Imagen |Rebeca Madrid
A veces me pregunto por qué no nos santiguamos al entrar a una librería. Tengo la sensación de que, al salir, lo hacemos completamente bendecidos. Así conocí a Sibila, aplastada entre las letras del libro que, sin saber muy bien cómo, acababa de comprar. Hacía escasos días que había comenzado una nueva etapa en mi vida, mi primera experiencia laboral. Desde mi casa al trabajo tenía 50 minutos en metro, pero cada mañana me aferraba a Sibila a falta de ningún otro sitio en el que apoyar mi cuerpo y, sobre todo, mi mente. Aquella librera sabía lo que se hacía —está claro, God is a woman— y en un acto de divina providencia me recomendó el ensayo de Remedios Zafra, cuya Sibila, como era de esperar, conocía mi futuro.
«El entusiasmo—leí. Parecía un libro de autoayuda—. Precariedad y trabajo creativo en la era digital». La primera bofetada de Remedios. Y sí, fue una bofetada, un primer golpe de realidad: «precariedad y trabajo creativo». Solo había mirado la portada y ya me parecía un sintagma indisoluble. Durante dos meses, Sibila me acompañó en mi trayecto de ida, solo en el de ida, porque al salir de trabajar sentía la necesidad de observar la actitud de las personas, objetos de carne y hueso que, afortunadamente, no devolvían iluminación led.
Con avidez pasaba las páginas y, a falta de un lapicero, doblaba las esquinas de las páginas que me interesaban. Hoy está completamente curvado, no queda una sin doblar. «Los entusiastas hoy están hechos de sueños y expectativas siempre en conflicto, frente y dentro de las pantallas». Mi parada, Sibila tengo que dejarte, deséame suerte en mi primer día.
A pesar de haber empezado a trabajar, continuaba estudiando. Tenía por delante varios cursos de herramientas ofimáticas que me harían una profesional más competente. Además, me permitían desarrollar toda la creatividad que llevaba dentro sin necesidad de la pausa imposible en este frenético desarrollo. «Sibila tiene aspiraciones creativas y pocos recursos». Vaya, pobre Sibila. Bueno, me sentía afortunada, no era mi caso. Nunca tuve problema en casa. Los estudios, de todos los tipos, siempre han ido por delante.
«Solos y conectados, me parece que lo que caracteriza a los entusiastas no es solo el individualismo inducido por la competencia feroz y la conformación de nuestras vidas frente a las pantallas, sino la aceleración del péndulo que estimula a pasar más rápidamente de la presión ante la expectativa a la resignación que desmoviliza». En ese momento cerré el libro, tenía que hacer trasbordo. Miré el correo en el móvil. Otro mensaje informativo: tampoco me habían cogido en esa beca. Qué desidia, invertía más tiempo en adjuntar méritos que en leer las convocatorias. Pero, en fin, ahí llegaba mi segundo tren, aún tenía 20 minutos hasta el trabajo en compañía de Sibila. «Rotos los lazos, cínico el sistema, obligados a competir, las redes de apoyo, solidaridad y denuncia de los trabajadores enferman y se desarman, caen de las manos. […] los lazos entre iguales se fracturan». En realidad, estaba leyendo en diagonal sin prestar atención. ¿Qué tenía esa persona que no tenía yo? ¿Qué más hacía falta para una beca? ¿Cómo era posible que personas que superaban la treintena todavía pugnaran por una?
Durante el fin de semana aprovechaba la vida de la ciudad. Muchos amigos de diferentes lugares se habían venido a la capital a probar suerte en sus esferas. Bailarines, cineastas, actores, diseñadores, artistas. Quedábamos todos en la calle principal, donde estaban las tiendas de ropa en las que trabajan 40 horas a la semana por menos de 900€. Suerte que yo todavía tengo abono joven de transporte. Ahí viene el metro. «La temporalidad y precariedad de los trabajos que dan dinero contrasta con los que proporcionan placer y/o emancipación se valen del entusiasmo para sostener una red de trabajadores en condiciones de gran vulnerabilidad».
Viajar con Sibila me parecía estimulante. Ella siempre tenía historias que contarme de cómo había sido su vida, a cuántas puertas había llamado y qué pocas le habían abierto. Siempre con una sonrisa, siempre dispuesta a todo, siempre con ganas de aprender sin esperar nada más a cambio. Sibila. Sibila. Sibila. Ella ya solo buscaba hacer visible su nombre, su nombre de mujer. «La disponibilidad permanente de conexión enciende un escenario entusiasta donde poder amplificar los fragmentos y registros que nos traducen al otro. «Ver más», «escuchar más», «sentir más», es parte del ansia de todo deseo». Yo quería más de Sibila y de ti, y también de ti.
De nuevo lunes, siete y media de la mañana. El vagón apesta. «Hay lugares o momentos en los que podemos permitirnos ser más sinceros, no necesariamente más enteros, pues la sinceridad con frecuencia nos hace fragmentarnos y contradecirnos. La intimidad acontece allí donde sentimos no tener que rendir cuentas ni responder a ninguna expectativa». Empezaba a estar cansada de Sibila, que sabía siempre todo. ¿Quién estaba leyendo a quién? Pensaba que andaba en el camino de conocer toda su vida y, sin embargo, no hacía más que trenzar los hilos de mi destino construyéndolo a su imagen y semejanza.
Por fin había acabado el libro, no sin cierto amargor. Me parecía pura ironía. Como acostumbraba, abrí el ordenador dispuesta a contar las bofetadas de Zafra. «Los sujetos podemos ser más sinceros cuando no existe expectativa sobre nosotros que nos ubique en lo que los demás esperan. […] En la soledad online sin embargo no hay presión ajena, solo la propia. La posibilidad de hacer y ser sin exigencia libera al sujeto, hace caer máscaras cotidianas…». Era mi momento, estaba harta de Sibila. ¿Quién era? ¿Por qué cuando me hablaba hacía budú conmigo?
Y entonces lo entendí todo. Sibila eras tú corriendo a tus prácticas no remuneradas. Sibila eras tú diseñando gratis una maqueta para una revista porque iban a poner tu nombre. Sibila también eras tú acabando anoche el tercer curso online de programación. Sibila eras tú aprovechando el trayecto en metro para mirar hacia dentro, aunque tus ojos apuntaran para fuera.
Sibila y Remedios son nudos de una red. Esta red rota que necesita el remiendo de la mujer del pescador, sentada en el suelo, que hila con metal, con el más fuerte y que al acabar, ha puesto un parche en el que está escrito «sororidad». Y han venido dos mujeres a contármelo. A contarme a mí, qué me está pasando en este mundo. Y fíjate, que ironía, tampoco me han dado ninguna solución. Sibila y Remedios son no lugares, un escenario en el que hacer manifiesto el conocimiento a una misma, sin el peso de nuestros orígenes. Y ante esto, Necesidad de la ironía (Valeriano Bozal): intervenir en un debate inexistente, he ahí la paradoja, provocarlo con tal intervención, esa es la esperanza.
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