Imagen| Rafael Guardiola Iranzo
Una de las virtudes del libro Filosofía para la felicidad. Del superhombre a Dios[1] es la enésima resurrección de Aristóteles. Otra, la toma de conciencia de que Nietzsche no ha muerto, como le gustaría a Dios. El carácter dialéctico de lo real de Hegel o la condena a la libertad de nuestra humana condición que proclama Sartre también forman parte de su virtuoso y sólido entramado conceptual. Aunque, tal vez, quien se sienta más agradecido sea el presocrático Parménides de Elea, al recibir por fin el reconocimiento a toda su trayectoria, sin huecos ni fisuras, por abrirnos los ojos al sentenciar que “el ser es y el no ser no es”. El artífice de este hábil ejercicio de inteligente necrofilia filosófica es el profesor sevillano Manuel Calvo Jiménez, conocido en el ciberespacio como “El Logos Feroz”.
Manuel Calvo escribe como habla y habla como escribe, con claridad, agilidad, humor y osadía. Es la mejor forma de contribuir al difícil género de la divulgación filosófica y científica, y de suscitar la reflexión en el lector. No es de extrañar que Manuel Pimentel, editor y prologuista, se atreva a calificar este libro de “nuevo clásico”. En Unas lecciones de metafísica[2], Ortega y Gasset emplea ese tono cercano que hace fáciles las cosas intrincadas y nos anima a “reparar en” aquello con lo que habitualmente “contamos”, con la esperanza de que logremos, gracias a ello, nuestra “orientación radical en el mundo”. El libro de Manuel Calvo es una buena brújula, un texto clarificador para todos aquellos que se inician en la Filosofía y para evitar el sueño de la Razón, ese sueño que produce monstruos.
Lejos de eludir la metafísica, a la que muchos desdeñamos habitualmente como poesía conceptual, el profesor Calvo se atreve a afirmar su confluencia con la ciencia contemporánea. Como afirmara Kant, tres son los grandes temas de la metafísica occidental: el mundo, el alma y Dios. Manuel Calvo sigue este orden al practicar su cirugía, haciendo profundas incisiones y cerrando el corpus aristotelicum con acertados puntos de sutura de raíces nietzscheanas. Es éste el itinerario del pensamiento griego de Platón y Aristóteles, que va de la physis a la polis y nos sitúa finalmente ante la divinidad. En el pensamiento de la Edad Media este recorrido comienza en Dios, continúa en el alma y termina en el mundo natural. El pensamiento moderno que abandera Descartes prefirió situarse inicialmente en el yo, para intentar luego desentrañar la naturaleza de Dios y la del mundo de las cosas dotadas de largo, ancho y profundidad.
El hilo conductor del libro es la búsqueda de la felicidad. Es ésta una meta inalcanzable y escurridiza como nuestros deseos si no somos capaces de desprendernos de nuestros prejuicios y falsas limitaciones, o lo que es lo mismo, si no reconocemos que “somos constitutivamente ya superhombres”. No se trata de responder a la consigna posmoderna que nos obliga a ser felices, a sufrir su tiranía para acceder a nuestra identidad individual y colectiva, sino a perseguir ferozmente la excelencia, gracias al logos, a los conceptos, juicios y razonamientos de la filosofía y de la ciencia. Para Aristóteles, la vida está plagada de potencias, de posibilidades, que pueden actualizarse o llevarse a cabo con el paso del tiempo y aspirar a lo máximo. Y la felicidad es un estado de plenitud, de realización total de las posibilidades que podemos alcanzar todos los seres dotados de alma, es decir, de vida. En los humanos podemos descubrir los tres tipos de alma: vegetativa, sensitiva y racional. Por su parte, una planta carnívora tiene alma vegetativa y una mantis religiosa, alma sensitiva y vegetativa. Por tanto, para que Donald Trump alcance la felicidad deberá lograr su excelencia vegetativa, es decir, la plena actualización de la nutrición, el crecimiento y la reproducción, así como el máximo despliegue sensitivo (disfrute del placer, evitación del dolor, desarrollo del instinto de huida, de la capacidad para adoptar movimientos complejos, para liberar pulsiones y coordinar sensaciones, entre otras cosas). Pero lo que hará que tenga una “vida buena” es, sobre todo, el desarrollo de su racionalidad y con ello, el logro de la sabiduría. Todo el mundo sabe que Donald Trump tiene a su alcance la sensibilidad, la virtud y la sabiduría, rasgos inequívocos de la super-humanidad que caracteriza a los humanos felices. Pero no basta la sabiduría a nivel teórico que proporciona el conocimiento de ideas –lo que defiende Platón, entre otros-, sino que tenemos que ser capaces de poner en práctica dichos conocimientos desarrollando virtudes o “hábitos” ajustados a ese fin (que establecen el punto medio entre dos extremos o vicios), y lograr el desarrollo cabal de nuestras tres almas.
En cualquier caso, para acceder a la metafísica debemos subir por la escalera de la física, de la física cuántica y “del Big-Bang a los agujeros negros”, de la biología y de la psicología. El profesor Calvo nos propone alejarnos de los agoreros que pregonan la muerte de la filosofía. La ciencia ha estado unida a la filosofía occidental desde sus orígenes y bueno es reconciliar sus caminos, divergentes desde el siglo XVIII, en muchos casos, tras la sentencia kantiana de la imposibilidad de acceder científicamente al conocimiento del mundo, del alma y de Dios, y la puntilla del relativismo posmoderno contemporáneo. La perspectiva totalizadora del filósofo es todavía necesaria para otear el sentido de la existencia y poder interpretar lo real porque “los meros datos científicos no dan la sabiduría”. La admiración, el asombro y la perplejidad son nuestros mejores aliados para trascender el punto de vista del “ser humano normal”, es decir, del que “piensa lo que se piensa y hace lo que se hace”, como es el caso de los nobles que, en ausencia de Ulises, cortejan a Penélope en la Odisea. Y no hay que olvidar que la filosofía nos ayuda a ordenar lo real en tres esferas: física, biológica y psicológica, así como a formular claramente tres grandes enigmas: ¿por qué hay mundo?, ¿por qué hay vida? y ¿por qué hay consciencia?
La voluntad de poder de la que habla Nietzsche es, según Manuel Calvo, la clave para la respuesta a tan enjundiosas preguntas. Es una especie de energía interior o potencia aristotélica, un simulacro metafísico y no trascendente acertado para lograr la ansiada interpretación del mundo y nuestra orientación radical. Es una realidad dinámica que se expresa en cuantos de fuerza y aúna pulsión, conocimiento y valoración: un deseo insaciable de mostrar y de realizar el poder, una capacidad o fuerza universal para aspirar a más, crecer, intensificarse y dominar, más allá de la autoconservación. Es, ante todo, la propia afirmación de la vida y la proyección de todo aquello que favorece el despliegue de la vida. De este modo, el Big-Ban podría surgir de la voluntad de poder, de una “fuerza arrolladora y expansiva”. Posteriormente, la materia que se expande por el espacio-tiempo, en su “deseo de vivir”, da origen a la vida y, por último, quiere “ser consciente”. La voluntad de poder se manifiesta en nuestra dimensión física tanto como le sucede a una estrella, nos invita a evitar la muerte, a reproducirnos, a vivir “más y mejor” en la medida que somos seres biológicos, y como seres conscientes, debemos dar rienda suelta a nuestra creatividad, libres y felices.
Por tanto, si nos dejan elegir, todos queremos ser héroes homéricos como Ulises, poderosos, magos de la palabra, guerreros y prudentes al mismo tiempo, así como seres sensibles y apasionados. Manuel Calvo nos anima a ser más que humanos, a ser “divinales”, a derrochar súper-humanidad “desde casa” como el superhombre de Nietzsche, un ser plenamente libre, creador de sus propios valores y dominador de su existencia, que encarna y expresa la “voluntad de poder”. Frente a la gran mentira que encarnan las religiones y las ideologías –porque nos hacen sufrir y odiar la vida, fundamentalmente- conviene aceptar los avatares de la existencia, con sus alegrías y sus penas, de forma consciente y valiente, porque es “lo único sagrado que tenemos”. Y hay que derribar, consecuentemente, los muros de la ética establecida de la falsa humildad con una filosofía feroz que nos lleve de la potencia al acto, “del sufrimiento al placer”, “de la culpa al orgullo”, de la esclavitud propia de los animales de rebaño a erigirnos en señores de nuestro destino, auténticos dioses y padres de dioses. Sólo así, combatiendo con uñas y dientes, podremos librarnos de la estupidez y disfrutar de nuestra merecida excelencia.
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[1]Calvo Jiménez, Manuel, Filosofía para la felicidad. Del Superhombre a Dios, Córdoba, Almuzara, 2016.
[2]Ortega y Gasset, José, Unas lecciones de metafísica, Madrid, Revista de Occidente, 1974.