Monográfico 1-O: enamorados de un relato

Monográfico 1-O: enamorados de un relato

Imagen| Craneo Prisma

Érase una vez unos políticos que se habían enamorado de un relato que se contaban entre ellos y acabaron difundiéndolo entre la ciudadanía con notable éxito. El relato narra que el President de la Generalitat de Catalunya será el libertador de su patria de las garras de un Estado que les maltrata política y económicamente. En la historia reciente, le  ha ocurrido a Artur Mas, luego a Carles Puigdemont y no es imposible que algún día le suceda lo mismo a Oriol Junqueras.

Todo parece indicar que el proceso de votar para someter a la voluntad de los ciudadanos la independencia de Catalunya es un fenómeno imparable. No sabemos con qué legitimidad y legalidad, pero sucederá el 1 de octubre de 2017 y tampoco cabe descartar futuros intentos en otras fechas, porque ese enamoramiento es bien contagioso y en el Parlament pocos se resisten al hechizo de ser el salvador de Catalunya.

Tengo a mano análisis y valoraciones esclarecedoras de historiadores e intelectuales que han abordado estas cuestiones. Pero a cierta edad conviene pensar por sí mismo, aunque ese “sí mismo” sea inevitablemente por medio de otros. En primer lugar, si solo se tratara de una cuestión económica, no sé por qué no realizan y publican las previsiones para comprobar si realmente el Estado de España les maltrata. Sospecho que las instituciones catalanas solo contratarán a los economistas y matemáticos que hayan tomado una postura firme antes de hacer los cálculos. Si no salen las cuentas según su voluntad, carecerán de valor los resultados. Aunque se trate de números. “No hay ciencia sin presupuestos”, decía un agudo pensador, y en no pocas ocasiones esos presupuestos son ideológicos: esto es, los caminos de la investigación científica están condicionados por una ideología de fondo.

Los partidarios de la independencia de Cataluña recurren con frecuencia al denominado derecho a la autodeterminación que, si no me equivoco, lo infieren por analogía de uno de los sentidos de la libertad personal. Es decir, una persona tiene derecho a autodeterminarse, a desarrollar su particular proyecto de vida. Pero olvidan que esa autodeterminación es siempre dentro de unos límites. Evidentemente, no es lo mismo lo privado que lo público. Y esos límites los trazan, entre tanto, las leyes que nos hemos ido dando entre todos. Por lo tanto, yo no tengo derecho a decidir si hay que conducir por la izquierda o por la derecha, si tiene que haber un semáforo allí o no, si se puede edificar en ese espacio… y menos mal, porque de lo contrario sería la arbitrariedad de cada uno imponiendo sus leyes.

Y, por consiguiente, tampoco tengo derecho a decidir si una comunidad autónoma (me consta que algunos lo llamarán “una nación”, pero esto carece de realidad histórica, salvo para aquellos que perfilan la historia con los corsés de la ideología, como historiadores con el prestigio de Josep Fontana) es independiente; a menos que también quieran imponer otra asimetría moral y jurídica violando el derecho constitucional a ser tratados como ciudadanos iguales y libres… cosa de la que se quejan los partidarios de la independencia de Cataluña cuando a su juicio les perjudica; no obstante, si les beneficia… no pasa nada. Esto es lo que Rafael Sánchez Ferlosio denominaba la moral del pedo: los míos no huelen, solo los tuyos…

Por lo general aquellos que son partidarios de la independencia consideran “anti-democráticos” a aquellos que se oponen al denominado derecho a la autodeterminación, aplicando una vez más el principio de lógica excluyente tan propio de los nacionalismos: “o conmigo o contra mí”. ¿Acaso olvidan que el pluralismo, o sea, la diversidad de pensamientos políticos, es otra de las fuentes de procedencia y de los pilares democráticos?

Este principio de lógica excluyente se encuentra estrechamente vinculado a los nacionalismos (no añadiré “separatistas” pues esto tal vez sea un pleonasmo), por ejemplo, en lo que respecta a la concepción de las identidades. Parece que no se puede ser “catalán” y “español”. Según esta lógica excluyente, o eres “catalán” o “español”, como si no se pudiera ser de Esplugues de Llobregat a la vez que “barcelonés”, “catalán”, “español”, “europeo” y “ciudadano del mundo”.

Frente a estas lógicas rígidas y absurdas, conviene insistir en que las identidades son múltiples, como nos recordara el filósofo y economista Amartya Sen. Por otra parte, cerrarse a las influencias de fronteras más amplias que las de “nuestro” pueblo es una actitud cerril y provinciana, cuando no cosmopaleta, como si, pongamos, la lengua catalana, en cierta manera paridora de la idea de “nación catalana”, hubiera llegado a ser lo que es sin la derivación del latín o el contacto con otras lenguas. Además de falso, resulta sospechoso ese afán de pureza…

Como brillantemente describió Amin Maalouf en Identidades asesinas,  esta lógica conduce al rechazo, a la exclusión, a la guerra. De modo que no me extraña que con la propagación de estos discursos, los partidarios de la independencia, que con frecuencia se quejan de ser “víctimas” del Estado, hayan sembrado de discordia el sentir ya no solo de los ciudadanos catalanes, sino también del resto de España, mereciendo unos la consideración de amigos y los otros de enemigos, invento tan demagógico como populista.

Educar es abrir puertas, universalizar, ampliar las opciones de vida. Sin embargo, los partidarios de la independencia de Cataluña se empecinan en anteponer la enseñanza del catalán por encima del español (de nuevo esa lógica excluyente: no lo uno y lo otro, sino lo uno sin lo otro), cuando el idioma español brinda la oportunidad de comunicarse con unos quinientos millones de personas, mientras que el catalán permite comunicarse con unos diez millones. Conservar no es una actitud conservadora; conservar lo mejor de la historia, incorporando lo más selecto y excelente del presente, es imprescindible si se aspira a progresar.

Suponiendo que los anteriores argumentos y otros que se han esgrimido en los últimos meses no son suficientemente válidos para detener el proceso independentista del referéndum, y sin duda esto ocurre con mayor probabilidad cuando no se escucha a los otros, cuando no se está abierto a ser persuadido por razones que mejoran la vida pública, me pregunto: ¿bastaría con un 55% o un 60% de los votos para decidir la independencia de Cataluña? ¿Es una mayoría suficiente como para que el resto de ciudadanos deban aceptar las condiciones?

En las últimas décadas el número de individuos partidarios de la independencia no ha hecho sino aumentar notablemente, fruto en parte de la propaganda ideológica  arrojada por las instituciones de Cataluña, gobernada en los últimos tiempos por políticos enamorados de este relato. Es una responsabilidad compartida tanto de los ciudadanos catalanes como del resto de España “conservar la diversidad dentro de la unidad” “dentro de un proyecto sugestivo de vida en común”, como diría Ortega y Gasset, ya que de esta manera no se generarían posibles mayorías de individuos de ideología excluyente.

Y, sobre todo, es responsabilidad compartida de los políticos, que trabajan y cobran por gestionar de la forma más razonable y eficiente lo público, esto es, lo que no es de nadie y es de todos. Y dentro del grupo de los políticos, especialmente de aquellos que se enamoran de su relato “emancipador como si se tratara de un momento estelar de la humanidad, a pesar de que han sembrado de divisiones imaginarias (“catalanes” o “españoles”; “amigos” o “enemigos”; “demócratas” o “antidemócratas”…) y odio la hermosa tierra en la que vivimos comúnmente. Estas acciones políticas no deben quedar impunes, pues fomentan la desobediencia a una ley que no es producto de un abuso coactivo, sino más bien otro de los requisitos indispensables de una democracia.


Leer más en Homonosapiens| Monográfico 1-O: la pre-visión política

Leer más| Robert A. Dahl, La democracia, trad. Fernando Vallespín, Barcelona, Ariel, 2016.  Sobre qué es y no es, y cuáles son las particulares ventajas de los Estados democráticos frente a otras formas de organización social y política, uno de los principales autores teóricos de la democracia.

 

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About Author

Sebastián Gámez Millán

Sebastián Gámez Millán (Málaga, 1981), es licenciado y doctor en Filosofía con la tesis La función del arte de la palabra en la interpretación y transformación del sujeto. Ejerce como profesor de esta disciplina en un instituto público de Málaga, el mismo centro donde estudió, el IES “Valle del Azahar”. Ha sido profesor-tutor de “Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea” y de “Éticas Contemporáneas” en la UNED de Guadalajara. Ha participado en numerosos congresos nacionales e internacionales y ha publicado más de 270 ensayos y artículos sobre filosofía, antropología, teoría del arte, estética, literatura, ética y política. Es autor de "Cien filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos" (2016), "Conocerte a través del arte" (2018) y "Meditaciones de Ronda" (2020). Asimismo, ha colaborado en otros 15 libros, como "La filosofía y la identidad europea" (2010), "Filosofía y política en el siglo XXI. Europa y el nuevo orden cosmopolita" (2009) y "Ensayos sobre Albert Camus" (2015). Escribe en diferentes medios de comunicación (Cuadernos Hispanoamericanos, Claves de la Razón Práctica, Descubrir el Arte, Café Montaigne, Homonosapiens, Sur. Revista de Literatura...) y le han concedido algunos premios de poesía y ensayo, como el Premio de Divulgación Científica Ateneo-UMA (2016) por "Un viaje por el tiempo" (inédito), y la Beca de Investigación Miguel Fernández sobre poesía española actual (2019, UNED) por "Cuanto sé de Eros. Concepciones del amor en la poesía hispanoamericana contemporánea", que verá la luz durante 2021. Colabora con el MAE (Museo Andaluz de la Educación) y ha comisariado algunas exposiciones de arte, filosofía y educación. Si la corriente imprevisible de la vida se dejara condensar en una filosofía, se inclina por “hacer lo que se ama, amar lo que se hace”.

Comments

  1. Granpepe
    Granpepe 30 septiembre, 2017, 09:18

    Una descripción perfecta de lo que está ocurriendo.
    Creo que responde a un plan de acción que se lleva desarrollando desde hace décadas, por iniciativa de unos «iluminados» que han sabido movilizar a sus afines para ganar terreno en los medios de comunicación y redes sociales, que es más práctico que ganar la razón moral.

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    • Sebastián Gámez Millán
      Sebastián Gámez Millán Author 30 septiembre, 2017, 12:51

      Me reconforta saber que hay personas como usted que reconocen lo que está ocurriendo en Cataluña en este artículo; creo que es uno de los propósitos de cualquier escritor: describir y procurar esclarecer fragmentos de la siempre escurridiza y compleja realidad. En efecto, no hemos llegado a esta situación socio-política tan extrema, desafiante y peligrosa de la noche a la mañana, sino que más bien son los frutos que se viene recogiendo tras años de manipulación y propaganda desde las instituciones políticas, educativas y medios de intoxicación de masas en general. De modo que lo que antes era una minoría ahora puede que no lo sea. Pero en el caso de que se tratara de una mayoría, tampoco tiene por qué legitimarlo (obtener, digamos, la razón moral): se sigue incurriendo bastante en «la tiranía de la mayoría» si no se usan los medios adecuados para ello. Tras el 1 de Octubre el gobierno de España y los ciudadanos de esta nación tendremos que esforzarnos más por no hacer tantas concesiones a los nacionalistas y argumentar contra ideologías que discriminan y excluyen a los ciudadanos, incumpliendo principios básicos de la democracia, como la igualdad y la justicia. Gracias por sus palabras.

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  2. Granpepe
    Granpepe 30 septiembre, 2017, 16:46

    Todo este tiempo, todos hemos estado mirando al tendido sin tomar parte. Hemos esperado la solución a NUESTROS problemas sin hacer nada, es decir, hemos seguido la estrategia que tanto se critica en el Presidente del Gobierno.
    Todos somos afectados, todos somos responsables.

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    • Sebastián Gámez Millán
      Sebastián Gámez Millán Author 30 septiembre, 2017, 19:27

      Gracias por sus palabras. El uso irreflexivo del lenguaje nos impulsa a generalizar, cosa que es casi inevitable. Yo diría que las responsabilidades son compartidas por todos los ciudadanos, porque la ciudad-estado está conformada por todos los ciudadanos. Pero evidentemente no todos tenemos las mismas responsabilidades: los políticos que tratan estos asuntos, que son remunerados económicamente por ello, así como las instituciones educativas o los medios de comunicación, son más responsables que muchos ciudadanos que deben atender otros quehaceres de la vida cotidiana. No obstante, tu comentario pone de manifiesto un déficit de las democracias y, en particular, de la nuestra: la falta de asunción de responsabilidades en el ejercicio cívico de los ciudadanos, algo fundamental si el «demos» quiere ser más legítimo. Muchos se quejan de Trump, como antes lo hicieron de Berlusconi, pero, ¿quiénes los han elegido?

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