Imagen|Paula Sánchez Calvo
Sobre los Millennials se ha dicho mucho: que somos una generación híper-conectada y con altos valores sociales y éticos, que vivimos atrapados entre lo viejo y lo nuevo, que somos el colectivo de los sueños rotos, la generación del yo-yo-yo, y así un sinfín de atributos y consignas que pretenden determinar nuestro desarrollo personal.
Supongo que es cierto que somos una generación que, como todas las demás, transita entre los antiguos estándares y patrones repetidos durante años e inculcados como símbolo de bienestar y la búsqueda del camino propio. Una nueva lucha por alcanzar la felicidad, la realización personal y la comodidad de un buen puesto de trabajo que nos permita construir nuestra propia vida, pero ¿es de verdad tan nuestra esa vida?
Desde que nacemos estamos influenciados por una cantidad inmensa de factores que van conformando nuestra personalidad y nos hacen “válidos” para el sistema imperante: aprendemos cómo debemos vestirnos, peinarnos, hablar, bailar, follar, qué música es la más aceptada o qué libros hay que leer.
Se nos enseñó también que, si estudiábamos y nos esforzábamos por tener una carrera, una etiqueta que nos catalogase dentro de la sociedad y dejase claro qué se podía esperar de nosotros, todo sería mucho más sencillo.
Asumimos que tener un título, o muchos a poder ser, sería sinónimo de trabajo, que nos traería un puesto preferiblemente indefinido y relacionado con aquello que habíamos estudiado. Llegaría entonces la tan ansiada seguridad, que nos han vendido como básica y necesaria a la hora de alcanzar la felicidad.
De lo que no nos hablaron tanto fue de nuestros derechos, de lo importante que es conocerlos y de lo difícil que nos iba a resultar alzar la voz en un sistema en el que la precariedad laboral está más que asumida y reclamar lo que es tuyo se penaliza.
Dejando el plano laboral a un lado, nos ha quedado también muy claro que es igual de importante que centremos esfuerzos en encontrar a una persona -preferiblemente del sexo opuesto, con títulos, un aspecto normativo y que lo tenga todo muy clarito- que nos quiera y se case con nosotros para, más tarde, tener hijos y ser inmensamente felices.
¿No? ¿No ha funcionado? Debe ser problema tuyo…
Voy a cumplir 27 años, he seguido las normas del juego (más bien me he chocado contra ellas en innumerables ocasiones hasta que he conseguido parecer lo suficientemente normal como para que no me expulsaran de la vida), me he marcado un “fake it till you make it” -nótese mi millennialismo en esta frase- como la Catedral de León, pero no funciona.
Tengo la carrera, el trabajo, tenía el novio y la casa, los planes de futuro, la etiqueta pegada en mi frente y un máster por llegar, lo único que faltaba en la ecuación, era yo.
Cuando has hecho todo lo que supuestamente debías hacer y aún así no eres feliz, cuando realmente ya no sabes ni quién eres porque te has vendido tantas veces para encajar en el sistema que has ido poniendo parche sobre parche encima de tus verdaderas ideas, tus sueños poco normativos, tus gustos incoherentes e inconexos, tus ataques de risa en los momentos menos oportunos, todo eso para dejar de sentir que no formas parte, entonces te pierdes a ti misma y te encuentras en medio de un caos de ideas, planes y consignas con las que te identificas cada vez menos.
Nos paseamos entonces entre los antiguos estándares, aquellos que nuestros padres tanto se esforzaron por alcanzar y que consideraban que nos garantizarían el bienestar, y aquello que está por llegar, que es desconocido y peligroso porque no es estable, porque no ha sido probado, pero que probablemente nos permita vivir la vida que queremos de verdad, vivirnos a nosotros. Somos personas que compran sus entradas por internet pero las imprime en papel porque tienen miedo de que la tecnología les falle, porque así es, tenemos miedo de que algo falle y no salga como estaba planeado, de que los pasos que tenemos que seguir se tuerzan lo suficiente como para convertirnos en seres no-aptos. Miedo a ser, sin más.
No quiero decir con este texto que desear una carrera, un trabajo estable, una boda y muchos hijos, sea algo negativo. Me parece fantástico siempre que esa pulsión nazca de un deseo sincero que tenga que ver contigo y no con la necesidad de entrar en la caja.
Pero ¿qué pasa con aquellos que nos hemos dado cuenta tras tanto ensayo-error de que no es lo que queremos, de que todas esas consignas no nos funcionan y lo que realmente deseamos se aleja bastante de lo que conocemos?
¿Qué haces cuando necesitas un cambio pero no sabes por dónde empezar? Cuando quieres hacer algo nuevo pero no tienes ni idea de cómo juntar las piezas para que funcione. Buscas ejemplos, referentes, historias con las que podamos identificarnos, personas que nos recuerden algo a nosotros mismos y nuestras ideas “desencajadas”.
De esta necesidad nace “Mierdennial”, un proyecto que comienza por una serie de entrevistas a personas valientes que han hecho de su diferencia, de su pasión o dificultad por encajar, un estilo de vida, una forma de supervivencia o, sencillamente, se han lanzado a hacer lo que más les gustaba, ni más ni menos. Historias reales que quizá nos conecten un poquito más con nosotros mismos y nuestros sueños, pero sobre todo, historias que nos abran la mente y nos quiten, al menos, un poco de miedo.
Leer más en Homonosapiens|La importancia de lo diferente
En uno de los laterales del Valle-Inclán, en pleno barrio más cool del mundo, han pintado un mural con una frase de Galenao: «Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos». Al margen de lo tautológico de la afirmación, me parece paradigmático que haya aparecido ahí y ahora. Somos conscientes hoy más que nunca de que nuestros deseos no son enteramente nuestros, sino que vienen determinados por el ambiente en el que crecemos, por las expectativas que los demás (aunque, más cruelmente, nosotros mismos) nos imponen/imponemos. Y me parece que la contestación a esto, el desafío a estas expectativas, la búsqueda de una voz, sí que es una característica generacional digna de que nos represente. ¡Arriba los millenials!
Totalmente de acuerdo, ¡arriba los millenials!
<3
¡Gracias, José! Me encanta esa característica que apuntas como nuestra, estoy de acuerdo 🙂
Ciertamente la dificultad de un ser humano es localizar esa identidad que defina tu realidad como persona no alienada a estereotipos que, normalmente, responden a vínculos y criterios diferentes a los tuyos, pero que te inducen, consciente o inconscientemente, a creer que es eso lo que debes hacer. Ser uno mismo, asumiendo las consecuencias de las respuestas que demos en cada momento, es como sentirte libre, ser libre, vivir con la libertad de ser tú mismo con tus valores y limitaciones, pero tú. Ser persona y sentirte que lo eres es la grandeza del ser humano. Éste, creo, ha sido y es el reto a superar cuando tenemos que afrontar el desarrollo de la individualidad en busca de la felicidad. Enhorabuena Gabriela por tu proyecto, un proyecto cargado de humanidad.
Muy buen artículo y estupenda idea la de contar historias diferentes,sin príncipes azules ni princesas rosita, con personas que rompen su guión y se aventuran, unos días con más fino y otros con menos,al abismo desconocido q es la vida. El éxito nunca está asegurado xo encontrarse con uno mismo siempre merece la pena.
Mierdennials,mierdennials…