Imagen | En el jardín, Renoir
A Edurne Rivero
I
Tu cuerpo repetido, alma nueva
que bajo el árbol de la tarde se mece
junto a la blanca iglesia, se merece
todas las caricias que el aire lleva.
El sol en tu silueta se renueva
y el tiempo que se mueve permanece;
el arco de tu ser vuela y florece
y al cielo tu encendida voz se eleva
y me reclama. Íntegro a ti acudo,
cruzo sombras, y amo tu candor
de clara luna que a mi mano llega.
Enamorado, alegre, absorto y mudo,
contemplo en tus ojos nuestro ardor
de noche acaecida y que se entrega.
II
A deceso destinadas, las tardes se rompen,
las playas quedan yertas, mudas bajo la luna.
Amor remueve el aire, tan libre en su delirio.
Lejos de ti, la nada yace en mi ser vacío.
III
Cuando el alba suspende
la noche en que felices paseábamos
junto al lago —la luna silenciosa
movíase en el agua—, vivo en fulgor de ausencia:
ya todo lo que amábamos
es un lejano ayer que se ha perdido.
Y volver es imposible ¡oh amada!
al presente fugaz de un tiempo ido.
¡Di adiós a los dedos enlazados!
¡Di adiós a las tímidas miradas!
Vivo en fulgor de ausencia:
ayer amé lo que hoy mi dolor revela.
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