Imagen |Iñaki Bellver
El lector contorsionista cuando actúa dentro del circo se hace llamar Contini y parece italiano, pero en realidad se apellida Conte y nació en algún paraje de la provincia de Badajoz. Su ayudante es un hombre tosco cuyo nombre ni siquiera vamos a poner aquí, y más que ayudar a Contini, lo que hace es acrecentar sus dificultades, pues, por no saber, ni siquiera sabe el momento exacto en el que debe pasar la página del libro, y entonces Contini tiene que interrumpir la lectura mediante una tos significativa que el ayudante toma por una tos verdadera, hasta que el artista grita enfadado: ¡Pasa la página de una vez!, con lo que el mal humor tiñe de oscuro las próximas diez o doce líneas, tal vez las más decisivas del capítulo.
La misión del ayudante es sujetar el libro a Contini cuando, debido a la posición que adopta durante los diarios entrenamientos, el uso de sus manos le está vedado. Las articulaciones de Contini (también las de Conte, allá en la dehesa) rotan entre sí con tal facilidad que le permiten adoptar las posturas más inverosímiles. ¿Cómo leer entonces? Porque su pasión, aquello que le hace seguir vivo, es el estudio. Su oficio en el circo es un simple modo de vida, el más cómodo que ha podido elegir (teniendo en cuenta sus particularidades anatómicas). Pero también exige su tributo: varias horas de duro entrenamiento para verter sus huesos sobre los moldes en los que luego, delante de los focos, tendrá que alojarlos para regocijo de los espectadores. Mucho tiempo lejos de la mesa de estudio (desde donde se escucha el barrito de los elefantes). Y la necesidad de contratar a un ayudante que le sujete el libro.
Pero el ayudante es un hombre tosco, ya lo hemos dicho, y se distrae con cualquier cosa. Además en el fondo odia a Contini, pues no es capaz de entender esa pasión por la lectura en una persona que sin ella ganaría la misma cantidad de dinero (o incluso puede que más). Así que el libro se le mueve al ayudante entre las manos más de la cuenta, obligando a Contini a llevar aún más al extremo su ya de por sí difícil postura; a veces lo aleja a distancias que la miopía del contorsionista no es capaz de recorrer, o bien lo acerca tanto que le roza la punta de la nariz; y, sobre todo, se niega a pasar la página en el momento en que ha de hacerlo, lo que arrastra consigo toses significativas y, al final, voces y gritos. Las broncas entre Contini y su ayudante son continuas, y a menudo asustan hasta a los mismísimos elefantes, que creyéndose de nuevo en la jungla barritan con crecida furia; a veces, en medio de una de esas discusiones, y obcecado por la rabia, Contini tarda en advertir que uno de sus pies se le ha colocado justo detrás de la oreja, y entonces los gritos del contorsionista al ayudante y las réplicas del ayudante al contorsionista despiertan de su plácido sueño a los leones.
Al final, muchas veces, Contini se hace un nudo, y el ayudante se ríe y tarda mucho en desatarlo.
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