¡Que paren el mundo!

¡Que paren el mundo!

Imagen| Rafael Guardiola

 “¡Paren el mundo, que yo me bajo!” es una de la declaraciones más citadas de Groucho Marx. Indica una de las posibilidades que se abren hipotéticamente al individuo en las sociedades industriales avanzadas, al constatar el colapso de las condiciones que las han hecho posibles. Tal vez habría que hablar en pasado, dado que el mundo que ahora mismo habitamos, como consecuencia de la pandemia, es más real que nunca, como afirma el filósofo Santiago Alba Rico, entre otros, y cuesta trabajo pensar que sea algo diferente de nosotros mismos: “Esta sensación de irrealidad se debe al hecho de que por primera vez nos está ocurriendo algo real. Es decir, nos está ocurriendo algo a todos juntos y al mismo tiempo. Aprovechemos la oportunidad”, escribía en Twitter el célebre guionista de La bola de cristal. Lo real ha irrumpido de forma manifiesta, se nos ha revelado con intensidad, y nos ha sumergido en las entrañas de su ola con un movimiento de succión dudosamente erótico. Ya podemos decir, fijando límites: “aquí el mundo, aquí unos amigos” en la próxima fiesta con guantes, mascarilla y distancia social a la que nos inviten.

Puede que lo real sea una construcción fruto de la habituación, como decía David Hume, un atractivo ramo de automatismos. En este sentido, lo real “antes de COVID-19” tiene como dioses al individuo, la lógica del capitalismo de la seducción y la producción colectiva de la frivolidad. Desde el punto de vista antropológico, lo que pasaba en nuestros cuerpos y el mundo que habitábamos lo reconocíamos como algo propio de nuestro ser –no como algo independiente y externo, extramental y con suficiente sustancia. Por otra parte, interiorizábamos colectivamente, gracias a las tecnociencias, la tecnología y la llamada del consumo, entre otras cosas, que el mundo no era más que un conjunto de estructuras que nos proporcionaban “respuestas sociales automáticas”. Como sugiere Santiago Alba, hemos llegado a considerar como natural, como parte del mundo, que de un grifo salga agua y dinero de un cajero automático. Y esta construcción, esta red de automatismos nos ha convencido de que la pobreza es tan real para los pobres como para los ricos, cuando sabemos que si los pobres fueran conscientes de “su realidad”, de la injusticia que impera en el mundo, es altamente probable que aumentaran los suicidios y las revoluciones sociales.

“Después de COVID-19” nadie puede escapar del mundo real (para todo humano y al mismo tiempo), y esta circunstancia la constatamos con ansiedad, de modo angustioso e irrespirable. Lo real ha hecho acto de aparición –el viejo sueño de los metafísicos- y ello, curiosamente, el acto de apreciar la independencia del mundo, nos genera una paradójica sensación de “irrealidad”. Como consecuencia: nadie puede bajarse del mundo, aunque quiera, salvo que opte por un suicidio eficaz.

Estamos empachados de realidad, en estado de alerta, y tal vez vivamos en un futuro inmediato en medio de una situación simulada de estado de guerra permanente, como afirma el intelectual surcoreano Byung-Chul Han en sus últimos artículos. El nerviosismo y la agitación que padecemos nace de una situación real, objetiva, fácilmente reconocible, capaz de provocar la alteración de nuestra homeostasis emocional. Los protagonistas de lo cotidiano son, como nunca, la incertidumbre y el miedo que comporta la clara percepción del riesgo –aunque no podamos ver al coronavirus ni saber a qué dedica el tiempo libre. Yuval Noah Harari no es el único que nos recuerda, en este sentido, que la información veraz es la mejor defensa frente a la pandemia.

El pasado 9 de marzo, pocos días antes de decretarse el confinamiento en España, tuve la ocasión de escuchar en directo al filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky. Se preguntaba: ¿qué nos seduce hoy? Porque, al menos, “antes de COVID-19”, la seducción era la característica más destacada de las sociedades conocidas y en particular, de las contemporáneas. A principios de marzo no hacía falta conocer a la gente para seducirla, la educación y los padres querían agradar –más que amar- a sus hijos eliminando el esfuerzo de su horizonte, la cirugía estética estaba al alcance de una mayoría, de manera perversamente democrática y muchas cosas más. El filósofo cordobés José Carlos Ruiz apostilló entonces en dicho acto que seducimos habitualmente, por ejemplo, cuando subimos imágenes a las redes sociales con una “ligereza” proverbial, que no es fruto del trabajo. No hay grandes soluciones en la época de la exacerbación del individualismo, decían, y puesto que la seducción no parece ser una buena opción, ya que está asociada a la producción y a la búsqueda del beneficio empresarial.

No hace mucho, los gurús de la frivolidad nos habrían animado a subvertir la consigna de Groucho Marx: “¡Paren el mundo, que yo me subo!”, buscando soluciones para el malestar en la cultura mediante la reformulación del capitalismo o, como Lipovetsky, dejando a un lado la ética y fomentando la innovación y la inteligencia creativa en una especie de revolución de los artistas no profesionales. También cabe ver en la pandemia, como hace el filósofo esloveno Slavoj  Žižek,una buena oportunidad para el surgimiento de un neocomunismo abiertamente fraternal y tecnológico, pese a que los gobiernos tecnocráticos podrían tener la excusa de extender en exceso las fronteras del estado de excepción en un régimen policial. No obstante, como apuntara José Carlos Ruiz a Gilles Lipovetsky, ¿por qué la solución a nuestros males la buscamos habitualmente y casi exclusivamente en la instituciones? Puede que las propuestas salvadoras nos lleguen de la mano de individuos, de personas fuertemente comprometidas con la felicidad colectiva, al estilo de la jovencísima Greta Thunberg.

Como afirma Santiago Alba Rico, nuestra sociedad capitalista es una sociedad “soltera”, “en la que matar a los niños es más fácil y más tentador que educarlos”. El soltero al que se refiere el filósofo madrileño está aquejado de una enfermedad seria: el individualismo gestado por el pensamiento posmoderno, cuya defensa del relativismo absoluto se asocia fácilmente a la crisis de la democracia y las propensiones apocalípticas. Los individuos comprometidos de los que habla José Carlos Ruiz nada tienen que ver con los que exhiben su condición de víctimas y culpables y hacen gala de su infantilismo e inmadurez, su despreocupación e ignorancia supinas. Hacen falta individuos “enamorados”. Porque el amor es inmoral, impolítico y materialista, piensa Santiago Alba, y aquí debemos buscar –si la hay- la solución, no en la vanidad de los espíritus que hacen ostentación de soltería, antes y después de la pandemia.

En una entrevista del pasado 3 de mayo, el reputado filósofo alemán Peter Sloterdijk  veía difícil la reedición del mundo concebido como una esfera consumista, pues se ha roto la conexión entre frivolidad y consumo. Este mundo consumista que data de “antes del COVID-19” se fundamenta en “la producción colectiva de una atmósfera  frívola” (la frivolidad es, por tanto, el motor que genera público proclive al consumo). Y la inmunidad, según Sloterdijk, “va a ser el gran tema filosófico y político tras la pandemia”. El fomento de “individuos creativos y enamorados”, añado yo.

Para el autor de la Crítica de la razón cínica sería saludable que nos subiéramos al mundo con decisión tras la parada obligada por la pandemia en busca de la “coinmunidad”. Nuestro compromiso individual se dirigirá entonces, para lograrla, a la práctica más desarrollada del mutualismo: “la protección mutua generalizada”, dado que vamos a compartir la conciencia de la inmunidad. En nuestro tiempo las vidas humanas están fuertemente interconectadas –aunque ahora no nos podamos acercar unos a otros, ni podamos tocarnos, abrazarnos o besarnos libremente sin el riesgo del contagio. Están en juego la solidaridad biológica y la coherencia jurídica y social. Y como el deseo de supervivencia es universal, ajeno a nacionalidades y etnias, en un futuro no muy lejano, piensa Sloterdijk, la competición por lograr la inmunidad será reemplazada por una nueva conciencia de comunidad, por un afán de cooperación, con la ecología como horizonte.

Las luchas políticas históricas de los pueblos por la independencia y la consecución de los derechos de los individuos han quedado trasnochadas “después de COVID-19”. Como ha puesto de manifiesto estos días la interacción entre médicos de todo el mundo, ha dejado de ser una utopía la construcción  de un “escudo universal” capaz de proteger a toda la comunidad humana. Tal vez veamos pronto a pensadores y políticos embarcados en la redacción de una “Declaración general de Dependencia Universal” que retrate la nueva situación. Instituciones tradicionales como el Estado, la Familia y la Monogamia parecen destinadas a formar parte necesaria del engranaje del escudo universal, frente a las afiladas críticas que sufrieron en Mayo del 68. Como Sloterdijk, me pregunto, no obstante, ¿dónde quedarán la libertad y la democracia en este mundo con vocación de seguridad?

Confieso que me gustaría poder escandalizar, incendiar las calles con los hechos dislocados que suscitan risa, exhibir otras máscaras diferentes a las quirúrgicas, entonar himnos a Dionisos y participar en un éxtasis cooperativo basado en el placer, como sucede en los momentos finales de El perfume, la primera novela del escritor alemán Patrick Süskind. Pero me temo que la incertidumbre se ha apoderado de modo perverso de la propia incertidumbre y ha teñido de seriedad todos nuestros actos –que ahora son reales, de verdad-. Podría parecer que he perdido el respeto hacia la proliferación de conductas abnegadas y admirables, aunque yo no veo aquí héroes sino buenos ciudadanos. Como afirmaba el 18 de mayo en una entrevista el lúcido escritor Eduardo Mendoza: “No hay épica; estamos esperando en casa a que pase el chaparrón, como animalitos que se esconden en la cáscara aguardando a que el mal se vaya”.

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Rafael Guardiola Iranzo

Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid, ha tratado de conciliar, desde entonces, sus dos hemisferios cerebrales, de acuerdo con sus intereses: de un lado, la Lógica, y de otro, la Estética y la reflexión sobre las artes. Profesor de Filosofía desde 1985, en Centros de Bachillerato y Secundaria de Madrid, Palma de Mallorca y Málaga, es el actual Presidente de la Asociación Andaluza de Filosofía, y tiene a gala ser miembro de la Sociedad Española de Filosofía Analítica y coordinar la Plataforma Malagueña en Defensa de la Filosofía. Ha organizado las siete ediciones de la Olimpiada Filosófica de Andalucía en colaboración con Antonio Sánchez Millán y la Final de la VI Olimpiada Filosófica de España en la ciudad de Málaga, una clara muestra, a su juicio, del papel social de la Filosofía y una valiosa cantera de pensadores críticos. Empeñado en que la Filosofía esté en el tejido de la vida cotidiana, colabora habitualmente en la sección de Opinión de “El Mirador de Churriana”, Diario Local del Distrito nº8 de Málaga, ciudad en la que trabaja desde 1994. Es, asimismo, coautor del libro Los Otros. Taller de Filosofía en torno al diálogo platónico Eutifrón (2019) y de traducciones de libros que están en sintonía con sus debilidades especulativas: Cornford, F.M. (1987). Principium sapientiae. Los orígenes del pensamiento filosófico griego. Madrid: Visor; Goodman, N. (1995). De la mente y otras materias. Madrid: Visor; Podro, M. (2001). Los historiadores del arte críticos. Madrid: Antonio Machado Libros; y Fried, M. (2004). Arte y objetualidad. Madrid: Antonio Machado Libros. Ha publicado artículos y reseñas en revistas como Revista de Occidente, Theoria, La balsa de la Medusa, Alfa, Sociedad, Café Montaigne y Filosofía para Niños, y participado en Proyectos de innovación Educativa y Grupos de Trabajo, auspiciados por la Junta de Andalucía. Su mayor mérito: haber recibido ya, por parte del Ayuntamiento de Málaga, un homenaje a su trayectoria como docente, sin haberse jubilado ni haber muerto.

Comments

  1. Antonio
    Antonio 7 junio, 2020, 20:08

    Lo irreal es real, viva la realidad-irrealidad frente a la individualidad

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  2. beste gutscheine
    beste gutscheine 19 junio, 2020, 05:26

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  3. Ignacio
    Ignacio 31 julio, 2020, 16:59

    ¿No seguirá persistiendo la frivolidad después de tanto frivolizar? ¿Tan idílicamente factible es construir un escudo común en este mundo egoísta individualista?

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    • Rafael Guardiola Iranzo
      Rafael Guardiola Iranzo 13 agosto, 2020, 14:01

      Coincido contigo en el potencial destructivo del individualismo posmoderno. La frivolidad es parte de su fachada más visible. Schopenhauer convirtió su pensamiento en una lucha sin cuartel frente al individualismo y nos recomienda la ascesis y la experiencia estética como lenitivos. En cualquier caso, aunque el gen egoísta sea dominante, el gen altruista es poderoso. El amor y el humor nos hacen libres. Muchas gracias por tus preguntas.

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