¿Quién soy yo?

¿Quién soy yo?

¿Quién soy yo? Podríamos pensar a primera vista que la inquietud humana contenida en esta pregunta es egocéntrica, que responde a una conciencia muy moderna y muy occidental, que el sujeto es un descubrimiento de aquí. Cambia la situación, si me doy cuenta de que lo que yo soy, ya lo soy, ya lo he sido siempre. Pero más cerca de casa, todavía, nos deja sentir que somos un algo más del universo, y que si todos formamos parte y venimos de ahí, todos somos ese universo. A través de esta perspectiva, no es tan difícil situar la envergadura de la pregunta “¿quién soy yo?” en la universalidad del anhelo humano por saberse y por ser, como todos los demás seres del aglomerado de partículas de galaxias y estrellas que nos compone y recompone continuadamente. Es tan universal la pregunta que la vida de todo ser humano se esmera sin apenas desfallecer, consciente e inconscientemente, por rondarla y agradarla. Yo mismo soy un caso particular de ti mismo. Seas joven o viejo, niño o adulto, mujer o varón, rico o pobre, más sabio o menos sabio.

Porque nos preguntamos ahora por nuestra esencia y no por nuestras cualidades, lo que somos de verdad, en el fondo de nosotros mismos. Imagina que somos como una lechuga: comienza a deshojarla, capa a capa, si llegas al cogollo, habrás llegado al centro desde donde se despliegan uno tras otro los niveles de tu conciencia personal. De este corazón sale todo lo demás. Te puedes quedar en la superficie, pero entonces ignoras el fondo oceánico, del que emergen y donde se anclan todas las olas; tus oleadas de entusiasmo y de tristeza, tu afán egoísta unas veces y más compasivo otras, tus carencias y tu plenitud, si eres paciente en el mirar. Mira adentro, comprenderás lo de fuera. Descubre la verdad. Retira por un momento la tapadera de la realidad sensorial y más densa para alcanzar la sutileza de la vida y la existencia. No te quedes en lo que te han dicho o en lo que has oído —presta más atención—, mira bien lo que somos. A cada momento, puedes hacerte esta pregunta: “Si yo no fuera todo eso, ¿seguiría siendo el que soy?”. Tú eres tu nombre, tu fecha de nacimiento y donde vives, pero sin ellos, ¿ya no serías tú? Tú eres tu cuerpo, pero si tuvieras otro cuerpo distinto, ¿no seguirías siendo tú mismo? Tú eres tu profesión, pero ¿sólo eso? Eres “trabajador, amable, buen compañero, juguetón y buen amigo, más nervioso o más tranquilo”, eres muchas cosas. ¿Sabrías distinguir lo más profundo de ti y no confundirlo con lo más aparente? Quizás lo más hondo sea lo más importante, más adelante en nuestras vidas.

Te copio una serie de respuestas posibles. De ellas, ¿cuáles te parecen que son más básicas, más esenciales? Aristóteles ya te previene para que no te quedes colgado de lo accidental (que puede darse, pero podría no darse: de este modo, ser humano es esencial, pero no ser blanco o negro de piel, que sería accidental). Yo soy: “bueno, amor, alguien que ayuda, capaz de resolver problemas, ordenado, sereno, listo, una persona, positivo, original, alguien que aprende, yo mismo, alguien que llega a ser, que tiene buen corazón, feliz, un ser vivo, de carne y hueso, diferente, alguien que se quiere a sí mismo, lo profundo de mi corazón”. Todas ellas son respuestas que te ofrecen —después de un trabajo filosófico— unos niños y niñas de entre 7 y 11 años, durante el desarrollo de unos recientes talleres de filosofía con ellos y con ellas, siguiendo la metodología de Óscar Brenifier.

Si te sorprende la hondura de algunas de sus conclusiones —que luego transformaron en algo más personal—, quizás debes preguntarte conmigo lo siguiente: ¿En qué momento y por qué motivo va perdiéndose esta capacidad de preguntar por nosotros mismos? En lugar de un pensamiento mecánico, más creativo, más conciencia y menos dejarme arrastrar por la corriente; en lugar de respuestas ya dadas, buscarlas, mis respuestas, no las que esperan de mí, acordes a la imagen que me voy formando de mí mismo, a base de creerme lo que otros me dicen —o muestran— que soy. Todos somos filósofos, puesto que buscamos saber para ser, entonces, ¿cuándo y de qué manera dejamos de filosofar? Algo de ello adviene cuando alejamos la vida de la filosofía, o bien, cuando desligamos la reflexión filosófica de la propia vida humana de cada uno de nosotros, que para el caso viene a ser lo mismo.

Imagen| Yo soy: Lo profundo de mi corazón (Irene, 8 años)

Categories: Pensar

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Antonio Sánchez Millán

Filósofo práctico y profesor del IES “Juan de la Cierva” de Vélez-Málaga (España). Autor del libro "Practicar la filosofía, los Cafés filosóficos y otras prácticas socráticas" (Editorial Alegoría, Sevilla, 2015), que es fruto de su experiencia organizando diversos Cafés filosóficos durante los últimos años. Otros libros de filosofía practicada: "Los Otros, taller de filosofía en torno al diálogo platónico Eutifrón" (coordinador, Ed. Algorfa, Marbella 2019) y "Filosofar es cosa de niños", (Ed. Algorfa, 2020). La mayor parte de sus intereses filosóficos actuales giran, entonces, alrededor de la Práctica filosófica, además de la integración del pensamiento de Oriente y Occidente, y la búsqueda interior y la vida buena. En el ámbito literario ha obtenido el accésit de poesía en el Certamen "Joaquín Lobato" 2018 y publicado en enero de 2019 el libro "Solatz" (Editorial Algorfa, Marbella). Otras publicaciones, sus proyectos y actividades pueden seguirse en el Blog: "Palestra de Filosofía"

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