Imagen | Marta Benito
Deucalión, hijo del titán Prometeo, y Pirra, su esposa, fueron los únicos supervivientes a la furia de Zeus quien, indignado por la violencia entre los humanos, desencadenó el diluvio en la tierra. Los sabios consejos de Prometeo, castigado eternamente por Zeus a que su hígado fuera creciendo de noche y devorado de día por águilas hambrientas mientras permanecía atado a un poste, hicieron posible que Deucalión y Pirra se salvaran de la ira divina refugiándose en un arca. Nueve días y nueve noches de oscuridad, fuertes vientos, lluvias intensas y crecidas de ríos y océanos soportaron los esposos hasta que cesó el castigo a la humanidad del que consiguieron salvarse. Tras el gran diluvio, Deucalión y Pirra, ante el altar de la diosa Temis, solicitaron consejo para posibilitar el renacer de la especie humana.1
Las llamadas de atención reiteradas que Zeus hizo a los humanos para que cesaran en su actitud de confrontación no fueron suficiente para que pusieran fin a la violencia intestina y la exterminación de la humanidad se impuso como única salida posible.
El egoísmo humano, propio de un afán desmedido por la supervivencia individual está por encima de la conservación de la especie y esta deriva, inexcusablemente, en la guerra de todos contra todos, en la violencia propia de una especie cuyo desarrollo cerebral parece estar ligado a la convivencia social más que a las condiciones mecánicas y ambientales. La racionalidad humana, esa que reivindicamos como peculiaridad que nos hace unos seres únicos y diferentes del resto de especies, se forjó en el contexto de las relaciones sociales, terreno fértil para el desarrollo de la perspicacia, la picardía o la mentira.2
¿Cómo organizarse en una sociedad donde la desconfianza prima y la violencia es la solución a los conflictos? ¿Cómo favorecer un entendimiento entre los eternos contendientes? ¿Enviar un diluvio y aniquilar a los humanos? ¿Establecer un marco de consenso general primigenio, una especie de “contrato social”? ¿Educar en el respeto y la no violencia?
En primera instancia, el castigo impuesto por Zeus podría entenderse como única solución posible o como la mejor de las soluciones para evitar el comportamiento inadecuado. Tanto es así que la tendencia a elegir el castigo se mantiene como una de las grandes soluciones ante comportamientos que se consideran antisociales o inmorales. Y parte de la educación de los más pequeños se basa, aún hoy, en el castigo. Pero el castigo, que más se asemeja a venganza que a otra cosa, no sólo genera en el castigado una sensación de impotencia, sino que es el germen de la rebeldía. En el caso de nuestro mito, Prometeo es el alabado rebelde que alerta a Deucalión de la intención de Zeus y hace posible, con ello, la salvación de la humanidad y, en consecuencia, anula el objetivo del castigo.3
En segundo lugar, las teorías del contrato social, cuyo desarrollo se produjo en la Edad Moderna de la mano de Locke, Rousseau o Hobbes, teorizan sobre el inicio de la organización social exponiendo que esta surge a partir de un consenso inicial en el que se cede parte de la libertad en favor del Estado. Así, la libertad de acción política individual se cede en favor de quienes gobiernan que se erigen como garantes de los derechos sociales y, en consecuencia, defensores de la buena convivencia. La reformulación y actualización de las teorías del contrato que hace el filósofo norteamericano J. Rawls en la década de los 70 parecen servir como alternativa más viable y aceptable para quienes se sienten lejos de ese supuesto primer contrato social y que sienten que sus derechos individuales les son tan propios como su vida. El planteamiento de Rawls, quien propone una situación de ignorancia radical (“velo de la ignorancia”) que hace imposible saber qué situaciones de injusticia posibles deparará el destino a cada cual, genera una sensación de inseguridad sobre el futuro, y una apelación al egoísmo y a la supervivencia, que recurre a lo más íntimo del individuo y favorece la cesión voluntaria de algunas libertades en favor de la defensa y fundamentación universal de algunos derechos. Pero ¿Cómo convencer a quienes se sienten “los elegidos”4 para renunciar a su libertad y a sus derechos egoístas en favor del bien común? Resulta complicado, casi imposible.
El mejor de los mecanismos para el control, sea este individual o social, es aquel que no se nota, el que se ejerce con sutileza y cala en el individuo como un chirimiri fino. Los mitos, ese relato “tradicional que evoca la actuación memorable y paradigmática de unos personajes excepcionales (dioses y héroes) en un tiempo prestigioso y lejano”5 , no sólo sirven como explicación del mundo en derredor sino también como chirimiri moral capaz de favorecer el autocontrol y la autogestión de la conducta en favor de la vida en comunidad. El sentido de los mitos no radica sólo en otorgar un orden al caos inicial de la existencia humana otorgando explicaciones, más o menos acertadas o plausibles, a cuanto hay y sucede sino que, pretendiéndolo o no, favorecen el control (el autocontrol) de las sociedades ofreciendo una justificación de las normas morales y sociales que regulan a los individuos y a los grupos.6 Platón intuyó el poder de los mitos como ejemplo para la conducta humana y dado que en los mismos se relataba la vida disoluta y escasamente ejemplarizante de los dioses consideró expulsar a los poetas (narradores de mitos) de su ciudad ideal y sustituir a los dioses inmorales por Ideas ejemplares, iconos eternos del Bien.
El Logos se consolidó como el nuevo relato y así los dioses se transformaron en Ideas y la creencia en narraciones fantásticas dio paso a la defensa a ultranza de las facultades racionales humanas. El inicio de la filosofía, conocido como “Paso del Mito al Logos”, parecía marcar una nueva era, la del imperio de la razón frente al que fuera el imperio de la emoción, de los dioses y los héroes: el tiempo de los mitos.
Sin embargo, pese a considerarse relatos casi infantiles, propios de tiempos en los que la racionalidad humana aún estaba “en pañales”, Platón utilizó algunos mitos en sus Diálogos. De entre ellos cabe destacar el archiconocido “Mito de la caverna”7 una alegoría en la que, precisamente, Platón narra cómo alcanzar el mundo de la realidad absoluta y objetiva, el Mundo de las Ideas, un mundo escasamente ligado a los mundos mitológicos (según Platón).
Si bien podría parecer que el tiempo de los mitos quedó atrás, los nuevos tiempos también tienen sus mitos y sus dioses, adaptados a una nueva ciudadanía y a unos nuevos requerimientos sociales, pero con la misma función moralizante sutil y ejemplarizante de los mitos antiguos. Los nuevos dioses también son protagonistas de relatos, pero ya no viven en el Olimpo sino entre nosotros. Los nuevos dioses se consolidan como Ideas eternas8 en las portadas de las revistas o en los titulares de periódicos y su imagen se va colando, poco a poco, con sutileza y, por supuesto, con nuestro permiso, en nuestras mentes. Los nuevos dioses son personas que encarnan los valores que las nuevas sociedades pretenden de los individuos que las constituyen: belleza, éxito, coraje, riqueza, … Los nuevos dioses se llaman Steve Jobs, Bill Gates, Jeff Bezos o los ídolos del deporte: Cristiano Ronaldo o Messi. Multimillonarios que parecen haberse hecho a sí mismos y que se erigen como el modelo a seguir.
El mito moderno por excelencia es el del éxito y la felicidad y la idea subyacente es la de que está en nuestras manos alcanzarlo todo tal como nuestros nuevos dioses lo alcanzaron. Los nuevos mitos aciertan plenamente en las debilidades humanas: el egoísmo y la reivindicación de libertad, haciendo innecesario el castigo o la cesión de derechos porque es el propio individuo quien se autocastiga si no se acerca, aunque sea un poco, al tipo de vida que sus nuevos dioses encarnan. Ya no son precisos Prometeos dispuestos a librarnos de la furia divina porque la furia es interna y se traduce en sentimiento de inferioridad o de fracaso, ansiedad o depresión. Sentimientos que invalidan al individuo para la rebelión prometeica y lo convierten en un ser manso y autodisciplinado.
El mundo de lo simbólico se cuela, poco a poco y sin que nos demos cuenta, entre las grietas de la fortaleza racional y, como si de detergente se tratara, limpia concienzudamente el desorden de nuestra conducta conformando un nuevo orden, de corte moral, que no resulta coercitivo sino autoimpuesto. Los mitos antiguos consolidaron como grandes modelos de conducta a los héroes como Ulises o Aquiles o a los titanes como Prometeo, seres casi divinos, semiperfectos, capaces de afrontar adversidades y enfrentarse a las injusticias de los dioses; modelos humanos de justicia y rectitud moral útiles para sublimar los instintos de la mente maquiavélica propia del ser humano. Los mitos modernos prescinden de dioses sobrenaturales y, en consecuencia, también de los castigos ejemplarizantes que estos infringían a la humanidad por sus inmoralidades y convierten al individuo en dueño de sí mismo y su destino a la vez que ejecutor y víctima del castigo por no alcanzar las virtudes de los nuevos héroes, los que alcanzaron la abundancia económica y una supuesta felicidad (el nuevo Bien platónico).
El lenguaje, decía Aristóteles, es una condición de nuestra sociabilidad. Me atrevo a invertir el orden aristotélico y afirmar que es la sociabilidad la que precisa de un lenguaje capaz de sustentarla y ese lenguaje no es sino el lenguaje simbólico de los mitos.
Leer más en HomoNoSapiens| Monográfico El poder del mito
1 El mito de Deucalión y Pirra, muy similar al de Noé, lo recoge el poeta Publio Ovidio Nasón (43 a.C.- 17 d. C.) en su obra “Metamorfosis”
2En 1982, Francis de Waal introdujo el concepto de inteligencia maquiavélica en su trabajo Chimpanzee politics. El investigador holandés supuso que existía una interacción entre sociedad y desarrollo de la inteligencia y que los individuos con más habilidades sociales, ligadas estas a la picardía o la mentira, sobrevivían mejor en un contexto social.
3 ¿Sería este el objetivo del mito, evidenciar la inutilidad del castigo como estrategia para erradicar problemas y ofrecer soluciones o mostrar, sutilmente, la obligatoriedad de rebelarse contra castigos desmesurados e injustos?
4 Me refiero a quienes se autoproclaman superiores a la mayoría de sus congéneres por haber alcanzado una posición socioeconómica privilegiada que consideran ajena a los beneficios externos y defienden como su territorio. O a quienes se sienten superiores moralmente y creen firmemente que todo lo que poseen les pertenece por mérito propio o porque un ser superior les ha premiado su conducta. Este tipo de individuo nunca cedería a la situación de ignorancia que supone Rawls pues sintiéndose privilegiados per se considerarían que el futuro les pertenece de la misma manera que les pertenece el presente y les perteneció el pasado.
5 GARCÍA GUAL, Carlos (2014) “Historia mínima de la mitología” Madrid. Turner Publicaciones S.L.
6 En este punto defiendo la misma postura del Funcionalismo representado por el antropólogo B. Malinowski.
7 El “Mito de la caverna” se recoge en el Libro VII del Diálogo “República”
8 Hago referencia al concepto platónico de Idea.