“No podemos juzgar a nuestros adversarios como si nuestra propia causa estuviera identificada con la verdad absoluta.” Raymond Aron.
Hace más de medio siglo que este filósofo francés se desmarcó de la corriente imperante entre los intelectuales de la época. Tuvo que remar contra viento y marea para integrar ideas alternativas a las del discurso ideológico de autores tan notables como Sartre. Raymond Aron y Albert Camus son los claros exponentes de una forma de pensamiento rechazada por la verdad oficial impuesta desde la intelectualidad del último tercio del siglo XX.
Su discurso no sólo fue descalificado completamente sino, lo que es peor, no aceptado como tal, como si no cupiese en el marco general del pensamiento europeo moderno. Suponía una opción diferente al existencialismo marxista del que se hace eco la frase introductoria y eso no podía ser aceptado en modo alguno por quienes pensaban que sólo hay un camino hacia la verdad.
El hombre, en la configuración de su personalidad, concibe la libertad como un horizonte de opciones que le proporcione el mejor de los desarrollos posibles tanto en la esfera de lo material, como en la de las relaciones humanas o la de las ideas. Sin embargo, sucumbe con frecuencia a señalar la senda escogida como la vía precisa para alcanzar la felicidad individual y colectiva. Olvidamos con frecuencia que lo que es bueno para unos puede no serlo para los otros y que a la cima de una montaña se accede desde senderos diversos.
Mantener la libertad no es una empresa fácil. Su propia esencia, como la de la democracia, es frágil en sí misma. No puede competir en modo alguno, si la sometemos en pie de igualdad, con el pensamiento totalitario. Sólo con ella presidiendo la vida, pueden confluir los acuerdos derivados de un diálogo constructivo y planificado. El mayor peligro radica en que dentro de nosotros existe una tentación reduccionista que nos lleva a imponer al conjunto nuestros propios criterios; es una especie de fascismo encubierto por la hojarasca que, llevado al extremo, aniquila todos los controles intelectuales y emocionales del comportamiento hasta dar por bueno el aniquilamiento virtual o incluso real del otro. Entonces todo vale y la espiral de la violencia se adueña de la vida diaria causando las profundas heridas que tanto tardan en cicatrizar después, si es que llegan a hacerlo.
Por eso es necesario defender la libertad contra cualquier amenaza. No se debe consentir que el miedo la asesine con su silencio y que acabe muriendo de muerte natural. Hay que sobrevivir, convivir con los que nos rodean, tratar de buscarse pocos problemas para salir adelante, pero sin libertad sólo nos queda la paz de los cementerios. La batalla de las ideas tiene muchos flancos ocupados pero siempre habrá un resquicio para que gente como Aron y Camus nos interpelen sobre nuestro conformismo y complicidad con quienes se creen con el monopolio del pensamiento.