que nos identifica como seres humanos! El hecho de transmitir vivencias que después se conviertan en experiencias a través de la palabra escrita, nos puede ayudar a humanizar más nuestro mundo relacional, a transformar nuestro entorno a través de la sensibilidad para entender la realidad humana y dar lo mejor de sí mismo. Esa idea persigo y comunico con los libros, artículos, ensayos, reflexiones...que escribo y me publican, aunque la utopía esté ahí presente; pero...¡sin utopía la vida se estanca! Porque lo que sigue es el compromiso solidario con esa realidad humana que queremos cambiar.

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