Memoria de la melancolía

Memoria de la melancolía

Imagen | Fotografía de María Teresa León, 1928

Hace tiempo que me atraía conocer más a fondo la vida de esta gran mujer que, por fin está comenzando a ser visibilizada en nuestro país. Y, con sus Memorias de la melancolía (Editorial Renacimiento, 2020), lo he logrado con creces. María Teresa León Goyri (Logroño, 1903- Majadahonda, 1988), perteneciente a la Generación del 27, quizás sea una de las autoras más desconocidas de ese grupo de mujeres intelectuales y artistas que se han venido a llamar las “Sin sombrero”.

Su obra es prolífica, aunque lamentablemente muy poco conocida en España. Abarcó prácticamente todos los géneros literarios: teatro (Huelga en el puerto,1933; La tragedia optimista,1937; La libertad en el tejado, 1989), novela (Contra viento y marea, 1941; Don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid campeador, 1954; Doña Jimena Díaz de Vivar, gran señora de todos los deberes, 1960; El gran amor de Gustavo Adolfo Bécquer, 1946), cuentos (Cuentos para soñar, 1928; Rosa-Fría, patinadora de la luna, 1934; Cuentos de la España actual, 1935; Morirás lejos, 1942); ensayo (Crónica General de la Guerra Civil,1939; La historia tiene la palabra,1944); guiones de cine (Los ojos más bellos del mundo, 1943; La dama duende, 1945), etc. La mayor parte de su obra se editó en Argentina, una pequeña parte en México y, en España lo poco que se publicó, se hizo en colecciones de poca tirada.

Este libro de casi 450 páginas es una autobiografía que nos va llevando y trayendo por distintos momentos de la vida de esta enorme mujer. Su autora, no sólo profundiza en su vida y en el conflictivo momento histórico que le toco vivir, sino que nos da a conocer muchísimos personajes y amigos con los que ella, de uno u otro modo, convivió o se relacionó. Fascinantes personajes del mundo de la cultura, no sólo de España sino casi de todo el mundo.

Algunos críticos han comparado esta obra con la de Rafael Alberti, La arboleda perdida, quien fue su compañero de vida durante 60 años. Es inevitable que dos personas, que han compartido vida durante tanto tiempo, tengan muchísimos recuerdos y vivencias en común. No podría ser de otra manera. Aunque para la crítica, Rafael  Alberti ha sido el Poeta (con mayúscula) y María Teresa León, su compañera:

“Ahora yo soy la cola del cometa. Él va delante. Rafael no ha perdido nunca su luz.”

Hay muchas partes del libro que están narradas con un estilo tan bello que son casi poesía. Por ejemplo, la parte en la que habla de las manos de las mujeres, que siempre están ocupadas, haciendo algo:

“En las manos no se nos ven los años sino los trabajos. ¡Ah, esas manos en movimiento siempre, accionando, existiendo solas más allá del cuerpo, obedeciendo al alma! Yo miro las manos, las vuelvo, las acaricio un poco para ver la blandura de su temperamento, les busco los nudos que le dejo la vida, la cicatriz del ansia, la desesperación, la credulidad, la amargura de sentirse traicionadas…”

Una parte de este bellísimo texto lo utiliza el músico Paco Damas en: «Paco Damas canta a Las Sinsombrero«, donde pone música a algunas de las poetas del 27: María Zambrano, María Teresa León, Rosa Chacel, Josefina de la Torre, Ernestina de Champourcín, Carmen Conde, Concha Méndez y Ángela Figuera. Otra preciosa descripción es la que hace sobre cómo es el amor que siente por su madre. Copio un fragmento:

“Si tú supieras, madre, cuándo he comenzado a quererte; no fue ese día que me precipité en tus brazos: tenía miedo; ni siquiera en aquella ocasión cuando me subí a tus rodillas: tenía hambre. Mi vida era tan pequeña entre tus brazos. Yo no te conocía. Venimos de demasiado lejos. En ese lugar donde distribuyen las vidas nuevas a los seres humanos, me dieron a ti y tú te sorprendiste de tener que querer a una niña con los ojos cerrados.”

Muchas veces María Teresa utiliza la tercera persona en su narración. Quizás para crear cierto distanciamiento. Generalmente, son las partes que corresponden a su niñez y juventud. Y se refiere a sí misma como la chica, la niña.

María Teresa León es mujer: escritora, luchadora, rebelde, guerrillera, exilada, esposa, madre, viajera, traductora, feminista, amiga… ¡Caben tantas mujeres en María Teresa! Fue una mujer muy valiente, pasional y comprometida con sus ideas, muy adelantada a su tiempo. Incluso muchos episodios de su vida resultarían muy osados, hoy, en pleno siglo XXI.

Al ir pasando las páginas de este libro, que me ha dejado deslumbrada, he sentido como si acompañara a María Teresa en muchas de sus vivencias. Me he llegado a sentir como una compañera más en sus viajes, en su lucha, en su preocupación… en definitiva, en su vida. He sentido la muerte de muchos de sus amigos: León Felipe, Antonio Machado. El asesinato de Lorca. El sufrimiento de Luis Cernuda en ese exilio al que nunca se llegó a acostumbrar. He disfrutado con las historias de sus perritos. He temblando de miedo cada vez que esta “heroína” emprendía algunas de sus varias aventuras azarosas, por ejemplo la del traslado de los fondos artísticos del Museo del Prado a Valencia para ponerlos a salvo de los bombardeos que se sucedían en la capital de España. 

María Teresa escribe estas Memorias desde su último exilio, el de Roma. Tenía 64 años y se sentía una mujer vieja: «Es difícil ser vieja. Se necesita un aprendizaje, que es el drama de nuestra vida». Apenas cinco años más tarde, el Alzheimer se adueña de sus recuerdos (igual que lo hizo también de los de su madre) y cuando regresa a Madrid, tras casi 40 años de exilio, no reconoce ese Madrid de 1977, nada tiene que ver con la capital de España que ella retiene. El tiempo ha pasado inexorablemente. El retorno a esa España de claroscuros no le produjo, pues, la felicidad anhelada en el exilio: no recuperó el paraíso perdido. Su paraíso no estaba, en realidad, en ninguna parte: se trataba de una dimensión temporal irrecuperable, como señala Marina Casado, periodista cultural, en su Blog.

“Estoy cansada de no saber dónde morirme. Ésa es la mayor tristeza del emigrado. ¿Qué tenemos nosotros que ver con los cementerios de los países donde vivimos?”

Otro tema muy recurrente es el del paso del tiempo. La obra comienza con una cita de Luciano de Samósata: “Las cosas de los mortales todas pasan, si ellas no pasan, somos nosotros los que pasamos”. Sólo la memoria puede redimir el implacable paso destructor del tiempo. Por eso, para la autora, “vivir no es tan importante como recordar”.

El 13 de diciembre de 1988, a los 85 años, murió María Teresa León. A su funeral asistieron unas 15 personas. Rafael Alberti, algunos familiares, Julio Anguita, Cristina Almeida y pocos más se acercaron al cementerio de Majadahonda. María Teresa León murió víctima del mal de Alzheimer, sin memoria, sin recuerdos. Vivió sus últimos años ingresada en una residencia de ancianos de Majadahonda, al que sólo una vez acudió Alberti. “Somos lo que nos han hecho, lentamente, al correr tantos años. Cuando estamos definitivamente seguros de ser nosotros, nos morimos”, dejó escrito.

En la tumba 488 del cementerio de Majadahonda reposa el cuerpo de esta excepcional mujer. Un epitafio está escrito: “Esta mañana, amor, tenemos veinte años”, son versos de Rafael Alberti. Su cabeza reposa en el almohadón que cobijó a Aitana, su hija, en su cuna.

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About Author

Cristina Frontana Martín

Nací en un pueblo bañado por el Mediterráneo, donde se han asentado numerosas culturas, desde los albores de la historia. Por eso, soy “sexitana”. Desde muy joven amé la literatura. Cursé estudios de Filología Hispánica en la UGR. Y, puedo presumir de haber tenido a grandísimos profesores, entre ellos, Luis García Montero por el que siento una profunda admiración. Actualmente, vivo en Torre del Mar y, desde hace unos años, he vuelvo al teatro de la mano del grupo “Júbilo”. Actividad que disfruto enormemente gracias a mis compañeros y a su director, Alfonso Gil Mantecas, un apasionado de la vida. Desde siempre he escrito poesía, aunque, solo para mí. Hace poco me atreví a presentarla en público y he obtenido dos accésits. Y aquí sigo, en medio de esta vorágine que es la vida, entre bambalinas, libros, música y en la compañía de los mejores amigos.

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